“Se usa la expresión popular “estar en el limbo” para indicar que una persona está desconectada de la realidad que lo rodea o un lugar misterioso donde acontecen cosas inexplicables”.
En la celebración del día del militante, Cristina Fernández dio un discurso bastante insustancial y reiterativo (como todos los que viene dando últimamente que cada día aburren más pese al histrionismo que la caracteriza).
Pero algo lo distinguió. Aunque no agregó un solo contenido nuevo, de un punto de vista simbólico llevó al extremo la tendencia que expone desde que dejó de creer que Alberto Fernández la podría salvar de sus problemas con la Justicia y decidió salvarse directamente ella: la de la autorreferencia absoluta, la de confundir de forma total al peronismo e incluso al país con ella misma. La de personalizar la política nacional de un modo que nadie había osado nunca. En un intento desmesurado, casi sobrehumano, aunque la movilice la desesperación.
Ya había hecho cómplice al peronismo todo de anteriores trapisondas, como cuando le ordenó votar una traición a la patria: el pacto con Irán. Y una medida para cubrir un desfalco de Amado Boudou: la estatización de Ciccone. Pero en ambos casos no pedía directamente por ella como lo hace ahora en que lo único que quiere es evitar las condenas judiciales que se le aproximan. Salvarse sola implicando a todos en sus cuitas personales.
La primera operación discursiva curiosa que realizó fue la de suprimir un tiempo histórico: el presente. Habló del maravilloso pasado que se vivió en sus presidencias y luego prometió repetir y mejorar ese casi paraíso por el edén completo en el futuro. Y eso lo hizo de modo abstracto con una consigna gestada a través del marketing comercial: “La fuerza de la esperanza”, que no dice nada, salvo insinuar su retorno -como el Perón al que homenajeó- a una tercera presidencia. Sólo que el General volvía de 17 años de exilio forzado en el extranjero y ella está en un gobierno de la cual es vicepresidenta, creadora, mentora y jefa política. Pero precisamente ese es el tiempo histórico que suprimió a lo largo de todo su discurso: anuló el presente, ni siquiera se mostró como opositora. Directamente lo excluyó o en todo caso lo caracterizó como una continuación del gobierno de Macri cuando dijo: “el tobogán en que el país se sumió en 2015 (cuando ganó Mauricio Macri) sigue en caída”. O sea que seguimos en el infierno. Mientras que ella, Cristina, habló desde el limbo.
En plena contradicción con tamaño delirio argumentativo, así como De la Rúa se fue en helicóptero, ella vino en helicóptero presidencial a un acto partidario. Y vino como presidenta a cargo porque Alberto Fernández estaba en el extranjero. Hablando frente a miles de “militantes” (aparte de los meros empleados públicos arrastrados en masa) de los cuales prácticamente la totalidad ganan fabulosos sueldos en el gobierno del “okupa” como funcionarios políticos del mismo.
Todas las consignas fueron un continuo negar la existencia del actual presente: “era tan diferente cuando estabas tú”, “luche y vuelve”, “podemos volver a hacer una gran Argentina, porque una vez lo hicimos”, etc. etc.
Ni siquiera se mostró como crítica del gobierno de Alberto, sólo declaró su inexistencia ubicándose en un tiempo abstracto donde no se presentó como oficialista ni opositora. Se puso por encima de los tiempos y encima de todos, incluso del país. En el limbo.
Una proeza espectacular y desfachatada si no fuera por la pequeñez de sus miras (nada más que salvarse ella y su familia, aunque el mundo estalle). Para no decir que no tiene nada que ver con este tiempo y este gobierno, decidió hacer desaparecer de la historia este tiempo y este gobierno.
Así como el 17 de noviembre de 1972 Perón regresó a la Argentina para preparar su retorno definitivo que se concretaría un año despues, Cristina el 17 de noviembre de 2022 insinuó que, repitiendo a Perón, regresaría un año después, en 2023. O sea, que al tiempo presente, además de identificarlo con el de Macri, también lo identificó con el de Lanusse. Para lo cual tuvo que borrar su participación en el gobierno de Alberto. Y para eso nada mejor que hacerlo desaparecer. Y ella definirse como una extraterrestre atemporal venida del pasado para marchar hacia el futuro, salteando o negando el horrible presente, aunque fuera gestado casi exclusivamente por ella.
En todo el discurso se dedicó a hablar de sí misma como sinónimo de la Argentina entera. Dijo que con el intento de magnicidio hacia su persona se quebró el pacto democrático nacido en 1983, aunque no tenga la menor prueba que alguien de la política haya atentado contra ella. Pero como ya lo dijo frente a otro magnicidio que sí se efectivizó, el de Nisman: ”no tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas”.
Y a fin de que entendieran quien es realmente ella, les advirtió a los peronistas que sin su liderazgo ellos son nada, cuando dijo: ”Sin Cristina, hay peronismo posiblemente dividido, fracturado, enfrentado, inocuo e inutilizado para cualquier proceso de cambio”.
El contenido programático de su alocución fue uno y nada más que uno: combatir contra el Poder Judicial hasta su exterminio, del modo en que sea, como demostró esta semana al desobedecer y alzar sus tropas contra un fallo de la Corte Suprema. Lo cual es coherente con su práctica actual porque ya hace tiempo que dejó de ser hasta vicepresidenta, para dedicarse full time a defenderse de las acusaciones en su contra. Y esta semana vino a exigirle al peronismo todo que se implique en su lucha personal-familiar.
Dijo que la Corte cumplía hoy el papel de la Junta Militar durante la dictadura, acusó a los jueces de ser responsables de la inflación y de la inseguridad que sufrimos. También de los femicidios. Y propuso que los jueces sean elegidos no según lo dicta la Constitución (que ella avaló en la reforma del 94) sino como los políticos.
Con un tono soberbio y altanero pero lastimero y con visos de desesperación, le pidió ayuda a todos los peronistas e incluso convocó al resto de las fuerzas políticas a un gran acuerdo para cumplir su programa, que se reduce, en el fondo y en la forma, a suprimir la Justicia que supuestamente la quiere meter presa. Como Perón quería acabar, del modo en que sea, con la dictadura de Lanusse, Cristina quiere acabar, del modo en que sea, con la dictadura de Rosatti. Ese fue el único objetivo de su discurso.
“El Estado soy yo” de Luis XIV se vuelve insignificante frente a la pretensión cristinista de confundir al Estado y a la Nación toda con su persona. Lo cual sería absolutista pero entendible si fuera, como en el caso del rey sol, a fin de realizar una determinada política para Francia desde su persona. Pero Cristina quiere exactamente lo contrario: realizar una determinada política para su persona implicando en ella a la Argentina entera.
Cristina sigue siendo, aún en su probable decadencia, la política más importante del país y lo lleva siendo hace mucho tiempo. Por eso es muy difícil de entender que la dirigente más poderosa de la Nación dedique todas sus fuerzas a un objetivo tan pequeño, menor y egoísta, como salvarse sola, amenazando con que si no salva ella no se salvará nadie. Porque sin ella el peronismo se partiría en mil y el país caería de nuevo en la violencia predemocrática. No es necesaria tanta agua para apagar tan poco fuego.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar