Un conocido médico mendocino, neumonólogo, el doctor Eduardo Lentini, suele insistir, en sus intervenciones en las redes, sobre los cuidados que debemos tener los ciudadanos ante la persistencia de la crisis sanitaria por el SARS-Cov-2.
Este profesional, al igual que muchos otros, previene sobre la necesidad de agotar todas las instancias que se recomiendan ante la enfermedad para que la población se contagie lo menos posible y no se saturen los servicios de hospitales y clínicas.
El estado de agotamiento de los integrantes del sistema de salud, en las distintas categorías en que se dividen (medicina, fisioterapia, enfermería, farmacia, laboratorio, camilleros, choferes de ambulancias, personal de limpieza, etc), es muy grande.
“Es que agotados por la pandemia que ya semeja lo que pasaba en el medioevo con la ‘peste negra’, los integrantes del sistema de salud se sienten sumidos en la ‘noche de los tiempos’”, afirma el galeno citado.
Estas personas que atienden a los ciudadanos, día tras día, ven sumar enfermos y cifras que suben en alarmante proporción. Esas estadísticas que fluctúan y que en las últimas jornadas volvieron a dar indicadores récords, son seres queridos o conocidos que desaparecen por el grado de agresión del virus, que no sólo golpea en los habitantes de mayor edad sino también entre los jóvenes.
Los profesionales de la salud, en sus distintas especialidades, no tienen tiempo para dirimir sus problemáticas en tribunas públicas o en los medios y sólo tienen un escenario, que es el ‘frente de acción’, que se desarrolla en las salas de internación general y en las terapias intensivas.
Ellos, como el resto del público, ven azorados y con justificable cuota de indignación, cómo muchos integrantes de la sociedad, pese al alerta establecido, organizan fiestas clandestinas o promueven encuentros, a todas luces desaconsejados en la actual coyuntura. Ni qué hablar del mal uso de los barbijos o la falta de distancia que se exhibe en la vía pública.
Hay mutaciones del virus por doquier y presagios de complicaciones si aumentan los contagios, y el temor de caer en los horrores que se padecen, por ejemplo, en Brasil.
Los aplausos y vivas por doquier sólo alegran un instante cuando posteriormente comprueban los magros salarios a los que están acostumbrados.
Sería muy estimulante que, sin que cese el batir de palmas por su desempeño, los sistemas estatal y privado hagan los esfuerzos necesarios para que se priorice la retribución de estos trabajadores que, como cualquier otro, sostienen familias, tienen proyectos de existencia y son la llave para que miles de compatriotas salgan adelante en las complicaciones de salud que puedan sufrir por el virus u otros males.
Ésta no es solamente una solicitud económica; es un pedido de ayuda, una convocatoria a cuidarnos, a diferir las reuniones numerosas, a respetar las normas y sacrificarnos un poco más. Es el pedido de un colectivo de la salud agotado por la pandemia… que continúa.
El personal de salud, sumido en las dificultades de su tarea, en la “noche de los tiempos”, como afirmaba el médico citado en esta columna, espera, se agota, se enferma, eventualmente muere, pero sigue atendiendo con vocación y solidaridad porque ése es su deber.