Mientras echo raíces en esta amada provincia que me acoge como pastor, sueño con ustedes, la Mendoza del futuro que construimos entre todos.
Mendoza, aquella ciudad de barro[1] se edificó sobre la sabiduría de los pueblos originarios que nos legaron la técnica de irrigación para el aprovechamiento del agua tan escasa. Paradójicamente se desertificó el rincón donde se había confinado a sus descendientes. El olvido desagradecido de las raíces agrieta la sociedad e invisibiliza aquella sabiduría primordial.
La Mendoza moderna, oasis del Oeste Argentino, se construyó de espaldas a las ruinas del terremoto de 1861, lugar marginado hasta hoy en la misma ciudad. El pasado que se quiso cancelar y nos cuesta integrar.
Las instituciones provinciales se forjaron sobre los ideales liberales del siglo XIX, relegando muchas veces la riqueza del catolicismo al interior de casas y templos.
Desconocer de dónde venimos, sirve “para construir relatos ad hoc, relatos de identidad y relatos de exclusión”[2]. Para edificar algo nuevo, nos debemos una valoración más profunda de las múltiples tradiciones que nos conforman.
Como Iglesia Católica proponemos la centralidad de la persona humana y el dinamismo del Evangelio de Jesucristo que impulsa a muchos mendocinos en su compromiso por una sociedad mejor. Lo hacemos con convicción y por amor a esta tierra y su gente, regalos del mismo Dios.
[1] Ponte, Jorge; Mendoza, aquella ciudad de barro, Mendoza, CONICET, 2008
[2] Francisco, Carta sobre la renovación del estudio de Historia de la Iglesia, 21/11/2024
(*) El autor es arzobispo de Mendoza y flamante presidente de la Conferencia Episcopal Argentina