En 1997 se estrenó la decimoctava película de James Bond llamada “El mañana nunca muere”. El argumento hoy resulta muy interesante por su actualidad.
En esa oportunidad, el agente 007, un espía al servicio secreto de su Majestad Británica (pero por extensión en defensa de los valores de Occidente contra los malvados que pretenden destruirlo, en general superempresarios malísimos aliados con los países totalitarios), se enfrenta a un villano peculiar, llamado Elliot Carver, un magnate de los medios de comunicación social que pretende usarlos manipulando a todos sus públicos, para así comenzar la tercera guerra mundial, a través de la cual él espera dominar la humanidad entera (ambición que tienen la totalidad de los villanos de la serie Bond). Carver es poseedor de un multimedios enorme, y a través del manejo unidireccional de las noticias pone en jaque a cualquier gobierno u organización internacional. Quiere ser emperador del mundo a través de los medios de comunicación. Por supuesto, como siempre, al final el representante de las democracias occidentales derrota al conspirador y evita por enésima vez que la humanidad quede en manos del mal.
Ahora intentemos trasladar ese escenario ficticio a la realidad presente.
Elon Musk quizá no sea un villano pero tiene las mismas ambiciones de Elliot Carver en conquistar el mundo, sólo que en vez de ser un magnate de los medios de comunicación convencionales, lo es de las redes sociales, hoy en pugna contra el periodismo clásico, al que busca reemplazar. Y que en vez de estar enfrentado a Occidente, es socio del que desde enero será el presidente de la democracia más poderosa de Occidente (y él uno de sus ministros). Pero a Musk y Trump los une el mismo deseo de luchar contra la casta política “socialdemócrata” o “woke” (léase comunista) occidental, tanto la norteamericana, como la del resto de América y la europea (aunque, claro, también a diferencia de James Bond, a veces para luchar contra la socialdemocracia occidental Trump suele unirse con déspotas “orientales” como Putin).
En esa lucha global cuentan con el simpático apoyo del presidente de Argentina, Javier Milei, que también persigue los mismos tres objetivos: Uno, enfrentarse contra las castas políticas (contra la argentina desde su gobierno y contra las mundiales desde los foros internacionales donde casi siempre vota en soledad, a la espera del acompañamiento trumpista). Dos, poner a las redes sociales a combatir contra los medios clásicos de comunicación. Y tres, conquistar con sus ideas al mundo, al que supone casi enteramente dominado por la izquierda y el comunismo, sintiéndose -el argentino- junto a sus dos aliados yanquis, los únicos representantes de la libertad. Son por ende, a la vez, Elliot Carver y James Bond en uno solo. Conquistadores del mundo como Carver y luchadores por la libertad como 007. La realidad ha copiado a la ficción, pero también la ha superado.
Así como para algunos no hay mejor enemigo que el enemigo muerto, para Milei no hay mejor periodista que el que no le pregunta nada, sino que solamente la presta el micrófono para que diga lo que quiera sin interrupciones. Todos los demás son enemigos, y por eso deben morir. Cree que las redes son el antídoto y que son suyas como también lo creen Trump y Elon Musk. Pero las redes son incontrolables políticamente, por su propia lógica. La nueva derecha estatal y/o tecnológica pretende ponerlas a su servicio tras objetivos políticos. Sin embargo, no es lo mismo que las redes liberen fuerzas y permitan hablar a todo el mundo con todo el mundo rompiendo todo a su paso y cuestionando todo lo tradicional, a que puedan ser conducidas políticamente por miembros marginales de las elites. Las redes no crean poder político, sino que liberan poder social y eso es bueno aunque haya que soportar tantas cosas desagradables de quienes nunca se hicieron escuchar antes y están llenos de bronca, por lo que ahora insultan más que opinan. Milei y sus socios del norte creen poder controlarlos para destruir la prensa, pero eso es un imposible. Esos outsiders expresan muy bien a las masas atacando con éxito a las instituciones en crisis por haberse alejado y separado de sus públicos hoy muy enojados tanto con los dirigentes como con las instituciones que ellos representan, pero no pueden usar de armas a las redes para dominar el mundo con sus estrafalarias ideologías, porque las masas no se dejan usar por nadie en estos tiempos. Más bien, ellas son las que usan, aunque no sea de manera consciente.
Las pretensiones de Musk en erigirse emperador del mundo desde las nuevas tecnologías es una tontería, es más de una película de James Bond que de la realidad. Es cierto que la lógica Silicon Valley es tendencialmente liberal y libertaria porque cree más en la creatividad tecnológica a la que considera más eficiente para el progreso que el poder político y en eso coincide con Milei. No sólo Musk sino también Mark Zuckerberg (que no tiene ambiciones políticas) lo felicita. Ellos, los jóvenes genios californianos, son lo que están creando el futuro tecnológico aunque no el nuevo poder político. Pero Musk quiere ser el amo del mundo, junto con Trump y con la colaboración especial de Milei, como en las películas.
Eso no lo veo funcionando.
Es cierto que las instituciones mientras no se acerquen más a la gente (o las vuelvan a integrar cuando en vez de tender al corporativismo vuelvan a ser republicanas, porque hoy representan mucho más a las corporaciones que al pueblo), seguirán decayendo con Trump, Musk o Milei o sin ellos. Porque a ellos les pasará lo mismo si en vez de liberalizar y desregularizar a través del uso “técnico” de las nuevas tecnologías pretenden utilizarlas para construir poder político e ideológico.
No veo por allí el futuro, sino en una síntesis entre instituciones recuperadas que vuelvan a conducir y servir a los ciudadanos y tecnologías de vanguardia que vayan abriendo -mediante su actividad científica- los pasos del futuro, pero sin pretender conducirlo políticamente. Esa no es su tarea. Pero ese es el proyecto de Musk y Trump del que quiere participar Milei. Permítasenos dudar de su improbable éxito, pero no está en nuestras manos evitarlo.
Gracias a las nuevas tecnologías, se conoce todo de la gente, pero no se los dirige por eso. Las sociedades tienden cada vez más a votar en contra de todo lo que signifique la política y los dirigentes presentes y las primeras alternativas los buscan entre los marginales que encuentren, más que por sus propuestas, para expresar el rechazo hacia los existentes.
Por eso creen los nuevos dirigentes venidos de los márgenes que dominando las redes, las masas las ayudarán a tomar el poder contra las elites tradicionales. Pero estas nuevas masas (que más que masas son públicos, según la inteligente tesis de Martín Gurri) no pueden ser conducidas por nadie, ni siquiera por sí mismas. Muestran a través de las redes más sus instintos y sentimientos que razonamientos, algunos indefendibles, y se expresan como quieren, pero no parecen ambicionar tomar el poder político (sino más bien acabar con el existente en vez de reemplazarlo por otro: de allí la simpatía por los anarcolibertarios que proponen acabar con la política y el Estado y dejar todo en manos del mercado o de la gente misma) y por eso no se dejan conducir. Más bien lo que quieren es cuestionar siempre, al que esté gobernando. Y eso mismo les puede pasar a los marginales cuando interactúen con la casta a la que supuestamente vienen a destruir, pero que en el caso de triunfar sólo la cambiarán por una nueva casta, nunca entregando el poder al “pueblo”. Es que las masas hoy solo aceptan cuestionadores, no constructores, es la novedad política.
Las nuevas masas o públicos en las redes encontraron el lugar donde liberar sus energías. Como las redes las inventaron en general jóvenes tecnológicos libertarios que no creen en el Estado y en la política sino en la libertad creativa como motor de la sociedad, por allí aparece alguno, que al modo de Elliot Carver busca transferir ese poder tecnológico a la política y desde allí dominar el mundo convirtiéndose en su nuevo amo a través de sus medios. Como le fue a Carver le irá a Musk, pero no por obra de James Bond, sino de las mismas masas a las que difícilmente podrá controlar como él imagina.
No es que los poderosos no puedan usar las redes para sus beneficios. Son los que las inventaron y se hicieron ricos con ellas como modernos empresarios que empezaron en pequeños garajes y vestidos con gastados jeans y desde allí construyeron verdaderos imperios tecnológicos. Pero los contenidos son producidos por las masas o públicos en forma anárquica y desordenada. A través de las redes pueden hablar y decir lo que quieran. Y en la inmensa mayoría de los que usan las redes, las emociones son más poderosas que su utilización. Quien detecta sus orientaciones las puede intentar poner a su servicio, pero los públicos varían de opinión con la velocidad del rayo. Es como la tevé, al principio la teoría conspirativa pensaba que la tevé te lava la mente porque se suponía que el que establecía todos los contenidos era el “emisor”, el que maneja los medios. Pero luego con el tiempo se le fue sumando una teoría más sensata: el que más influye es el propio “receptor”, el espectador, que es medido con las encuestas de audiencia y en base a lo que los receptores quieren es cómo adaptan las programaciones.
La idea de un mundo donde una tecnología o una mente maligna domine las mentes es propio de las películas de James Bond. Y de todas las teorías conspirativas, que son las más divertidas de ver en las obras de ficción pero muy difícil de verificar en la realidad. Ni con la tevé ni con las redes.
*El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar