Habiendo sido respetuoso con el paréntesis vital que nos impusiera la pandemia y la extensa cuarentena, me es muy grato renovar, hoy, el vínculo con ustedes a través de las notas mensuales que me facilita Los Andes.
En este presente, deseo hacer mías (en forma libre) algunas frases -profundas y reveladoras- que escribiera Edna Rueda Abrahams: “Las fronteras con guerras se quebraron con gotitas de saliva en el aire. Hubo equidad en el contagio que se repartía. Quienes se creían grandes e importantes tuvieron el mayor cachetazo de sus vidas. Aprendimos a distinguir lo que era y no era importante. Una enfermera era más que un futbolista famoso. Un hospital era más urgente que un armamento.
Todo se detuvo. Entonces, encontramos el tiempo para la reflexión a solas. Para esperar en casa a que llegasen todos, para reunirnos y compartir. Tres gotitas de saliva en el aire nos pusieron a cuidar a un anciano, a valorar la ciencia por encima de la economía, a aceptar que nuestra pirámide de valores estaba invertida, que la vida siempre fue primero y que todo lo otro era accesorio. Por necesidad, empezamos a cuidarnos unos a otros. Nos dimos cuenta que, en la paranoia de los desinfectantes, el agua era lo más importante para todos; si yo dispongo de agua y otros no, mi vida está en riesgo.
Volvimos a ser aldea. La solidaridad se tiñó de miedo. Que, en vez de perdernos en el aislamiento, existe una sola alternativa: ser mejores juntos. Si todo sale bien, es posible que todo cambie para siempre. Cuando todos los mapas se tiñeron de rojo por la presencia del virus con corona, las fronteras ya no tuvieron sentido y el tránsito de quienes venían a dar esperanza, fue bien recibido -bajo cualquier idioma y con cualquier color de piel. Dejó de importar mi opinión sobre tu forma de vida y si tu fe religiosa no era la mía. Bastaba que te animaras a extender tu mano, cuando ya nadie lo quería hacer.
Puede ser. Sólo es una posibilidad. Que este virus nos haga más humanos. Y que, de un diluvio atroz, surja un pacto nuevo. Con un ramo de olivo en las manos, desde donde podremos empezar de nuevo”.
Sentimientos y realidad
Desearía sinceramente que estas palabras citadas de Abrahams, no las leamos a la ligera, y las releamos cuantas veces haga falta en una sociedad donde nada cambió (o casi nada) a pesar del virus, la pandemia y la cuarentena.
Si una constatación hiciera falta, ante nuestros ojos está la invasión de Rusia a Ucrania con las vidas segadas, los millones de refugiados, los niños sin padres, la montaña de destrucción y el dinero que se gasta para destruir y matar.
¿Por qué motivos seremos tan prontos a olvidar las tragedias que nos rodean? Cada uno de nosotros, personalmente y como sociedad, debemos sentirnos urgidos (de ‘urgente’) a recapacitar sobre nuestros actos y actitudes. Actos y actitudes de los que continuamente nos lamentamos y nos hacen daño. Y sin embargo, continuamos haciéndolos. ‘Ser… o no ser’ es la disyuntiva que debemos resolver, si deseamos vivir mejor.
¿Cuántos, en nuestro país, son y fueron los ‘avivados’ de siempre que se jactan de no haber cumplido (y de no cumplir en el presente) con las normas comunitarias establecidas para el bien de todos: ya sea en las relaciones personales, económicas, sociales y de justicia?
¿A cuántos de ellos (ya sobradamente conocidos), las autoridades competentes impusieron alguna multa o alguna penalización? Desde el Presidente, los Legisladores y los Jueces: a casi nadie. Es la ‘anomia’ (el no acatamiento de las justas disposiciones comunitarias). “Yo hago lo que quiero, ¿total?”. “Si los de arriba y tantos otros lo hacen, ¿por qué yo no”? Y así andamos, en todos los órdenes. Y, para quienes dicen profesar una fe religiosa: ¿no se sienten responsables de lo que hacen o dejan de hacer?, ¿dónde están las convicciones y la conciencia?; ¿los responsables de esos fieles en qué están empeñados para aminorar, por lo menos, la podredumbre de corrupción instalada estructuralmente en nuestro pobre (en todos los sentidos) país?
Cada día más pobres (cuantitativa y cualitativamente)
El Gobierno nacional celebró la caída de la pobreza en el segundo semestre del año pasado casi como si hubiese doblegado a esos diablos que persiguen al Presidente, mientras en la avenida 9 de Julio sucedía el mayor acampe con los cientos de carpas instaladas por los movimientos sociales que reclaman mayor asistencia para soportar la pobreza de todos los días. Allí no hay tiempo para entender de diablos o de ángeles. La verdadera guerra, ya, es llegar a mitad de mes.
Tan mística se tornó la situación económica argentina, que movilizaciones sociales peregrinaron hasta el Ministerio de Desarrollo Social reclamando que Juan Zabaleta emule a Jesucristo. ¿Qué le piden? Que multiplique los planes. O los panes, con lo que se disparó el precio de la harina. La idea de que la inflación es causada por demonios que remarcan los precios, desató otros arrebatos. Nadie parece, por ahora, dispuesto a reconocer que los más de 2 billones de pesos por año, que emitió el Gobierno en 2020 y 2021, pueden haber tenido incidencia alguna.
“Puede ser. Sólo es una posibilidad. Que este virus nos haga más humanos. Y que, de un diluvio atroz, surja un pacto nuevo. Con un ramo de olivo en las manos, desde donde podremos empezar de nuevo”.
*El autor es sacerdote católico.