La pulverización de partidos que predijo y produjo Javier Milei, deja permiso para las esperanzas de alianzas con la polvareda, pero parecen improbables. Hoy los apoyos u oposiciones se desmarcaron de la tradición política argentina; ya no son calcadas: peronismo/trabajadores, radicalismo/clase media, anti peronismo/clase alta.
Singularmente, hay una moderada ideologización; por primera vez el dilema es: más o menos Estado. Falta mucho para imponer la batalla cultural. Aunque algunos “empiezan a ver”.
Los más “hechos a la antigua”, siguen militando peronismo, radicalismo o izquierdismo, sin advertir que ya “son historia”; sin percibir que únicamente los une su colectivismo.
El caso de los conservadores propiamente dichos es especial: adherían a un “capitalismo” no muy liberal. Si no, conservador; más por mantener su capital, que por practicar liberalismo e individualismo.
Los que entienden que “la vieron”, votaron un cambio. Pero tampoco la tienen clara, apenas vislumbran (tenuemente a través del polemista Milei) que la pugna no es de “camisetas”, sino de ideas. Y resulta, aunque tímidamente, muy raro en la política argentina. Igual me parece que el ideal sería ese, pero dudo mucho. Porque aprendí, militando, que no está en la naturaleza humana guiarse por ideas; la mayoría elige por sus intereses y preferencias emocionales. Después las respaldan con argumentos, racionalizándolas. Quizás esa sea la explicación: nadie convence, ni es líder, sin una épica. Así como no hay épica cimentada puramente en la razón. Primero hay que atrapar al corazón. Para después, construir con la razón. Es muy difícil enamorar mediante teoremas.
Hecho el introito, la realidad política actual presencia un fenómeno paradojal: Milei. Aunque, ¡Ojo!, Su singularidad comunicacional es relativa. Muchos líderes usaron las redes como instrumento electoral.
Por otra parte, el asunto es si, por usar las redes hegemónicamente (comunicación directa con el público), un líder se degrada a “populista”. Eso sostiene Pagni, de Milei (leyendo a Martin Gurri); sin reconocerle méritos en la creación de su propio relato, con visos de epopeya. Tampoco le concede la legitimidad del carisma.
Su virtud de comunicarse directamente con la ciudadanía es tildada de populismo, arguyendo que ese modo es muy característico del fascismo. Parece lógico, siendo una falacia. Tanto, como si digo: “Los hombres tienen barba, mi mujer tiene barba, mi mujer es hombre”, parecería un silogismo, pero es un sofisma. Así: “Los populistas conectan con el pueblo directamente, Milei conecta con el pueblo directamente: Miley es populista”. Falso.
¡Qué dañino quitar Lógica de la currícula!
Por otra parte, conquistar tan rápido el cambio cultural (revirtiendo el manual de Gramsci) constituiría una verdadera revolución. Es que revertir de golpe el largo adoctrinamiento estatista, plasmado en regulaciones hoy encarnadas en leyes y ordenanzas, es verdaderamente complicado. Hasta contradictorio con el sistema. Corregir rápido años de enseñanzas y parches nacional-socialistas, con una constitución liberal, intentando girar hacia la desregulación, sería una revolución republicana. O sea, una contradicción en sus propios términos. Por esa dificultad Gramsci propuso un cambio cultural “gradual e imperceptible”; un marxismo no revolucionario. Y lo logró: metió la rana en agua tibia y, sin avivarla, la cocinó.
¿Alcanzará con tanta docencia energúmena? ¿Servirá esta suerte de legitimidad del carisma? ¿Convencerán los cachetazos disruptivos y emotivos, respaldados con la evidencia de datos empíricos? No. No alcanza. Necesita ventajas vertiginosas perceptibles: inversiones ostensibles.
Y, sin previsibilidad jurídico-económica, no habrá inversiones. La seguridad jurídica la daría la Ley Bases. Está hace medio año en veremos. Demorada por la intransigencia de legisladores opositores, que contraponen su legitimidad de representación, a la legitimidad de representación del Presidente. Así es el sistema legítimo vigente. Por más que Milei exclame “¡No la ven!”.
Lejos está el lema de Balbín: “El que gana gobierna y el que pierde ayuda”. Actualmente los que perdieron “resisten”, aunque se crean radicales.
El que ganó suma otra falencia: no cuenta con la masa crítica de un partido político. Eso le impide la densidad de nombrar funcionarios adeptos a su programa. Necesita poblar la burocracia estatal de su gestión con secretarios, directores y jefes, sustituyendo a los del gobierno que perdió. Se fue el gobierno, quedaron sus acólitos. Si no obtiene de sus socios (opositores dialoguistas) una porción de funcionarios adeptos a sus ideas, este gobierno será el intento cojo de un docente entusiasta, de plasmar sus lecciones con una administración opuesta y testaruda.
Todas las aparentes pifias de Milei han superado las pruebas de republicanismo. Sólo hay una cuestionable, el Juez Lijo; que debió corregir. No soy ingenuo, le va la credibilidad en eso.
A Roca, contando con miles de acólitos en las provincias, le llevó veinte años hacer liberal la república argentina; la población era de cuatro millones de habitantes. Con cincuenta millones hoy, a Milei le falta un millón de colaboradores, para una gestión eficiente. Nació rengo y sigue rengo. Excepto, que los “opositores dialoguistas” se fusionen con el gobierno.
* El autor es abogado.