Mientras unos pagan como pueden con su trabajo viviendas en nuevos barrios que carecer den servicios, otros toman tierras.
Los jóvenes ven con impotencia que la salida es emigrar.
Hace falta una década de salario para un techo digno y el Instituto Provincial de la Vivienda apenas entregó 16.016 casas en una década.
Cada día vemos con impotencia cómo los jóvenes muestran en las redes que se van, o que se quieren ir, o que piensan que la única salida que les queda es partir.
Vemos cómo lenta pero inexorablemente hay zonas de Mendoza que se van despoblando, sobre todo las rurales, cuando el campo es uno de los motores de nuestra economía.
En 2018, desde Coninagro presentamos un proyecto de ley para Economías Regionales, fundamental si queremos seguir teniendo un país federal y una Mendoza que no pierda lo más valioso que tiene: su futuro, sus jóvenes.
Este proyecto contempla terrenos rurales, una suerte de ProCrear rural para que las familias accedan a terrenos, sobre todo en las zonas alejadas, que se están despoblando.
El proyecto duerme en el sueño de los justos y nadie lo trata, lo que demuestra que, mientras asistimos al drama del exilio de los más chicos y del crecimiento de las villas de emergencias, la política sigue con su juego de internas y de acusaciones cruzadas.
Pero no lee, ni aporta, ni trata una de las propuestas acercadas desde la sociedad civil.
Solo basta con caminar para darse cuenta de la dimensión del drama que estamos viviendo.
Recientemente tuve un encuentro con vecinos de Corralitos que demostró que el problema es aún mayor cuando da igual si se trabaja para pagar una casa y o si no.
Los que han pagado sus cuotas, que se han esforzado y que logran formar un barrio no acceden a servicios básicos.
Cerca de ellos, otra gente “toma” terrenos, marca territorios y finalmente se asienta.
Están en condiciones de igualdad, pese a que uno puso el fruto de su labor diaria y el otro no.
“Están marcando un terreno, y nosotros que tenemos cuotas, que hemos pagado nuestra vivienda, no tenemos servicios básicos”, se quejan angustiados.
Nadie del Estado provincial ni del municipio los escucha y están perdidos entre papeles, contratos y un laberinto que los lleva a la desesperanza.
No tienen voz, y ven cómo da igual trabajar y pagar que tomar y ocupar, con un mensaje nefasto para las futuras generaciones.
Mendoza no cuenta con datos del Censo 2022, pero la proyección de población a enero de 2021 es de 1.922.753 personas.
El Instituto Provincial de la Vivienda, que tiene como fin último garantizar el derecho a un hogar, entregó 16.016 casas en una década.
De esos casi 2 millones de mendocinos, el 80% no tiene recursos suficientes para construir una vivienda al costo actual de la construcción.
Según datos del Ministerio de Trabajo de la Nación, un trabajador registrado con un ingreso neto de $100.000 debe juntar 14,2 años de ingresos para poder acceder a una unidad habitacional.
Es decir que un empleado debe destinar 14 años completos de sus ingresos para tener su propia vivienda en Ciudad de Buenos Aires.
Mendoza no está alejada de esos precios, ya que, con menos de 100 mil dólares, es difícil que una familia pueda acceder al terreno, la casa y todo lo necesario para una vida digna, como baños y cocina.
Ante este panorama pensemos en nuestros chicos.
¿Cómo pueden proyectarse así?
¿Cómo lograrán formar una familia o irse de la casa de sus padres, si es que la tienen?
Muchos de esos chicos crecen en los 200 barrios populares censados en el Registro Nacional de Barrios Populares (RENABAP), sin servicios, sin agua corriente, a veces con techos de nylon, expuestos al frío, al calor y a la frustración.
En algo estamos fallando, y desde hace muchos años.
Nadie mira de verdad a los que menos tienen.
Se hacen nuevas leyes por más derechos, cuando los que ya existen no se cumplen.
Falla el Estado Nacional y sus políticas económicas impredecibles y aleatorias.
Falla el Estado provincial, que pone en igualdad de condiciones a familias que con un enorme esfuerzo pagaron una casa, y tienen las mismas carencias de servicios de alguien que tomó un terreno.
A futuro ambos conseguirán lo mismo: uno trabajó y pagó, el otro no.
Falla la planificación urbana, porque, mientras secciones como la Cuarta en Ciudad se van vaciando, los asentamientos van creciendo hacia zonas con peligros de aluviones.
Es hora de construir, y en el sentido más literal. De tratar las propuestas que hemos presentado desde la ruralidad, un sector que sostiene gran parte de la economía. De abajo hacia arriba, porque la política no da respuestas. Desde la gente. Exigiendo que la dignidad del trabajo se traduzca en algo básico para la vida y el desarrollo como es un techo digno.
* El autor es presidente de Coninagro.