Maradona no fue solo uno. Repasemos. El del sueño de jugar un mundial y además, claro, ganarlo. El de la furia del 82. El de la perfección del 86. El de las cejas depiladas y vinchita. El excedido de peso; el excedido de todo.
La Argentina tampoco es una sola. El granero del mundo. La infame. La potencia mundial. La impotencia mundial. La de la furia del 82. La de la primavera alfonsinista. La de un dólar-un peso. La de la crisis económica; la de la crisis en todo.
Fiorito y Dubai.
Hiperinflación y “deme dos” en Miami.
El campeón y el que no soportó esos 60 años de talento y desborde.
La Argentina “primer mundo”... y la que no puede organizar ni un funeral.
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La desmesura fue el denominador común de todos los Diegos. “Esto me gusta. Sin periodistas, sin firmar autógrafos me muero”, le dijo a un colega de Boca en un multitudinario entrenamiento, en su último regreso.
El escándalo fue otra droga para él. Fue el alimento de sus demonios. ¿Cómo sobrevive un hombre que tocó el cielo tan joven? ¿A dónde te lleva esa sed de ir por más?
Una carrera contra la depresión, porque llega una hora en la que no hay más motivación en el universo ante tanto pasado. Sí, esa carrera fue una de las pocas que perdió en su vida. Y sabiendo, desde hace mucho, que no había manera de ganarla.
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De todas las fotos de Diego hay una que es mi preferida. Se lo ve embarrado desde los rulos hasta la punta del botín.
¿Vieron? Ya no hay fotos de jugadores de fútbol cubiertos por el fango. Debe ser porque las canchas drenan mejor. O porque los players se cambian la ropa y se peinan en el entretiempo. O porque ya nadie le pone tanto el cuerpo; porque le escapan al barro, bah.
La discusión de quién fue mejor, Messi o Maradona, es absurda. Lionel es producto de un fútbol moderno y reina en ese contexto. Es el astro de un deporte exigente y profesionalizado. Que no permite desbordes ni goles con la mano (odio el VAR). Un fútbol ni mejor ni peor. Distinto. Un fútbol en el que ya no hay fotos de jugadores embarrados.
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(Otra anécdota. Aseguran que Messi aprendió a patear tiros libres con Diego DT de la selección. “Lio, cuando vos le entrás a la pelota, no le saqués el pie tan rápido, porque si no ella no sabe lo que vos querés. No hay que tratarla de cualquier manera”, fue el consejo)
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Mi anécdota favorita no es ninguna de las que pasó ni de esas hilarantes que incluyen a Ruggeri, bidones tóxicos, ni épicas que narran trampas con la mano. En ésta, él es Pelusa. Y la protagonista es la Tota, su mamá. Sucedió en Fiorito. La cosa estaba peliaguda para los Maradona, gente de trabajo y de ingenio para parar la olla en un conurbano feroz. “Recién a los 13 me di cuenta que mi vieja nunca había sufrido del estómago -contó el 10 a Jorge Guinzburg-. ¡Nunca tuvo ese dolor en la cena!, siempre quiso que comiéramos nosotros. Y, cada vez que nos sentábamos a la mesa, decía: ‘yo no como, me duele la panza’. ¡Mentira!, era porque no alcanzaba. Por eso la amo a mi vieja”.
Diego la extrañó demasiado a la Tota. Rodeado de amores de plástico, se debe echar de menos esa mirada que, de tan sincera, mentía piadosamente.
“¿Los argentinos me siguen queriendo?”, preguntó en su última entrevista, hace semanas.
Desde su nacimiento en una villa, hasta su adiós en un velorio desencajado, Diego fue tan Argentina, que duele.
Duele que no esté más el tipo que hizo feliz a tantos. El tipo en el que en sus anécdotas, sus demonios, sus peleas, su necesidad de ser querido, nos espejamos todos.
Por eso Diego no fue solo uno; sencillamente porque no pudo. Porque tampoco se lo permitimos.