Sus amigos en el Oriente Medio le pagaron los favores con la foto que usará para buscar la reelección y aspirar al Nobel de la Paz. Donald Trump obtuvo la postal con dirigentes árabes e israelíes en los jardines de la Casa Blanca que tuvieron Jimmy Carter en los ’70 y Bill Clinton en los ’90. La diferencia es que en aquellas postales aparecen líderes árabes y en la de Trump sólo cancilleres.
Fue el presidente egipcio Anuar el Sadat el que estrechó la mano de Menaguen Beguin en 1978, mientras que el rey Hussein de Jordania y después Yasser Arafat lo hicieron con Yitzhak Rabin cuando terminaba el siglo XX.
En la postal de Trump, sin apretones de manos por el coronavirus, no estuvieron el rey de Bahrein, Hamad bin Iza al Jalifa, ni el emir de Abu Dabi y presidente de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Jalifa bin Zayed al Nahyán. Tampoco estuvo el principal impulsor en EUA: el emir de Dubai y vicepresidente Mohamed bin Rashid al Maktoum.
A diferencia de Sadat, Hussein I y Arafat, ninguno quiso quedar retratado en un acuerdo que tiene un aspecto controversial: viola la disposición de la Liga Árabe del año 2002 que estableció no reconocer a Israel hasta que acepte las fronteras previas a 1967 y un Estado palestino.
En la postal, donde junto a Netanyahu y Trump debían aparecer los jefes de Estado de Bahrein y EAU, aparecen sólo sus ministros de Relaciones Exteriores. Un dato revelador, pero que no invalida la importancia geopolítica del acuerdo ni la energía que podría brindar a Donald Trump en la recta final hacia los comicios.
Las monarquías sunitas y el primer ministro israelí entregaron a Trump un instrumento para sumar votos en las urnas y apoyos en el Comité Nobel, porque a ellos les conviene que sea reelegido. Desde que ocupó el Despacho Oval les hizo los favores que pidieron. Como romper el acuerdo nuclear con Irán y restablecer las sanciones. A Netanyahu le hizo un favor enorme para la derecha israelí al trasladar la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén, reconociéndola como capital. Y al hombre fuerte de Arabia Saudita también le hizo un favor: cajoneó los informes de la CIA que confirman su responsabilidad en el asesinato de Jamal Kasoggi, además de actuar como lobista para salvar del aislamiento y de sanciones internacionales al príncipe que ordenó el crimen perpetrado en Estambul. Eso lo hizo merecedor de un plus de agradecimiento de Netanyahu y de Mohamed, convertido en aventón para un Nobel y la reelección.
Por cierto, estuvieron las gestiones de Jared Kushner para apurar el acuerdo y hubo un incentivo para convencer a EAU: permitirle comprar F-35, avión furtivo que es un arma aérea formidable. Pero el acuerdo que reformula el tablero geoestratégico del Oriente Medio no se alcanzó por la mediación de Trump, sino por una decisión de Arabia Saudita. La tomó al entender que la única forma de enfrentar al eje chiita, es aliándose al país de mayor poderío militar en la región: Israel. Los tanques sauditas salvaron a la monarquía sunita de Bahrein en 2012, cuando aplastaron las protestas de la mayoría chiita en Manama. El rey Hamad no haría nada que contradiga al mayor reino arábigo. Tampoco los emiratíes. Y fue en los palacios de Riad donde se decidió sumar el poderío israelí al frente sunita para contener a Irán. Esto hubiera ocurrido con o sin Trump, pero mostrarlo como gran artífice para ayudarlo a derrotar a Biden, tiene lógica para los gobernantes que fueron beneficiados por sus políticas en la región.
Difícil que le den un Nobel a un adherente fervoroso a los lobbies armamentistas domésticos, que ampara a los racistas y manda militares a perseguir inmigrantes y separarlos de sus hijos en la frontera con México. En todo caso, una razón sería la retirada de militares de Irak y Afganistán. Por haber prometido eso que luego no pudo cumplir, le dieron el Nobel a Obama. En definitiva, retirando tropas y esquivando involucrarse en conflictos, Trump se contrapone al gravitante “complejo industrial-militar” que había denunciado Eisenhower al concluir su presidencia. Tampoco sería un total impedimento el aporte de su negacionismo al calentamiento global. A Theodore Roosevelt se lo dieron por mediar en la guerra ruso-japonesa de 1905, a pesar de haber alentado la guerra contra España para quitarle Cuba, Puerto Rico y Filipinas, además de la injerencia en Panamá para separarla de Colombia en 1903.
Ahora queda ver qué impacto tiene la postal de la firma del acuerdo árabe-israelí, en el Comité Nobel y en las urnas de noviembre.
*El autor es Politólogo y escritor.