Un plebiscito tan largo como la crisis

La tardía y vergonzante maniobra con la que el gobierno volvió sobre sus pasos para admitir ahora la compra de vacunas de Pfizer, tuvo todas las aristas de una capitulación.

Un plebiscito tan largo como la crisis
Las internas partidarias ya están en carrera de cara a las elecciones legislativas. Foto: Jose Gutiérrez / Los Andes

Cuando los bloques mayoritarios de la política argentina acordaron alejar todo lo posible las urnas de los momentos más duros de la crisis sanitaria y económica no imaginaron que bien entrada la segunda mitad del año seguirían atenazados por la incertidumbre de la pandemia y sin referencias claras sobre cuándo asomará el horizonte de regreso a la normalidad.

Incluso asumiendo sus fracasos en la gestión de las vacunas, el oficialismo confiaba en tener bien avanzado el plan de inmunización y la oposición admitía que ese objetivo se lograría. La postergación de las elecciones se decidió cuando ya era evidente el tropiezo con AstraZeneca, la vacuna que procuró Alberto Fernández, pero nunca previó el desaire de Vladimir Putin con la vacuna que gestionó Cristina Kirchner.

La tardía y vergonzante maniobra con la que el Gobierno volvió sobre sus pasos para admitir ahora la compra de vacunas de Pfizer tuvo todas las aristas de una capitulación. Algo que debería haber sido un trámite entre lógico y normal termina resonando como un retroceso geopolítico sólo porque al oficialismo se le ocurrió el desvarío de ideologizar nada menos que un plan de vacunación en medio de una pandemia.

Si lo que buscaba el oficialismo al posponer las elecciones era encapsular el debate de la política de salud con el antídoto de la vacunación acelerada, la realidad está demostrando otra cosa: el Gobierno asiste a un duro y corroyente plebiscito en cámara lenta de su fracaso sanitario. Una exposición al desnudo que lo deja ya en campaña, pero sin narrativa creíble.

Se observa en el frágil discurso que esgrime en sus recientes apariciones Cristina Kirchner. Sólo puede ofrecer la nostalgia de los que evoca como sus tiempos felices de 2015. Porque ignora cuándo podrá aseverar el regreso de la precaria normalidad que dijo haber recibido. Dicho en sus términos: no puede anunciar ni el retorno a la tierra arrasada.

Con el Presidente que plebiscitará su gestión en los subsuelos de las encuestas, y ella misma comprometida en el riesgo del voto castigo, la vicepresidenta decidió salir a sostener su tercio de votos incondicionales. Como único capital simbólico disponible, suele reiterar el recurso al reproche contra el fantasma precursor de Mauricio Macri y agita banderas contra cualquier arreglo con el Fondo Monetario Internacional. A menos que la oposición lo convalide en el Congreso pagando el total de los costos.

Martín Guzmán ya puso por escrito lo contrario. Puso la firma en los documentos que le exigieron en el Club de París para eludir el default: sin acuerdo con el Fondo no le van a abrir las puertas. Pero Cristina necesita fustigar eso, como un insumo electoral imprescindible. No sólo la gestión sanitaria está siendo plebiscitada en contra. Para la crisis económica tampoco se despeja el horizonte.

Lo resumió con sinceridad quien fuera el ejecutor de una de las devaluaciones poselectorales del kirchnerismo. El expresidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, expuso días atrás una coincidencia inesperada con los pronósticos del banco Morgan Stanley. Dijo que estaría dentro de las previsiones lógicas una actualización “controlada” del valor del dólar después de la elección de noviembre. Una devaluación del peso -de entre el 15 y el 20 por ciento- que licuaría los incrementos de paritarias de los que hoy se ufana el gobierno de Alberto Fernández.

Mientras, el repliegue de Mauricio Macri en la interna a cielo abierto de la principal oposición le quita al oficialismo el más apreciado de todos sus blancos móviles.

Lo más probable es que Macri haya resuelto desacelerar su protagonismo porque la masa crítica en su contra venía acentuándose en el frente interno. Pero no es seguro que esa ventaja ocasional contra el kirchnerismo sea aprovechada por los referentes de la principal oposición.

Aceptaron manosear el cronograma electoral porque sin las primarias abiertas consideraban imposible dirimir la autocrítica de su gestión frustrada y sus nuevos esquemas de liderazgo. Ahora que exponen el sainete más bien pequeño de sus ambiciones sobre el telón descarnado de la crisis social y sus víctimas parecen haber descubierto que les convenía cerrar acuerdos que eviten la confrontación en las primarias.

Competir con lista única es la precondición que María Eugenia Vidal le pidió a Horacio Rodríguez Larreta para postularse sin riesgos en el territorio que la oposición considera más seguro, la Ciudad de Buenos Aires. Frente a esa veleidad, Patricia Bullrich evalúa sumarse al gesto de prescindencia. Pero su ausencia en la oferta electoral porteña dejaría rengo el liderazgo que Larreta quiere asumir desplazando a Macri.

La interna irresuelta del posmacrismo ha disparado esquirlas en todos los distritos. Y movimientos cruzados de sus aliados. Elisa Carrió se ofrece como una garante de unidad a la que los propios le desconfían y el radicalismo lanzó a Facundo Manes en territorio bonaerense porque desde hace tiempo sólo reconoce su identidad si disputa una elección interna.

En los comandos del oficialismo y la oposición miran de reojo el escenario de la emergencia y el calendario acordado para las elecciones. Coinciden en una sola cosa: los une la misma duda. ¿Fue un error de cálculo diseñar de común acuerdo una disputa electoral tan larga como el incierto desarrollo de la crisis?

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA