Una vez más las relaciones exteriores de la Argentina generan un conflicto con un país de la región. Esta vez no hubo un desatino por parte de la Cancillería, sino que fue el propio presidente de la Nación el que generó una crítica situación. En una entrevista, al ser consultado por eventuales diferencias con su vicepresidenta, Alberto Fernández pretendió explicar que, si bien tienen puntos de vista encontrados en lo referido a la gestión, hay entre ellos sintonía política. Señaló que “llegué con Cristina y de acá me iré con Cristina. No soy Lenín Moreno”, sentenció apuntando contra el presidente de Ecuador.
Moreno fue dos veces vicepresidente de Rafael Correa y posteriormente su sucesor al ganar las últimas elecciones presidenciales de su país. Durante su actual mandato, tomó distancia en lo político de quien fuera su mentor y por ello Correa llegó a tildarlo de traidor. Cabe aclarar que el ex líder progresista ecuatoriano, que vive en Bélgica, fue condenado a ocho años de cárcel por corrupción.
Como consecuencia de tan desafortunada apreciación, el gobierno de Ecuador, a través de su Cancillería, llamó al embajador argentino en Quito, Juan José Vásconez, para expresar el desagrado por lo sucedido y dar lugar a algún tipo de aclaración.
El presidente Fernández suele tener una mirada bastante errónea del trato con sus pares, especialmente cuando existen diferencias ideológicas. Es justo destacar que sus encuentros oficiales con los presidentes de Uruguay y de Chile fueron correctos. Y hay expectativa por la visita del brasileño Bolsonaro. Sin embargo, es mucho más relevante su trato con quienes, aun no estando en el poder en sus países, tienen con él una sintonía política clara. Esto de ninguna manera es criticable, pero toma relevancia cuando se recurre a apreciaciones mínimamente imprudentes, como la citada con el presidente ecuatoriano.
La imprudencia es una mala cualidad para cualquier político, especialmente en funciones y más aún al frente de la conducción de un país. Pero todo sería más grave si detrás de esa supuesta ligereza hubiese una intencionalidad mayor. En este caso puntual, con toda razón el presidente de Ecuador se sintió atacado por Alberto Fernández y planteó una supuesta injerencia argentina en los asuntos internos de su país.
Estos dichos no fueron ni correctos ni oportunos. Si Fernández no comparte la gestión de Lenín Moreno, porque entiende que su obligación es mantener fidelidad en lo ideológico con Rafael Correa, debe guardar silencio.
Ecuador tiene un gobierno democrático, lo que obliga a respetar los disensos propios del sistema. Con más razón cuando ese país está pendiente de una segunda vuelta electoral presidencial.
Y si de relaciones exteriores se trata, sí habría que sugerirle al jefe del Ejecutivo nacional algún tipo de pronunciamiento o definición sobre el régimen venezolano encabezado por Maduro, una cuenta pendiente de la diplomacia de Alberto Fernández.