Un trencito para un paisito que supo ser -y podría volver a ser- un gran país

El peronismo reconstruye lo que el mismo peronismo destruyó hace 30 años. Algo modestísimo que en la era de los trenes balas viene a recorrer el país a velocidades muy inferiores a las que recorría antes de su cierre, aunque con subsidios tan grandes como en aquel entonces.

Un trencito para un paisito que supo ser -y podría volver a ser- un gran país
El presidente de la Nación Alberto Fernández junto al ministro de economía y el gobernador Rodolfo Suárez estuvieron presentes en la segunda llegada del tren de pasajeros a Palmira. Foto: Claudio Gutiérrez Los Andes

En la segunda mitad del siglo XIX la Argentina depositó en el tren casi toda la simbología del multidimensional proyecto que comenzó a concretarse cuando se decidió desarrollar a gigantesca velocidad las fuerzas productivas a fin de construir “una nación para el desierto argentino”. Subirse al tren era viajar al futuro, ese que estábamos construyendo en el presente más que rápidamente.

A mediados del siglo XX, con ideas muy diferentes, cuando se nacionalizaron los ferrocarriles durante el primer peronismo, ese hecho simbolizó la “nueva Argentina” que se pensaba construir con amplia participación del Estado y de las masas populares, como que los argentinos ya podíamos tomar en nuestras manos lo que antes hacían los ingleses.

En los dos casos, con dos concepciones casi opuestas, el tren, tanto de pasajeros como de transportes, era el gran unificador de poblaciones, el portador de novedades, los caminos del porvenir, todo grandioso.

Ya estamos bastante entraditos en el siglo XXI y las cosas ahora son muy diferentes. Ni el mundo penetra en la Argentina a través del tren de los liberales ni las grandes nacionalizaciones peronistas tienen hoy nada que ver con ese modesto trencito que recibimos ayer. Trencito que apenas podría valorarse como un volver a empezar pero sin tener en claro volver a empezar qué cosa o volver a empezar desde qué momento de la historia nacional.

El presidente de la Nación Alberto Fernández junto al ministro de economía y el gobernador Rodolfo Suárez estuvieron presentes en la segunda llegada del tren de pasajeros a Palmira
Foto: Claudio Gutiérrez Los Andes
El presidente de la Nación Alberto Fernández junto al ministro de economía y el gobernador Rodolfo Suárez estuvieron presentes en la segunda llegada del tren de pasajeros a Palmira Foto: Claudio Gutiérrez Los Andes

Pero la inauguración de ayer, así y todo, podría ser nada más que una anécdota, la que indica que el peronismo reconstruye lo que el mismo peronismo destruyó hace 30 años (aunque, seamos justos, el ferrocarril ya se venia destruyendo desde mucho antes, primero por desinversión de los ingleses y luego por desinversión y corrupción desde el Estado). Algo modestísimo que en la era de los trenes balas (no sólo en el primer mundo) viene a recorrer el país a velocidades muy inferiores a las que recorría antes de su cierre, aunque con subsidios tan grandes como en aquel entonces. Un trencito ni siquiera para recuperar la alegría, sino para simplemente recordar la alegría que tuvimos y que supimos perder. Una antigualla que en vez de prepararnos para volver al futuro solamente nos hace volver al pasado. Pero aún, así y todo bienvenido. Mendoza está contenta con el retorno de algo que fue siempre tan querido, aún en sus peores momentos. Y eso no está mal.

Reiteramos, si fuera eso solo, no habría demasiado problema, pero ocurre que así como el tren del siglo XIX expresó el afán impresionante de progreso de toda una generación y el tren nacionalizado del peronismo expresó el corazón del proyecto de nacionalizaciones con las que se quería cambiar otra vez integralmente el país, este trencito que ayer llegó a duras penas y tras infinitas horas a Palmira es la expresión acabada de las posibilidades de desarrollo del Estado argentino actual, vale decir casi nada. Ni siquiera somos capaces de volver a ser lo que fuimos. Ni siquiera somos capaces de poder soñar como durante más de un siglo soñamos que podíamos ser. Hoy nos conformamos con ser el último orejón del tarro.

Vivimos un país que sigue pudiendo ser grandioso, con amplias posibilidades de crecimiento si se saben aprovechar tecnológicamente sus bondades naturales. Pero donde su clase política ya no expresa en absoluto la grandiosidad de ese poder ser, ni para bien ni para mal. Sólo nos conformamos con conducir a través de parches meros reajustes para no sucumbir, pero cero estrategia asoma en el horizonte. El pueblo sobrevive y la dirigencia lo mira por tevé. En todo caso se mira a un espejo para no darse vuelta y verificar en la ventana que está contra el espejo, cómo viven los que no tienen privilegios de ningún tipo, o sea casi todos.

El trencito que ayer nos dio un poco de alegría es la síntesis de nuestras posibilidades presentes en tanto Estado al servicio de la Nación. Un Estado engordado para salvar del naufragio a todos los que tienen algún acomodo o subsidiar a los que no pueden subsidiar de otro modo, pero ineficiente para hacer cualquier cosa.

No obstante, dejemos por un momento de pensar en el marco y en el contexto en que llegó el tren ayer a Mendoza y veamos el hecho concreto. Un pequeño momento de felicidad no tanto por lo poco que por ahora nos dará el transporte recuperado, sino por el recuerdo de eso grandioso que alguna vez imaginamos y en parte pudimos ser, tanto por derecha como por izquierda, tanto liberales como nacionalpopulares. Tanto todos. Eso que ahora no sólo no podemos hacer ni ser, sino que de tanto no poder hacerlo ni serlo hasta nos estamos olvidando de soñarlo.

Pero quién sabe, quizá en algún recodo del futuro nos está esperando esa Argentina de los viejos trenes grandiosos para acoplarse a los nuevos trenes en serio del mundo moderno. Quizá solo necesitamos una generación de argentinos que sea capaz de vislumbrar ese recodo y una vez descubierto ponerse a construir el porvenir que supongo nos merecemos.

Por ahora solo nos queda esa pequeña alegría que tuvimos ayer, donde no sólo volvió un vestigio de lo que supimos ser, sino que además lo disfrutamos todos juntos. Más allá de algún que otro aprovechamiento político electoral que es inevitable y hoy ni siquiera tan importante porque los que querían aprovecharlo son personajes casi inexistentes.

Más allá de eso todos nos pusimos contentos un instante y todos juntos. Como aquel trencito eléctrico que tanto nos ilusionamos tener cuando los viejos de hoy éramos pibes del ayer. O ese sonido y ese olor maravilloso que, aunque fuera un poco contaminante, arrojaban los trenes y que sentíamos cuando en la estación de trenes de Mendoza nos íbamos de vacaciones o volvían los que partieron. Esas estrepitosas bocinas de llegadas y de partidas cuando aún sabíamos llegar y partir hacia destinos mejores. Esas nostalgias que algún día serán otra vez realidad en este país entristecido pero no triste, que ayer vivió una pequeña alegría. Que, a pesar de todo, bienvenida sea.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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