Testaferro del ajuste

Cristina decidió tercerizar el ajuste y Alberto asumir el rol de dueño exclusivo de una política que, con razón o no, ambos consideran inevitable. Los dos fingen lo que no son.

Testaferro del ajuste
Cristina decidió tercerizar el ajuste y Alberto asumir el rol de dueño exclusivo de una política que, con razón o no, ambos consideran inevitable. Los dos fingen lo que no son.

El testaferro se utiliza para ocultar fortunas y posesiones poniéndolas a nombres de otra persona, pero en la Argentina de estos días es posible plantear, al menos como hipótesis, que Alberto Fernández ha aceptado ser el “testaferro del ajuste” de Cristina Kirchner.

Esto implica plantear que tanto las embestidas de la vicepresidenta contra el presidente como la presunta resistencia de éste para no entregarle el área económica, son en realidad actuaciones de ambos para escenificar distanciamientos y disidencias que no existen, porque Cristina decidió tercerizar el ajuste y Alberto aceptó asumir el rol de dueño exclusivo de una política que, con razón o no, ambos consideran inevitable.

Esta hipótesis explicaría por qué el presidente muestra genuflexión ante todas las embestidas de la mujer a la que le debe el cargo, salvo en el terreno económico. Cuando la vicepresidenta le pidió la cabeza de la ministra de Justicia Marcela Losardo, Alberto Fernández se la entregó en bandeja, a pesar de que se trataba de una funcionaria a la que lo unían vínculos profesionales y amistad personal, además de una confianza vigorosa. También le entregó la cabeza de Juan Pablo Biondi cuando ella la reclamó y sacó de un brusco empujón a Felipe Solá de la Cancillería para hacerle un lugar a Santiago Cafiero ni bien la jefa del kirchnerismo exigió sacarlo de la jefatura de Gabinete.

Si el presidente sacrificó a todos esos funcionarios con los que lo unían lazos de confianza y afecto ¿por qué no entrega a Martín Guzmán, que es el ministro más denostado por la vicepresidenta?

Al titular de Economía, Alberto Fernández recién lo conoció personalmente cuando lo convocó para ese cargo.

Tanto Cristina como su hijo Máximo llevan tiempo acusándolo de negociar mal con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y aplicar una política anti-inflacionaria que está destinada a fracasar porque actúa sobre la variable equivocada. Sin embargo, y a pesar de que son magros los resultados obtenidos por el joven discípulo de Joseph Stiglitz, el mandatario soporta presiones y denuestos para mantenerlo en el cargo.

Por qué un presidente que, para no contrariar a la vicepresidenta, asume posiciones cuestionables en política exterior y se presta a maniobrar a favor de iniciativas tan oscuras como la ampliación de la Corte Suprema a un número de miembros que la inutilizaría, opone una tenaz resistencia a la mujer a la que le debe el cargo en lo que tiene que ver con la economía. Quizá la respuesta sea que, en ese terreno, lo de Cristina y Alberto es capoeira y no una verdadera pelea. La escenificación danzante de una confrontación.

Esta hipótesis implica que Cristina no tiene realmente una política alternativa al ajuste por inflación que está aplicando Martín Guzmán. Y sabe que no la tiene. La vicepresidente es consciente de que no tiene un plan para revertir el abrumador incremento de la pobreza. Pero simula tenerlo. Actúa como si tuviera alternativa a este ajuste empobrecedor, acusando al presidente de negarse a implementar las políticas que ella le reclama.

En esta hipótesis, la mayor genuflexión de Alberto Fernández no está en haber echado a tantas persona de su confianza y estima cuando ella le reclamó echarlos, ni en colaborar con el adefesio que su vicepresidenta pretende hacer de la Corte Suprema para frenar las causas en su contra. La mayor genuflexión del presidente está, por el contrario, en el único punto en el que aparenta defender con dignidad posiciones propias y resiste la presión sofocante que le aplica la vicepresidenta y el kirchnerismo, porque el pacto que ella le impuso y él aceptó es ser su testaferro del ajuste.

Ese pacto le permitiría a Cristina mantener su imagen de enemiga de los poderes fácticos, el FMI y las grandes empresas. La tercerización del ajuste explica la incongruencia de un presidente que acepta el dictat de quien lo llevó al cargo en todos los órdenes, menos en uno: la economía acordada con el Fondo.

También es una posible explicación de por qué Cristina toma distancia del gobierno pero, al mismo tiempo, ratifica la continuidad del Frente de Todos. O sea, reivindica la coalición de la que es reflejo un gobierno al que considera fallido. ¿Cómo puede ser útil y valiosa la coalición que engendró un gobierno con rasgos esperpénticos porque se ataca a sí mismo y se auto-neutraliza?

Para la militancia y las bases, el problema no es que Cristina lo ataque, sino que Alberto traicionó a su mentora al pactar con los poderes fácticos implementando políticas anti-populares. Esa creencia generalizada sería, precisamente, el éxito de la tercerización del ajuste. Y el próximo testaferro sería Daniel Scioli.

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