Este título catástrofe surgió en el marco de la 26ª “Cumbre sobre Cambio Climático”, realizada a principios de noviembre en Glasgow (Escocia), en la que las naciones enriquecidas y sus empresas contaminadoras aparecen “casi preocupados” por el destino de todos y apelan a la responsabilidad común para reducir los gases de efecto invernadero, que provocan el peligroso fenómeno, a los fines de evitar que la temperatura se eleve en más de 1,5 º C.
Entre los objetivos perseguidos por la conferencia, estaban: la reducción del uso del carbón en la producción de energía, para 2030 (países desarrollados) y 2040 (países en desarrollo); abandonar los coches con motores de combustibles fósiles y sustituirlos por eléctricos; que los países más ricos vuelvan a destinar 100.000 millones de dólares anuales para ayudar a los países más pobres en su transición hacia tecnologías más limpias y menos agresivas; comprometerse a proteger y restaurar la naturaleza y plantar más árboles de los que se están perdiendo y reducción de un 30% en la emisión de metano.
Pese a estas loables propuestas, nada se va a materializar de inmediato. Diríamos que todo lo contrario, ya que como ocurriera en las otras ediciones estas metas son generalidades poco vinculantes.
Digo para desasosiego del lector que no todos los países están de acuerdo con ello. Valga el caso de Australia, que ya ha manifestado que no piensa renunciar a la producción de carbón ni a su uso. A ello sumemos a EE.UU. que también es uno de los que más usa este elemento y que acaba de aprobar un programa multimillonario de rutas y autopistas. Ni hablar de la India, que hizo abortar el tema del carbón.
Por su parte Rusia, India y China (40% de la población mundial) tienen sus propias agendas y otras urgencias que distan mucho de las del mundo occidental.
Los automotores eléctricos no aportan variaciones sustantivas al tema del transporte, ya que se sigue con la lógica de rápidos y furiosos; sólo implica un buen negocio para las automotrices: la minería extractiva estará a full.
Sobre el dinero que debían aportar originalmente para la década 2010-2020, y que en el 2015 se prorrogó al 2025, casi nadie metió la mano en las faltriqueras y muy pocos lo dieron como ayuda y en algunos casos fueron como créditos que engrosaron las deudas externas. Hoy expertos dicen que se necesitarían no menos de 750.000 millones de dólares por año para detener la catástrofe, algo que seguramente nadie entregará graciosamente.
Y sobre los árboles, la hipocresía es mayúscula. Hasta Bolsonaro hizo un discurso en defensa de la cubierta forestal, cuando dejó que el avance sobre la Amazonia entonara el ritmo sin fin de las topadoras.
En esta cumbre hubo mucho ruido y pocas nueces y el maquillaje verde sólo alcanza para teñir un poco, cambiar algunas cosas, para que nada nada cambie, mientras el armamentismo aumenta sus presupuestos a niveles astronómicos para matar con mayor eficiencia y las mineras, petroleras y bancos se derraman por la geografía planetaria, en una danza de billones que nos arrastra en su torbellino devastador.
Lo único que sobró es la falta de voluntad política para lograr acuerdos que impidan que millones de personas marchen al abismo, más allá de las altisonantes declaraciones en pos de la salvaguarda del planeta.
Lo único que se ha afianzado en estos tiempos es el fabuloso turismo verde en torno a estas cumbres. De conformidad a informes se calcula que asistieron decenas de miles de personas, a un costo de miles de millones de euros, mientras los jets privados, en un número superior a 400, siguieron contaminando los cielos británicos.
La mezquindad de los países de poderosos y responsables del descalabro, asombra, ya que los fondos comprometidos para instrumentar medidas de adaptación y mitigación del fenómeno brillan por su ausencia y los aportes, no muy claros, nunca aparecen.
No comulgo con los que afirman que la actitud de los poderosos es suicida; lejos de ello, nada indica que esa sea su intención. Todo indicaría lo contrario, que sí están dispuestos a eliminar una gran parte de los seres humanos que por justicia tienen derecho propio a la vida, su calidad, el ambiente y el futuro, aunque aquellos no lo entiendan así.
Pese a todo soy optimista en la medida que la sociedad planetaria, con valentía y heroísmo, se anime a construir un mundo distinto, con racionalidad, cooperación, solidaridad y justicia global.
*El autor es docente - Universidad Nacional del Litoral