Un gobierno herniado por parodias de sí mismo

Al Presidente argentino lo define muy bien el soneto de Joaquín Sabina: “Hazte un favor, dime que estás herniado de parodiar parodias de tí mismo”.

Un gobierno herniado por parodias  de sí mismo
Quién es Alfa, el participante de Gran Hermano de 60 años que conoció a Ricardo Fort. / Foto: Gentileza

Si la Argentina tuviese verdadero interés por aprender algo de las novelas distópicas que desde George Orwell vienen advirtiendo sobre el riesgo moderno de los gobiernos de vigilancia, conducidos por un “Gran Hermano”, debería estar observando, como todo el mundo, el nuevo giro autoritario que está dando en estos días el régimen chino.

Xi Jinping, el líder del partido más poderoso del planeta, ha resuelto acentuar el personalismo del régimen; remover obstáculos que podían acotar su perpetuación; purgar ostensiblemente a su antecesor en el cargo, y sacralizar su doctrina a niveles inesperados desde Mao Tsé Tung.

En Occidente están sonando alarmas nuevas. No sólo por el respaldo solapado que China le dio a la aventura bélica de Vladimir Putin en Europa. La revista The Economist recordó recientemente que ningún régimen despótico en la historia ha tenido recursos que se comparen con el poderío de la China contemporánea.

Thomas Friedman, tres veces ganador del premio Pulitzer, describió en The New York Times la reacción preventiva que provocó en los Estados Unidos lo que está ejecutando Xi Jinping. Los expertos en seguridad nacional consideran que Estados Unidos todavía lidera en tecnologías de base, como circuitos lógicos y de memoria. Para mantener esa ventaja, el gobierno de Joe Biden acaba de lanzar regulaciones complejas, de alto impacto en la cadena de producción tecnológica, para evitar que sus chips terminen siendo funcionales a una inteligencia militar ajena y de alcance global.

Episodio Alfa

En Argentina, estas preocupaciones por el capitalismo de vigilancia se mantienen en un rango muy distinto, notoriamente inferior. El Presidente -que no se ofendió cuando un gobernante extranjero, como el venezolano Diosdado Cabello, lo insultó tratándolo de cobarde, servil y rastrero- se agravió contra un personaje televisivo de un programa de ficción. Más que el big brother acechante de la novela de George Orwell, a Alberto lo define mejor la imagen del televidente ocioso y alienado que describe el soneto de Joaquín Sabina: “Hazte un favor, dime que estás herniado de parodiar parodias de ti mismo”.

El “episodio Alfa” de la agenda presidencial podría haber terminado con el despido de su vocera, la inverosímil Gabriela Cerruti. Pero el despido hubiese sido inocuo, porque la instrucción, al fin de cuentas, provino del propio Presidente. Si todo el sainete fue pensado como un arma distractiva frente al desorden fenomenal que tiene el Gobierno; lo único que confirmó es el grado de distracción irreversible que tiene el propio Gobierno respecto de la realidad.

Cristina Fernández, dueña del panóptico fallido, no habla con Alberto Fernández desde el atentado que ella padeció a inicios de setiembre. Este enunciado describe por sí solo el deterioro interno del oficialismo. Nótese: ni siquiera algo tan grave como un atentado contra la vida de la vice permitió que ambos superen el encono que se profesan y que permea hasta la última napa del aparato estatal. Es un rencor que no tiene regreso.

Diáspora y desafío

Como esto describe la realidad política en la cima del poder, las facciones de lo que alguna vez fue el Frente de Todos han comenzado una diáspora para nada pacífica, ya que cada tribu busca pertrecharse en la retirada con una tajada de los recursos fiscales que administran. Esa puja desborda en las paritarias (con amenazas prácticas como las de Pablo Moyano), tironeos desembozados por los fondos de asistencia social y presiones corporativas de alto vuelo como las que llueven -sin orden, ni cálculo- sobre el Congreso, que se apresta a tratar el Presupuesto.

Algunos gobernadores están dando en el Parlamento una pelea justificada por la distribución de subsidios al transporte. Pero está claro que, finalizada esa escena, partirán todos raudamente a sus territorios a gerenciar un calendario de elecciones locales que busca alejarse por espanto del colapso de gestión en el Gobierno nacional. Ese desbande también se registra en la provincia de Buenos Aires, donde comienzan a tomar cuerpo disidencias municipales que no están dispuestas a admitir sin negociar la primacía política hasta ahora incuestionable de Cristina Kirchner.

El desorden oficialista no se espeja tal cual en la oposición, pero le siembra un desafío de primer orden. Que no es la definición del para qué, como propone el último título de Mauricio Macri. La crisis política del kirchnerismo resuelve cualquier duda sobre el para qué. Es transversal a toda la oposición la convicción sobre la necesidad y urgencia de un cambio. La cuestión controversial es el cómo.

Allí persiste una divisoria de aguas. Alrededor de Macri orbitan los dirigentes liberales, radicales y cívicos que creen que la legitimación de reformas profundas -y también traumáticas- ya está operada en la cultura política por el fracaso del kirchnerismo. Que la elección de 2023 sólo sellará con votos esa batalla cultural concluida. Y que rápidamente un nuevo gobierno deberá convertir ese resultado en la letra de un decreto ómnibus de amplio espectro.

En torno a Horacio Rodríguez Larreta descreen sinceramente de ese cambio cultural. Piensan que otra vez el voto rechazo abrirá una oportunidad para el cambio, pero subrayan que debe ser construido. Insisten en la necesidad de un consenso con plan, porque un proyecto mayoritario es heterogéneo por definición: “Un plan sin consenso sólo engrosa la biblioteca; un consenso sin plan es voluntarismo”.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA