Situación 1. Un estudiante de primer año de secundaria guarda sus ilusiones de empezar a manejarse solo para ir y venir de la escuela. Se enfrenta a una docena de profesores nuevos, a los que vio una o dos veces, y a un mundo desconocido a través de una plataforma digital también desconocida. Cumple, a su modo, y con la insistencia familiar de cada trabajo solicitado. Más repaso que conocimientos nuevos. El balance puede ser positivo si se considera que el púber pudo fortalecer hábitos necesarios para su trayectoria en el nivel medio.
Situación 2. Un alumno de tercer año ya conoce el sistema y sabe que el cumplimiento de las tareas en tiempo y forma es un punto a favor para el regreso. Se siente más motivado por los conocimientos nuevos, aunque sean todo un desafío: hacer el plano eléctrico de su casa y calcular los costos de los insumos si tuviera que hacer ese tendido hoy.
El vaso se puede ver medio lleno o medio vacío. Aunque en un contexto en el que se ha hecho hincapié en la necesidad de alcanzar los 180 días de clases a como dé lugar, el debate calidad vs cantidad quedó obsoleto. En estos 4 meses de cuarentena, fueron 67 los días (sacando feriados, fines de semana y receso invernal) que los chicos mendocinos no asistieron a la escuela. En ese tiempo, ¿tuvieron clases? Sí. Soy una convencida del esfuerzo que muchos docentes, alumnos y familias hicieron para intentar que resultara. Pero ¿es suficiente?
La Unesco, por nombrar uno de los organismos internacionales que está en el tema, ha bregado desde el principio de la pandemia porque la educación continúe. Sin embargo, la semana pasada lanzó la campaña #SalvarNuestroFuturo “para evitar que se pierda toda una generación debido al Covid-19”.
Suena tremendo, pero es real. Ya varias investigaciones coinciden en que el no asistir a la escuela influye en el desarrollo intelectual. Niños cuyo ingreso a la escuela se demoró de manera significativa (como sucedió, por ejemplo, en los Países Bajos durante la ocupación nazi) perdieron hasta cinco puntos de CI cada año y algunas de esas pérdidas nunca se recuperaron.
“No es un año normal de aprendizaje y, personalmente, pongo en duda que sea un año de mantenimiento porque las capacidades se desarrollan y se adquieren al ponerlas en acción... Sin dudas ha significado un corte en la evolución educativa”, considera la directora de una escuela secundaria de gestión estatal.
Manuel A. Tronge, presidente de Educar 2050, destaca que los niveles educativos ya venían muy amenazados. “Es como si la educación fuera un barco que ya venía averiado y choca con un iceberg (que sería el Covid-19) y los tripulantes deben salir en botes salvavidas (las medidas que instituyeron los ministerios, quienes reconocieron que no estaban preparados)”, grafica el también docente de la UBA.
Esto profundizó la brecha existente entre los alumnos de los diferentes estratos socioeconómicos y la brecha entre las instituciones de gestión pública y gestión privada. Mientras que la pérdida de contacto con varios alumnos hace prever una curva ascendente de deserción escolar.
Ya se ha dicho bastante de cómo esta modalidad virtual ha revalorizado el rol docente y cómo tantos maestros y profesores se han adaptado. Sin embargo, así como la Unesco, especialistas argentinos advierten sobre la privación de los contactos -con sus pares y docentes-.
Para Marcelo Miniati, director ejecutivo de la Fundación Cimientos, si bien cada escuela -e incluso cada materia- es un mundo en sí mismo, los alumnos han ganado habilidades socioemocionales como la autonomía y la autorregulación del aprendizaje. No obstante, el reclamo más recurrente entre los estudiantes que la fundación asiste en Mendoza fue la necesidad de volver a la escuela, la preocupación por los amigos y la importancia de la explicación del profesor cara a cara.
“Un puente que no debe quebrarse es el vínculo docente/alumno. Por eso, está bien el regreso escalonado. Los docentes han realizado un esfuerzo muy grande; pero no es lo mismo la clase en la escuela que a través de esa pantalla fría”, precisa Tronge.
Claro está y muchos se dieron cuenta en esta cuarentena que educar no es sólo impartir conocimientos. Hay una serie de valores que se transmiten en las aulas. “Si eso no lo recuperamos, tendremos un problema democrático”, insiste Tronge. La pelota está del lado de los dirigentes. Es hora de que puedan diseñar verdaderas políticas públicas (que dejen de lado intereses eleccionarios) para poner al sistema educativo en el centro de la discusión y de la inversión.