“Al revés de lo que decía Heráclito, los argentinos siempre nos bañamos en las mismas aguas, o sea en un estanque. No hay devenir, hay eterno retorno...Lo que se discutía hace décadas vuelve tal cual, sin una coma agregada y menos un punto y aparte”. Tomás Abraham
Lo que va del siglo XXI en la Argentina ha sido una prueba fáctica literal, textual, de que por estos pagos todo se repite. Son los mismos ingredientes mezclados de diversas formas, pero que siempre conducen por el mismo camino y hacia idéntico fin. Sin novedad alguna. Nuestro país se enfrenta a un mundo nuevo con sus viejas ideas fallidas y el resultado está a la vista. Es una pena porque por allí podríamos repetir o proseguir aquellas pocas cosas en las que nos fue bien pero que nunca terminaron bien. A ver si esta vez pueden terminar bien.
Para ejemplificar ese aserto-deseo es que quisiera compartir con los lectores las profundas sensaciones que me produjeron dos libros recientes de Mariano A. Caucino. El primero, “El Perón que ni miramos” es de 2021. Y el segundo, “Frondizi, el estadista incomprendido” es de 2022. Perfectamente uno puede leerse como complemento del otro en cuanto a la moraleja histórica que, en mi opinión, el autor intenta aportar.
El libro de Perón se ocupa de los años 1950-55 de los primeros gobiernos de Perón, los “tiempos de escasez”. Allí, con firmes datos históricos Caucino explica cómo el General, frente a la crisis inflacionaria que había producido su política expansiva, de más distribución que producción de su primera presidencia, cambió drásticamente de orientación económica y produjo un gran plan de estabilización con énfasis en la búsqueda del autobastecimiento petrolero y favoreciendo de muchos modos la inversión extranjera. Con lo cual, entre otras cosas nada menores, la inflación que era del 40% en 1952 se redujo al 4% anual en 1955.
El éxito del plan estabilizador no sólo lo reivindica Caucino en su muy bien documentado libro. sino que muchos años antes también lo habían afirmado autores extranjeros que estudiaron profundamente el peronismo como Peter Waldmann y Joseph H. Page. Además lo reconocen argentinos notables de distintas tendencias políticas y económicas como Aldo Ferrer y Rodolfo Terragno.
Lo interesante es que el éxito del plan estabilizador se logró teniendo en contra a la mayoría de los obreros peronistas (que fueron controlados por el verticalismo del sindicalismo oficial) y a casi todos los opositores políticos (que fueron neutralizados mediante la represión).
Y ese es el quid de la cuestión: no que Perón haya hecho un plan económico en contra de la opinión de sus propias mayorías, sino que para hacerlo haya gestado (en gran medida innecesariamente) un sistema político aún más autoritario que, junto a una intolerancia general de la sociedad, llevó a su caída en 1955, con lo que no sólo cayó el gobierno, sino ese interesante plan del cual uno de sus principales críticos, en ese entonces, era el radical Arturo Frondizi.
Sin embargo, pocos años después, en 1958, por un pacto con Perón (ya exiliado pero aún con gran influencia entre los suyos aunque el peronismo estuviera proscripto) Frondizi llegó a la presidencia de la nación e inmediatamente, en nombre del desarrollo económico y la integración nacional se convirtió en quien mejor prosiguió lo que Perón inició en su segunda presidencia. Y así como Perón redujo la inflación y firmó el contrato con una petrolera extranjera, Frondizi abrió las puertas a las inversiones extranjeras como nunca, inició el despegue de la industria pesada nacional con la siderurgia y la metalurgia y al cabo de cuatro años la Argentina había logrado el autoabastecimiento petrolero. Para lograr todo eso, Frondizi se autocriticó económica y políticamente. Renegó del nacionalismo abstracto que le impedía abrirse al mundo y entendió que el peronismo ya era un fenómeno estructural del nuevo país al que sería imposible borrar del mapa como querían los antiperonistas del 55. Con eso logró la oposición feroz de la Unión Cívica Radical a la que había pertenecido, los peronistas nunca confiaron en él del todo porque seguían siendo en su mayoría estatistas. Y, como eje central, el Ejército le hizo 30 planteamientos en 4 años hasta que impuso su destitución en 1962.
Lo sugestivo, a diferencia de la mayoría de los casos que vinieron después, es que ni el gobierno de Perón ni el de Frondizi cayeron por razones económicas (ya que sus programas de estabilización y crecimiento respectivamente, fueron exitosos) sino por cuestiones eminentemente políticas ya que el país, desde el punto de vista económico, estaba mejor que cuando entraron, al ser desalojados del poder por los militares que abortarían hasta la década del 80 (cuando comenzó su definitiva decadencia como corporacion parapolítica) todo intento de reconstrucción democrática.
Pero no todo fue culpa de los militares sino también de nuestra incapacidad política para unirnos en aquellas cosas esenciales que aparte de estar bien hechas era indispensable un consenso político básico para que se pudieran consolidar. Como estos dos planes que hemos citado, el de estabilización peronista y el de desarrollo frondicista. Y si alguna vez lo entendimos, lo hicimos demasiado tarde, cuando ya no era posible deshacer el mal camino recorrido.
El pacto Perón-Balbín de 1972 (que entre uno más de sus actores también incluyó a Arturo Frondizi), a pesar de todo lo loable que históricamente fue, cuando se intentó era demasiado tarde porque los años anteriores de intolerancia ya habían desatado fuerzas violentas imparables que impedirían detener la masacre que se avecinaba durante lo que restaba de la década del 70.
De un modo similar, aunque esto es menos conocido (Caucino lo recuerda con los ayudamemorias de Roberto Azaretto) en 1987 el general golpista que destituyó a Frondizi para reemplazarlo por Guido, le pidió disculpas públicamente al expresidente. Y un año después, el entonces presidente Raúl Alfonsín también le pidió disculpas a Frondizi porque el gobierno radical de Arturo Illia (con el apoyo en ese entonces de un joven Alfonsín) le anuló los contratos petroleros. Un grave error cometido por un en lo demás honorable gobierno radical. Pero en ese entonces era muy tarde. Alfonsín estaba a punto de tener que renunciar anticipadamente a su presidencia luego de tres conatos militares, un ataque guerrillero y casi 20 huelgas del sindicalismo peronista. Aunque felizmente esta vez la democracia sobrevivió. Un avance en medio de tanta malaria. La democracia había venido para quedarse, la república a medias, pero el consenso para poder afirmar políticamente logros económicos seguía siendo algo imposible. Hoy incluso lo sigue siendo.
No estamos hablando de cogobernar, sino de acordar al menos en dos cuestiones fundamentales: acerca de que todos respeten las mismas reglas del juego, y acerca de que haya algunas cuestiones que más allá de los programas de gobierno, e incluso de los proyectos de nación, no se toquen gobierne quien gobierne. Y esas son fundamentalmente cuestiones políticas, no económicas, aunque las coincidencias tengan que ver básicamente en mantener algunas políticas económicas elementales. Como se intenta en Perú, donde pese al desastre de sus políticos, se están siguiendo determinadas pautas económicas cuya continuidad en medio del caos dirigencial, permitió que, hast ahora, el país pueda crecer como antes no lo hacía.
Pero ejemplos más significativos que el de Perú, que posiblemente no sobreviva a tantos vaivenes políticos, son el de la Concertación chilena que durante tres décadas luego del pinochetismo, pudo reconstruir la democracia y sostener un programa económico que convirtió a la mayoría de sus ciudadanos pobres en clase media. Hoy el país trasandino está en crisis política mayor, pero el cambio económico estructural (aunque requiera de mucho más igualdad social) parece que nadie lo podrá alterar.
Aún más modélico es el caso de Uruguay donde después de sus procesos dictatoriales, surgió una clase política que construyó y respetó los consensos económicos y políticos fundamentales y de ese modo logró una continuidad exitosa donde tanto la izquierda como los liberales hasta escriben libros juntos. Yel país sigue siendo, desde hace décadas, un modelo exitoso en América Latina.
Pero quizá el ejemplo más contundente es el de España, que al comienzo de sus inicios democráticos luego del franquismo no tenía mayor PBI que nosotros en aquel entonces y hoy nos ha superado geométricamente. Es que como Chile tuvo a Bachelet o Lagos, y Uruguay a Sanguinetti o Mujica, España tuvo a Adolfo Suárez y a Felipe González (incluso al rey Juan Carlos antes de convertirse en un viejo chocho). Toda gente que más allá de sus intereses políticos sectoriales (que todos los tuvieron, algo inevitable siempre) en los temas esenciales supieron poner por encima una Idea de Nación que los hizo trascenderse, a ellos y a sus países. Felipe González, aún hoy cuando en gran medida es un lobbista de las empresas españolas por el mundo, tiene un concepto político que sigue anteponiendo España a sus intereses personales.
Estamos hablando de aquellas personas que pueden caracterizarse como Estadistas, que son, reiteramos, políticos con un Idea de Nación, que quedan en la historia gracias a ello pese a no estar exentos de pecados en el resto de sus prácticas políticas.
Argentina, en los ejemplos mencionados, tuvo dirigentes que en sus oportunidades supieron ponerse el traje de Estadistas, como el segundo Perón que económicamente intentó superar al primero, junto al Frondizi presidente que contradijo al Frondizi opositor. Ambos con una idea de desarrollo económico integral que no pudo instalarse estructuralmente debido a las miserias políticas. Y finalmente Alfonsín, el fundador de una democracia que ya parece ser, con sus limitaciones, un logro estructural. De allí en más, de la Argentina desapareció cualquier indicio de Idea de Nación y todo se tradujo en una Idea de Poder o en todo caso, como ocurrió con Cristina, de Ideologías de Nación, que no son lo mismo que Ideas de Nación, porque la primera incluye sólo a los propios y la segunda incluye a todos.
Todo este largo prólogo (que en realidad y con toda intención constituye casi la totalidad de esta nota) viene a cuenta del durísimo enfrentamiento político ocurrido esta semana en Juntos por el Cambio, la coalición que pretende presentarse como una alternativa al fallido gobierno kirchnerista de Alberto y Cristina. A la luz de la historia, sus dos principales candidatos, Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich sostienen dos ideas en apariencia opuestas pero que ambas son fundamentales para encontrar la salida a este eterno retorno de navegar en las mismas aguas estancadas como tan brillantemente caracteriza Tomás Abraham. Acá se necesita un consenso político muy grande, lo más grande posible (no con todos obviamente porque hay gente que no sólo objetivamente no lo quiere, sino que cree que es negativo para el país, como lo han demostrado 20 años de prácticas y teorías kirchneristas). Pero eso se necesita no para mediar entre intereses corporativos y que cada parte se quede con un poquito del todo, sino para iniciar un cambio estructural que todo indica va por el mismo camino que en su tiempo iniciaron el Perón de la estabilidad económica y el Frondizi del desarrollo y la integración. Y eso, en un país con todos los intereses sectoriales consolidados es hoy incluso más difícil de lograr que en aquellos tiempos. Por eso es tan importante que los intentos de consensos no se bastardeen con meras especulaciones internistas. El esbozo de un acuerdo entre el peronismo no kirchnerista y la coalición de Juntos por el Cambio puede ir en el buen sentido si se lo entiende como una Idea de Nación y lo aplican políticos con vocación de Estadistas. Si lo que se quiere es conservar partidariamente una provincia o ganar una interna política, no es que esas dos cosas en sí sean malas (por el contrario, son enteramente comprensibles dentro de la competencia electoral democrática) sino que lo malo es utilizar una idea fundamental e indispensable para esas prácticas políticas menores. Como las de bajar la Idea de Nación a la de partido, de facción o de individuo. Como que hoy todo el país político se hubiera transformado en una enorme grieta que ya separa hasta el borde de la ruptura institucional no sólo a los oponentes políticos sino a los aliados por las más insignificantes ambiciones políticas. Como que la Idea de Poder hubiera acabado con toda Idea de Nación, tanto en oficialistas como en opositores.
Nosotros hemos dado aquí algunos ejemplos basados en un par de libros muy sugerentes que apuestan a lo bueno que se puede rescatar del pasado argentino. Que seguramente no es la dicotomía peronismo antiperonismo que en estos tristes años a veces parecemos repetirlas hasta con las mismas palabras con las que nos dividían en los años 40, 50 y 60. Y si no todo ha sido malo en el pasado argentino, en una de esas encontramos los senderos para avanzar hacia un futuro que no sea tan malo como este presente que hoy nos toca vivir.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar