La principal coincidencia entre los resultados del informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) sobre la situación social de la región y el informe del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) sobre la situación nacional, es que las condiciones económicas y sociales son cada vez peores. En números concretos, cerca de 200 millones de personas viven en la pobreza en América Latina y el Caribe. Y en Argentina particularmente, 17 millones de personas se encuentran en esta condición (43%).
A lo largo de los últimos 20 años se aplicaron diferentes programas económicos bajo distintas miradas ideológicas en la región, y si miramos los resultados como conjunto, deberíamos preocuparnos. La región no progresa de forma sostenida y la pobreza se reproduce a pesar del gasto público en contención social. Indudablemente la pandemia vino a complicar las cosas, pero también puso en evidencia las debilidades estructurales de la región.
Remar para el mismo lado
Con este diagnóstico queda un solo camino para la clase dirigente regional, remar para el mismo lado. Como hemos visto en las últimas elecciones no hay ganadores indiscutidos. Los presidentes son electos en ballotage, pero en la primera vuelta se define la distribución del poder en los respectivos parlamentos. Es decir, consiguen el voto mayoritario para ganar la elección, pero no para gobernar. Están obligados a buscar acuerdos con la oposición. Vease Brasil por ejemplo. Ganó Lula, pero Bolsonaro terminó por imponer su candidato como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el brasileño Ilan Goldfajn.
El “nuevo progresismo” de Boric, Petro y Lula tiene como principal desafío impulsar a la región como un actor central en el mapa global. No alcanza con ser una respuesta ideológica a la derecha liberal porque el voto independiente que define los resultados electorales no tiene una lectura ideologizada de la vida. Es más, podríamos decir que la región está atravesando una etapa de “nebulosa ideológica”, a pesar de los discursos polarizantes por derecha e izquierda.
Pero así todo, hay algunos indicios positivos entre tanto desasosiego, como por ejemplo la independencia del Banco Central de Perú en relación al Poder Ejecutivo. Pedro Castillo tiene una bajísima aprobación pero nadie piensa en cambiar al presidente del Banco Central peruano porque alteraría la consistencia económica que Perú necesita. El ejecutivo cambia pero la política monetaria tiene un objetivo central: preservar el valor de la moneda.
Cada vez más los candidatos presidenciales tiene que mostrar las credenciales de sus equipos económicos y cuál será su posición en relación al déficit fiscal y el rol del banco central en sus eventuales gobiernos. Una cosa es Lula del Partido de los Trabajadores y otra muy distinta es Lula gobernando con Roberto Campos Neto como presidente del Banco Central de Brasil.
Probablemente no haya una única receta infalible para bajar la inflación, crecer sostenidamente y mejorar considerablemente las condiciones de vida de las 200 millones de personas que se encuentran por debajo de la línea de pobreza. Pero sí tenemos la certeza que América Latina tiene todos los recursos humanos y estratégicos para terminar con la reproducción de la pobreza sistemática.
Tomás Lanusse es director de la consultora Fuente Primaria