Son un patrimonio de Mendoza, pero nosotros últimamente las usamos para tirar nuestra basura

Son un patrimonio de Mendoza, pero nosotros últimamente las usamos para tirar nuestra basura

Son un patrimonio de Mendoza, pero nosotros últimamente las usamos para tirar nuestra basura

Nuestras acequias vienen de tiempos remotos. Los huarpes fueron los iniciadores allá cuando Mendoza no tenía ni pinta de ser ciudad. Ellos fueron, seguramente con trabajos a prueba y error, los que le extrajeron el agua al río Mendoza para fundar los canales que la llevaran a sus sembradíos. Después los españoles perfeccionaron el sistema hasta construir lo que hoy se llama la Toma de los Españoles, en Luján.

Cuando llegó Pedro del Castillo a fundarnos -porque hasta entonces estábamos desfundados- plantó su tronco famoso en los territorios de los caciques acequieros, que eran, Guaymare, Allayme y Estévez. La sustancia vital para la supervivencia de cualquier emprendimiento era el agua, y cada cacique tenía una acequia que bañaba sus cultivos.

La mayoría de las ciudades que fundaron los españoles en territorio nacional fueron a orillas de un río, menos Mendoza. Mendoza se fundó al lado de ríos que hicieron los hombres. Muchas de aquellas ciudades tuvieron acequias que regaban sus primitivas calles. Pero fueron tapadas. Quedó Mendoza, nada más, con sus acequias al aire libre que cubren gran parte de la ciudad en un laberinto de vías de agua que propiciaron, sin duda, los vergeles que hoy ostentamos en la provincia.

Es una de las sorpresas que se encuentran los turistas cuando nos visitan: la presencia de las acequias. Algunos pretenden que sean declaradas Patrimonio Cultural de la humanidad por todo lo que significan.

Mucho se ha escrito sobre ellas y es bueno recurrir a los trabajos de Ricardo Ponte para conocer mucho más de su historia y detenerse en las curiosidades que las rodean. Fueron hechas para conducir el agua, sin embargo, desde hace mucho tiempo atrás, los mendocinos las hemos tomado para desprendernos de los desperdicios.

Las hemos metido en las cuecas y las tonadas y sirven como certificado de identidad. Aquel que nunca se haya caído en una acequia no es mendocino. Son las acequias, venas llenas de vida que nos recorren. Da ganas de decirles un poema: "Si quiero encontrar a Mendoza / y embriagarse con su esencia, / caminando cielo y verde, / debo seguir las acequias ".

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