Durante el ciclo Pilares de Los Andes, Fernanda Bonnesso –directora de Agrojusto– planteó con un ejemplo cómo las pymes de todo el país comienzan a formar parte de una nueva y más ancha brecha digital: “En las zonas rurales es muy baja la conectividad y a veces nos quedamos con ese concepto. La innovación es un proceso y si no aceleramos el proceso de conectividad hay personas que no adquieren conocimiento y habilidades. Y eso condiciona el desarrollo de las empresas”.
Bonnesso puso como ejemplo la experiencia propia con una productora de mangos de Misiones, que tenía un producto de alta calidad y valorado por los mercados, pero que con 30 años recién hacía dos meses había podido acceder a internet y con ello recién ahora se podía apenas plantear una nueva forma de comercialización, donde el industrial o distribuidor no se quedara con toda la ganancia. “La tecnología es un igualador de oportunidades”, comentó Bonnesso en Pilares.
Este ejemplo es trasladable a Mendoza. En el sector agrícola cientos de productores frutícolas y hortícolas de la provincia podrían ajustarse a esa realidad. Pero también, en un sentido más amplio, es trasladable a miles de empresas pymes que, si bien acceden a internet, no acceden a la tecnología o a las mejoras que ello trae. Por lo tanto, la tecnología no les genera ni crecimiento ni una mejora económica.
En términos generales se entiende la brecha digital como “la desigualdad que hay entre diversos grupos de población en cuanto al acceso, uso e impacto de las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC)”. Tal como advierte la ONU, estas brechas lo único que hacen es “reflejar y amplificar las desigualdades sociales, culturales y económicas existentes”. Las brechas pueden ser de acceso, pero también de uso. Ambas de estas problemáticas hoy pueden ser trasladadas a nuestro ecosistema de negocios y es allí donde se impone trabajar para generar cambios en la cultura empresarial de cara a los nuevos consumidores.
Se calcula que en Mendoza hay más de 40 mil empresas pymes de diferente tamaño que están operando, y es allí donde hace pie la economía de la región. Por supuesto, son estas pequeñas y medianas empresas las que aportan la mayor parte de los puestos de trabajo. Sin embargo, es cada vez más complejo que accedan a realizar cambios o a adoptar nuevas tecnologías.
Es que, como ya se sabe, con la conectividad sola no alcanza. No sólo hay que tener internet, sino también hay que usarla a favor. En este sentido, la brecha digital más extendida es la de uso, entendida como “la carencia de habilidades digitales y con ello la falta de formación” que impide a muchas pymes utilizar las TIC. Y eso también comienza a hacer mella.
Durante la pandemia muchos procesos digitales se aceleraron y parte de las pymes se vieron obligadas a tener sus propias páginas web, tableros o presencia en redes sociales para sobrevivir. Muchas de ellas se metieron en este mundo de cabeza, para seguir generando ingresos frente al confinamiento que implicó la crisis sanitaria por Covid-19, pero con la vuelta a la “normalidad” ese espacio –que podría haber significado un cambio en las pymes o micropymes– se dejó atrás.
Sobran casos locales en donde, al revisar esos espacios en internet, básicamente lucen abandonados. Es que la gran mayoría de las empresas volvió a sus modelos de negocio “de siempre”, sin replantearse una nueva estrategia que incluyera la tecnología como eje central, por lo que las webs en muchos casos se convirtieron en espacios testimoniales.
Es cierto que, en general, la pandemia dejó como aprendizaje el hecho de que la digitalización es necesaria, pero a muchas pymes les cuesta encontrar el rédito de ello en el corto plazo. Y, en un contexto inflacionario como el argentino, invertir en algo que no va a tener retorno rápidamente genera muchas dudas.
Si bien la carrera siempre ha sido desigual entre grandes y chicas, el poco desarrollo de las herramientas digitales sigue creando más diferencias. Es que las grandes empresas de la provincia sí han adoptado procesos interesantes de digitalización. Muchas de ellas optimizaron sus recursos, eficientizaron procesos y también readaptaron sus exigencias a las nuevas demandas del capital humano tras la pandemia. En muchos casos, también esto redundó en mejoras de su rentabilidad. Así, la brecha entre unas y otras también se ensancha y aparecen, por un lado las empresas digitalizadas y por otro, las tradicionales.
Si bien en los países desarrollados estos dos modelos siguen conviviendo lo cierto, es que tienden a desaparecer las tradicionales. El crecimiento de la infraestructura y de la conexión, generan discusiones que se deberán dimitir en esta Argentina cambiante, probablemente en el mediano plazo. Pero mientras salimos de una crisis y nos estabilizamos para entrar en la próxima, es necesario trabajar para mejorar digitalización de las más chicas.
Eso sí: ese cambio no tiene que estar impulsado por la necesidad de “estar”, sino por un proceso de transformación de la matriz del negocio. Los nativos digitales ya son consumidores y demandan mucho más de las empresas.