La semana pasada la Dirección de Estadísticas e Investigaciones Económicas (DEIE) publicó la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) de 2020. Por el período que analiza -plena pandemia- se encuentran mayormente datos negativos. Sin embargo, hay algunos puntos altos para destacar, y uno de ellos es el acortamiento de la brecha entre los ingresos de la población urbana y la rural, como contó Los Andes en la edición del 8 de octubre.
La ECV muestra que el año pasado las familias que habitan en el campo ganaron en promedio $ 40.042, contra $ 50.787 que se percibieron los hogares de la zona urbana. Es decir, que se registró una brecha del 26,83%. Un año antes, en 2019, la diferencia había sido del 30,78% y algo más atrás, en 2017 por ejemplo, superaba el 33%.
En resumen, la distancia salarial entre el campo y la ciudad se acortó casi 4 puntos porcentuales en 2020, siguiendo una tendencia que se viene dando desde hace algunos años. En este sentido hay varias cosas que aclarar. Por un lado, hay que tener en cuenta que es lógico que exista una diferencia a favor de la ciudad, debido a la composición de la matriz productiva y la concentración de la actividad económica en una determinada zona geográfica. Por el otro, es innegable que las distancias siguen siendo demasiado altas y que los cosechadores, o trabajadores del campo en general, siguen teniendo sueldos muy bajos, lejanos a una Canasta Básica Total (CBT). De todas formas, analizando la tendencia de los últimos años, se podría decir que se ha dado “un paso adelante”.
¿Cuáles son los dos pasos para atrás? Los describe José Luis Zárate, el delegado provincial del Renatre, en la entrevista de la página 6. En medio de la lucha contra la informalidad, siguen apareciendo casos de explotación, con condiciones de trabajo inhumanas que rozan la esclavitud. Es un problema que va mucho más allá de cuánto se paga.
Zárate se ofreció a dar detalles de la situación luego de leer el informe especial sobre precariedad laboral elaborado por Los Andes, donde se da cuenta de 18 situaciones de explotación detectadas sólo entre 2020 y 2021, a lo que se suman casos de violencia, maltratos y discriminación. Lo positivo, es que la realidad está saliendo a la luz. Si no miramos para otro lado, se pueden dar dos pasos más hacia adelante.