A fin de siglo, Manuel Castells popularizó el concepto “sociedad de la información”, hoy hablamos de “sociedad del conocimiento”. Pero ¿qué implica la transición?
En la base están los datos, que dan cuenta de la realidad. Cabe preguntarse a qué realidad nos referimos: la nuda realidad física, aumentada, virtual, web semántica o metaverso.
Hacer de los datos información, requiere considerar el contexto de quién accede. El mismo dato para mí o para Zuckerberg adquiere un potencial de valor muy diferente. Construir información es una función de la inteligencia humana: conocer, ¿pero conocer qué, cómo, cuándo, para qué?
Al menos en nuestros países subdesarrollados la mayoría de los contenidos de la educación no apuntan al desarrollo de la inteligencia individual o colectiva.
Tampoco basta con saber, es necesario tener conciencia de aquello que sabemos, tanto como de lo que ignoramos y aún de aquello que se ignora que ignoramos. Es claro que nunca se podrá alcanzar una certeza absoluta.
Las fuentes de producción de conocimiento se incrementan constantemente, como ser: la genómica, informática: cognitiva, HPC y cuántica; Big Data, IoT, Redes Sociales, Microbiología; espacial (telescopio James Webb) y muchas otras. Pero es la convergencia de los mundos de los bits, las neuronas y los qubits lo que acelerá en forma exponencial los descubrimientos a velocidades imposibles de alcanzar por sí solos.
Gerd Leonard nos introduce a los riesgos de los datos: como el metaverso que reemplaza relaciones y experiencias humanas por simulaciones altamente monetizables, reduciendo la vida a bases de datos, gráficos y conveniencia generada por IA. Como experiencias singulares de empoderamiento humano, permiten obtener nuevas riquezas, a costa de nuestra propia humanidad.
Otro riesgo radica en la propiedad de los datos. Estos se encuentran en las redes -técnicamente “tierra de nadie”-, un espacio sin banderas como la globalización, pero acceder a ellos de intermediarios, los navegadores, Google, Facebook, Telegram, TikTok u otros. Los datos personales, que nos identifican, localizan, revelan gustos, preferencias, relaciones, intereses, compras o mensajes en teoría nos pertenecen, pero quienes los reúnen, integran y explotan son dichas corporaciones. Generando un nuevo tipo de dependencia ya que difícilmente se podría vivir sin estos servicios. Cédric Durand, afirma: “Esta combinación entre las economías de escala y la acumulación originaria de los datos, es la fuente de la extrema monopolización en la era digital”
Un riesgo aún mayor es la invasión del ámbito privado por la policía de las acciones personales, como el sistema de crédito social chino, que monitorea toda actividad individual; (económica, social y política) aplicando recompensas y castigos, sin intervención judicial alguna.
La pandemia revalorizó toda la ciencia. Donde destaca la ciencia de datos, su campo es transversal, sus métodos, procesos, algoritmos y sistemas relevan información de datos estructurados y no estructurados, vinculando muchas disciplinas y la situación actual y futura, tanto del individuo como grupos, sociedad, corporaciones, gobierno, entre otros.
El viejo método racional de explicar los fenómenos por sus causas, deviene obsoleto frente a una diversidad causal imposible de relevar, considerando que la correlación no es causalidad; pero la confianza ciega en la ciencia es sólo otra forma de romanticismo. Karl Popper hace un siglo, advertía que la ciencia simplemente falsea, pero nunca prueba. Para el pensamiento crítico, el verdadero trabajo de la ciencia no es establecer verdades de manera definitiva, sino refutar las falsedades de manera definitiva.
La revolución analítica procesa los datos en tiempo real para generar tecnologías valiosas para corporaciones, ciudades, países e instituciones públicas y privada a nivel global. Ésta convergencia de las revoluciones científicas e informáticas acelerará la tasa de descubrimiento científico como nunca antes, y seguramente ampliará el rango previo a la pandemia de descubrimiento que alcanzan el estatus de producto o proceso. En medicina solo el 5% de los nuevos descubrimientos llega a nivel de desarrollo.
Si no cualquier dato es valioso, cabe preguntarse quién lo formula, con qué intereses. ¿La crítica de la ciencia es selectiva o se enfoca contra de los intereses del proponente? ¿El que proporciona el dato, lo ha comprobado adecuadamente; lo ha puesto en duda?
Quizá por todo esto, es que para caracterizar los tiempos que nos toca vivir, nuestro kairos, -el tiempo cualitativo de la vida– usamos términos como: incertidumbre, complejidad, volatilidad o fragilidad. Ya el premio Nobel de física 1932 planteó el principio de incertidumbre, que en su acepción más elemental propone que la indeterminación es debida a la intervención experimental al medir una propiedad, que impide conocer simultáneamente su estado y su dirección. Sin embargo, lo que el principio de indeterminación sugiere es que las propiedades de la partícula se encuentran en estado de superposición y por tanto tienen atribuidos a la vez diferentes valores de posición y de momento lineal.
La complejidad de las relaciones intersistémicas, muchas de las cuales ignoramos, nos lleva a la fragilidad creciente de sociedades, grupos e individuos que puede poner en riesgo la supervivencia de la biodiversidad, de la vida humana y aún del planeta. Por las desigualdades, en la sociedad global hay cada vez más personas “descartables”, privados de derechos humanos fundamentales.
El conocimiento es un bien común, presupone el respeto a la persona humana con derechos humanos fundamentales e inalienables para su desarrollo integral. La comunidad del conocimiento abarca también a las generaciones futuras. Porque no hay desarrollo sostenible sin solidaridad intergeneracional, porque la tierra que recibimos es también de las generaciones por venir.
*El autor es Doctor en Historia