El destino suele esconder trampas y sorpresas que desarman hasta el plan más elaborado y obligan a barajar y dar de nuevo, sin saber qué cartas tocarán. Eso le ha pasado a Rodolfo Suárez, que se imaginaba como el gobernador que haría las reformas profundas que necesitaba la provincia y hoy asume que quedará en la historia como el gobernador de la pandemia.
Aquella ilusión inicial de que el coronavirus pasaría en unos meses o a lo sumo en un año, cuando estuvieran las vacunas, quedó atrás. Hoy sabemos que serán varios años de convivencia y amenaza. Los más optimistas hablan de dos o tres. Justo el tiempo en que Suárez deberá despedirse del sillón que hoy ocupa.
De cómo gestione la contención sanitaria de la pandemia y de cómo pueda morigerar el impacto en la economía dependerá el juicio que haga la historia de su tarea. En este contexto, es casi imposible marcar agenda.
Cada noche, la mesa chica del Gobierno analiza los datos sobre el Covid-19 y toma muy en cuenta la positividad, que en la última semana estuvo en el orden del 32/33%. La anterior había oscilado de 26 a 29%. Por eso hablan de un amesetamiento. “Si se hubiera ido al 40 o 50% ya estaríamos aplicando nuevas restricciones”, confiesan cerca del mandatario.
Igual, los otros números no dejan de preocupar: el último informe semanal fija en 92% la ocupación de las terapias en el Gran Mendoza. Ese porcentaje habla de un resto que no condice con la experiencia de familiares de enfermos que deambularon sin éxito por clínicas y hospitales en busca de una cama.
La cantidad de contagios también alarma: abril va camino a transformarse en el mes récord desde que el 21 de marzo de 2020 el coronavirus se corporizó en Mendoza, como publicó Los Andes el viernes. Superará a octubre del año pasado, cuando fue el temido pico de la primera ola. Pero nada indica que éste sea el pico de la más virulenta segunda ola. El futuro asoma desolador.
Es en este contexto donde se desata una batalla ideológica. Esa antinomia instalada por el presidente, Alberto Fernández, hace un año: salud o economía. Y es en las redes sociales donde los fundamentalistas de uno y otro bando muestran sus miserias.
Los que se oponen a cualquier tipo de restricción o cierre llegan al extremo de sentir “coartada” su libertad porque no pueden salir a las 23 a tomar una cerveza, como si su vida dependiera de ello y olvidando que su derecho termina donde empieza el de los demás.
Los que piden la vuelta a fase 1, lo hacen desde la cómoda poltrona de un puesto estatal, seguros de cobrar su sueldo a fin de mes y sin la necesidad de salir cada día a la calle a ganarse el mango. Son los que ni se enteran de la presencia del fantasma de los despidos, que acecha en el sector privado cuando la facturación cae.
El camino del medio sería el razonable, pero en este país de extremos parece muy difícil que sea el elegido.
Suárez no va a tomar nuevas medidas en lo inmediato. Esperará a ver los resultados del escalonamiento horario y también lo que decide el Gobierno nacional cuando el viernes venza el último decreto presidencial.
Está claro que los contagios masivos no se producen en el trabajo, ni en la escuela ni haciendo las compras.
Es fuera de esos ámbitos donde el virus se multiplica, cuando los barbijos se bajan y las distancias se acortan: reuniones sociales y familiares, juntadas de amigos, fiestas clandestinas y también las fiestas que hasta hace poco estaban autorizadas con un máximo de 250 personas, sin dudas un exceso.
Los datos que le llegan al Gobernador dicen que en los últimos días ha bajado la movilidad y que son muy pocas las denuncias de reuniones o fiestas clandestinas. La gente, aseguran, está acatando la restricción horario. La duda es si con eso basta.
La apuesta oficial al escalonamiento horario en el Gran Mendoza quedó a mitad de camino: Suárez dejó la decisión sobre los comercios en manos de los intendentes, así como Fernández delegó a los gobernadores la definición de nuevas restricciones, y no le fue mucho mejor.
Tres de los intendentes propios (Las Heras, Guaymallén y Luján) le dieron la espalda. Además, los decretos de Capital y Godoy Cruz generan inequidad: se regula a los pequeños comercios, pero no a los grandes. Supermercados y centros comerciales están invitados a adherir, pero no obligados a respetar el horario de 10 a 20. ¿Alguien cree que lo harán?
Esto deja una enseñanza al Gobierno provincial: si quiere que algo suceda, tendrá que tomar la decisión por decreto para evitar dudas y contradicciones dentro de una misma región. Suárez deberá cargar con el costo político si erra y podrá gozar del aplauso si acierta.
Por ahora, la única medida en estudio es volver a restringir las salidas por DNI para bajar la circulación, aunque no de manera generalizada sino para algunas actividades.
Las clases presenciales no se tocan así como ninguna de las actividades productivas. Siempre y cuando, obviamente, la situación no empeore aún más. Aunque la temida fase 1 de hace un año está casi descartada.
Desde el peronismo cuestionan la actitud del Gobernador. Hablan de indefinición, de demorar decisiones como la suspensión de cirugías programadas, la compra de más respiradores y la contratación de hoteles para albergar a enfermos de Covid-19.
El problema que arrastra el PJ para sugerir ideas es el descrédito que ostenta Alberto Fernández, un presidente cuya voz pierde peso a diario después de haber decretado una cuarentena extrema con apenas 128 casos en todo el país y prometer la llegada de 20 millones de vacunas en enero y febrero.
El principal partido opositor niega querer la fase 1, ni siquiera replicar en Mendoza todas las últimas medidas decididas por el Presidente (o mejor dicho, por Axel Kicillof). Sí creen que debería plantearse un cierre de todas las actividades a partir de las 20.
También proponen limitar las clases presenciales a la escuela primaria. La secundaria, dicen, debería ser exclusivamente virtual por un tiempo, porque una vez que salen del colegio los adolescentes suelen compartir largas tertulias afuera.
La continuidad de las clases presenciales igualmente tiene otro desafío por delante, no sólo la multiplicación de contagios: el frío. La necesidad de tener las ventanas abiertas hace dudar sobre cuánto más podrán seguir los chicos en las aulas. Hasta ahora hemos gozado de un otoño benigno, casi cálido. Pero los dos o tres días que hizo frío, las maestras veían en las escuelas cómo tiritaban sus alumnos, pese a las camperas puestas y las estufas prendidas.