Trump y Milei, dos en uno, uno en dos

De cómo Javier Milei busca fusionarse, como si fueran una sola persona, con Donald Trump para entre ambos y algunos pocos aliados más, salvar al mundo de la ideología zurda woke. Y mientras ellos buscan salvar al mundo, Elon Musk busca dominarlo. Veremos cómo les va.

Trump y Milei, dos en uno, uno en dos
Donald Trump y Javier Milei

En el Foro de Davos, donde todos esperaban que el presidente Javier Milei relatara pormenorizadamente sus logros económicos (la razón esencial de su vigencia popular), dejó esas cuestiones “materiales” al presidente Donald Trump quien dijo claramente en Davos que o se fabrica en Estados Unidos o se cobran aranceles. El argentino, en cambio, para no contradecir a su amigo americano, se fue por las nubes de Úbeda y se mandó un espiche ultra-ideológico bajo una consigna usada por la ultraderecha italiana: “C’è un grande Passato nel nostro Futuro”. O sea, propuso revalorizar el pasado y repudiar el presente a fin de marchar hacia el futuro. Para eso fue a Davos, a decir que el mundo occidental estaba gobernado por zurdos, excepto aquellos pocos países conducidos por los que coinciden con sus ideas, como Meloni en Italia o Bukele en El Salvador.

Milei dijo lo mismo que dice siempre, pero aún más agresivo, ya convencido definitivamente que ha conquistado al mundo. La emprendió contra el clima, el aborto, el género (con una desafortunadísima correlación entre la unión entre homosexuales y la pedofilia). Pero no fue a hablar en Davos para el público presente (escaso y poco entusiasta), en todo caso se limitó a insultarlos. Fue a Davos a fin de que sus palabras le llegaran exclusivamente al único interlocutor que le interesaba: Donald Trump. Por eso, a su discurso le agregó un tema muy querido por el norteamericano: la antiglobalización.

A su diatriba permanente de agredir a a todos los organismos internacionales, le sumó una dura crítica a la globalización iniciada en los 90 luego de la caída del comunismo, diciendo que los países liberales se hicieron complacientes y en consecuencia, se dejaron dominar por la ideología woke. Y, como nunca, fue antiinmigrante, como si la inmigración fuera una invasión a Occidente (culpó de ello también a la Unión Europea, a la que llamó “brazo armado de la barbarie”). Esta vez propuso no solo reducir al mínimo o directamente eliminar los estados nacionales, sino también las organizaciones internacionales. Todas palabras dulces a los oídos antiglobalizadores de Trump.

Ya que no pudo defender su proteccionismo, sus aranceles, su industrialismo, prefirió no hablar de economía a fin de no contradecir a Trump y, a cambio, declararles la batalla cultural, además de a los zurdos de mierda, también a los jefes de estado y a los millonarios del mundo reunidos en Davos en tanto cómplices de los zurdos de mierda. El problema es que para esta batalla, no agregó ni una sola idea nueva: sólo se limitó a repetir una serie de tópicos de la vieja extrema ultraderecha, variantes laicas sobre el repudio al aborto o a los homosexuales del catolicismo ultramontano que defendía el obispo Marcel Lefebvre (excomulgado por su misma Iglesia) y algo de terraplanismo con respecto al cambio climático o en defensa de los antivacunas con otro nuevo seguidismo a Trump: querer abandonar la Organización Mundial de la Salud.

En síntesis, salvo de economía, habló de todo lo que le puede encantar a la ideología conservadora de Trump, que, justo es decirlo, Milei también siempre defendió, pero esta vez le agregó un sesgo antiglobalizador que antes no parecía tener. Pero si algo faltó en su discurso, salvo en palabras vacías altisonantes, fue una propuesta liberal en serio, moderna, democrática e institucional. Teniendo tanto para decir en materia de desregulación (algo que también parece gustarle a Trump) de eso, lo mejor de su gobierno, no dijo una sola palabra.

Sin embargo, tanto en el segundo Trump como en Milei sí hay algo que tiene que ver más con el futuro que con el pasado: es el apoyo total de ambos a los genios tecnológicos de Silicon Valley, hoy arrastrados hacia la política y hacia Trump por la mano de Elon Musk.

Milei tiene buena parte de razón en criticar la globalización surgida en los años 90, porque devino una globalización fundamentalmente financiera (la política quedó en manos de los estados nacionales, cada vez con menos poder, mientras que la economía especulativa se hizo mundial y más poderosa que la política: un Ceo llegó a ser más importante que un presidente y a ganar honorarios inmensamente más grandes). Sin embargo, la globalización dominada por las finanzas explotó en 2008 (las hipotecas subprime y los grandes banqueros irresponsables) debido a la absoluta incapacidad de conducirla de esos banqueros y los Ceos. Y entonces fueron los Estados los que tuvieron que rescatarlos. La política al rescate de los primeros dueños de la globalización. De eso (salvo del rescate político) Milei habló en su discurso y lo que dijo fue en lo esencial correcto.

Sin embargo, fuera de la política, se fue desarrollando otra globalización: la tecnológica porque sus redes se extendieron por todo el mundo. Pero, a diferencia de los globalizadores financieros, los globalizadores tecnológicos en vez de perjudicar con su expansión internacional, hicieron progresar tecnológicamente a todo el mundo. Además siempre hasta ahora renegaron de la política y más bien soñaban con un anarquismo utópico antiestatista como forma de organización social. Pero como a la política hoy todos dicen odiarla pero a la vez todos quieren formar parte de ella, Elon Musk les propuso a sus colegas entrar (más bien los “apretó”) en política de la mano de Trump. Por eso, además de megamillonarios y expresidentes norteamericanos y algunos aliados externos, a la asunción del nuevo emperador yanqui asistió la plana mayor de los dueños de las redes sociales.

El proyecto de Musk es mucho más desmesurado que el de la dupla Trump-Milei. El hombre más rico de la humanidad propone convertir el anarquismo utópico tecnológico en el dominio del mundo por la información que manejan. Como los villanos de las películas de James Bond. Pero para eso busca aliarse con la política, gran contradicción.

Lo cierto es que hoy los multimillonarios globalizadores tecnológicos son unos de los principales soportes de un nacionalista antiglobalizador pero no por ello aislacionista, sino expansionista. El segundo Trump no es igual que el primero, éste más que aislarse quiere ampliar su nación todo lo que pueda territorialmente, pero además subordinar al mundo con la idea hoy un tanto delirante - o cuando menos demodé- de que el mundo necesita más de EEUU que lo que EEUU necesita del mundo. Ya lo dijo de América Latina. Lo que quiere es colaborar menos con Occidente y que Occidente colabore más con EEUU, que le paguen al gran imperio si quieren su protección.

Es el broche de oro al fin de la ideología del Estado Benefactor, el cual se inició con el Plan Marshall, que en su momento fue una genialidad: en la primera guerra mundial los vencedores le quisieron hacer pagar a los perdedores los costos de la guerra. A la larga eso generó más resentimiento y otra guerra peor. En la segunda guerra, los EEUU, en su mejor momento, decidieron que en vez de cobrarle a los perdedores, les darían la plata para reconstruirse porque de ese modo el capitalismo se expandiría por el mundo a expensas del comunismo. Fue una apuesta crucial y exitosa. Pero hoy Trump quiere volver a épocas anteriores: a que el mundo le pague a los Estados Unidos por su protección, en vez de Estados Unidos ayudar económicamente al mundo libre. Ya no habrá más planes marshalls. Trump no buscará colaborar con los europeos y el resto de Occidente para salvar al capitalismo liberal y democrático de su nuevo rival, el capitalismo estatista chino. Él piensa sólo exigirles sumisión a sus aliados, en el imperio que se propone construir, o reconstruir.

Ahora bien, así como la globalización especulativa fracasó por su avaricia y su incapacidad para conducir al mundo desde las finanzas, la globalización tecnológica si se propone conducir al mundo desde sí misma, también fracasará. Y con ella Trump y Milei si se aferran demasiado a la misma. Musk puede a la larga, ser un mal negocio para ambos, políticamente hablando.

Al inicio de esta nueva era se decía que estábamos entrando en la sociedad del conocimiento y de la información, en una traslación a la sociedad de la lógica de la parte central del ser humano, su cerebro (como la rueda y luego el auto copiaron a los pies, el teléfono al oído o la fotografía y el cine a la vista, a los ojos). Por lo tanto, muchos imaginaron que se acercaba una república mundial donde todos seríamos más sabios. Pero la sociedad del conocimiento nunca llegó, sólo llegó la de la información, más bien la del exceso de información. Una ultratecnología que produjo progresos materiales notables (como todas sus antecesoras) pero que no generó más conocimiento sino más ruido y por ende menos capacidad de escuchar y en consecuencia, más ignorancia, que cultura o saber.

Por eso es falso que los Elon Musk quieran acabar con el predominio de la desinformación que se supone dan los medios de comunicación tradicionales. Ellos quieren ser los dueños de los nuevos medios que dan, es cierto, más interacción a los públicos, pero que la información que producen es patética. En vez de aprovechar las potencialidades positivas conjuntas de ambas formas de producir información (como hoy hace el cine y la televisión con las nuevas plataformas digitales) lo que quieren es poner en guerra a unas contra otras y para eso se meten en política. Porque ellos no quieren mejorar las formas de comunicación, sino que buscan dominar el mundo a través de la información y su manipulación, o sea hacer lo mismo de lo que sostienen siempre hizo el periodismo tradicional. Eso es Elon Musk. Del cual hasta Trump y Milei deberían cuidarse, no por las maravillas tecnológicas que produce junto a sus colegas, sino por su acercamiento a la política. Lo segundo puede arruinar lo primero.

Porque aunque no le guste a Milei ni a Trump, la globalización, que por otro lado es inevitable (seguirá su imparable curso), nunca funcionará si es meramente financiera o tecnológica. La que debe globalizarse es la política, que es aquella parte de la actividad humana que desde que el hombre es hombre, ha conducido a las sociedades, para bien o para mal. Y eso nunca podrá cambiarse. La globalización antipolítica no tiene sentido, porque su reemplazo son los Ceos especuladores de las finanzas que quiebran lo que tocan, o los tecnólogos como Musk que buscan dominar el mundo con sus redes como los villanos a los que combate el agente 007. Pero el mundo no es una historieta.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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