San Martín y nosotros

Frente al culebrón político y al enorme lodazal en el que vivimos, recordar los ideales éticos de nuestro más grande hombre en este nuevo aniversario, quizá nos ayude a sobrellevar un poco tanta decadencia, a la espera de poder inspirarnos, para reconstruir nuestra Patria, ayudados por su ejemplo de vida.

San Martín y nosotros
San Martín sigue viviendo en Mendoza

Nosotros

Más allá del atroz tema de la violencia física y del abuso de poder con que Alberto Fernández agrediera alevosamente a su pareja Fabiola Yáñez, el contexto general con que se cubrió la escena pública y mediática en esta semana fue algo parecido a un culebrón televisivo al estilo de “Dallas” o “Dinastía”, con hombres y mujeres poderosos viviendo su fastuosa vida de excesos en las mansiones del poder mientras el pueblo por debajo, no puede darle a muchos de sus hijos ni siquiera un pedazo de pan antes de acostarse.

Algo fastuoso y canallesco donde los moradores de los nuevas Cortes de Versalles están tratando de convertir a quien desnudó con su propia perversa práctica un sistema que se prosigue mucho más allá de sí mismo, en el chivo expiatorio que pague en su única persona los pecados colectivos de un sistema que hizo de la corrupción su principal motor de funcionamiento. Veinte años donde nadie supo nada aunque todo se mostraba impúdicamente a la luz (del que lo quisiera ver), y lo que faltaba, las escenas de “sexo, mentiras, videos.... y golpizas”, ahora están también apareciendo. Pero nadie sabía nada, nadie sospechó nada. Algunos, como el delirante de Pablo Echarri, hasta dicen que Alberto Fernández puede haber sido un “topo” infiltrado por el enemigo (aunque durante su gestión no dijo ni mu) porque ellos, los progresistas dueños de la moral y los derechos humanos, no pueden ser así. Otra protagonista pero de más envergadura, como Cristina Fernández, elige la peculiar forma comunicacional de mostrar una caricatura donde ella era dibujada con un ojo morado, para ver si así logra la empatía suficiente a fin de que el pueblo la considere, aunque sea metafóricamente, tan mujer golpeada como Fabiola. Ni en esto quiere dejar de intentar seguir ocupando el centro de la escena. Ella no puede ser menos que nadie, indignada como está -además- por el fallido atentado de unos míseros copitos, tratando de indagar qué poderoso de todo poder se encontraba detrás de ese par de magnicidas tarados. Cristina supone que el atentado contra ella no puede sino haber sido gestado por los malvados más poderosos del mundo, no por un grupo de lúmpenes. Y anda detrás de esos supermalvados, pero mientras tanto acusa al fiscal Luciani de haber creado el clima violento por cumplir con su deber ante la justicia de acusarla a ella por delitos de los que fue hallada culpable.

Cómo no va a dominar entonces la escena política entera, cuando la política se convierte en un culebrón, aquel que se hizo famoso, que realizó sus primeros pasos militantes en los programas de chismes de la tevé de la tarde donde lo llevaban porque hacía reír y ahora que devino el hombre más poderoso del país, se está vengando de todos los que se reían de él. Llegando al colmo de pelearla públicamente a Juanita Viale porque alguna vez se permitió poner en duda una opinión del hoy presidente libertario. Nuestro Conde de Montecristo está utilizando las redes sociales para destruir a todos los que desde los medios de comunicación convencionales, cuando éste no era nadie, lo humillaban. O se permiten seguir criticándolo. Periodistas y economistas en particular, enemigos permanentes del anarcolibertario que luego de unas semanas en silencio (aprovechando todo lo que trabajaron para su gloria Nicolás Maduro y Alberto Fernández) volvió al ruedo de los insultos para agregarle más pimienta al show de difamaciones,agresiones y traiciones en que se ha convertido la política argentina.

Estamos viviendo en toda su intensidad los efectos morales (los económicos los vivimos desde hace mucho tiempo) de la implosión a que condujo al país el movimiento político que vino a salvarnos de la implosión del 2001/2 y terminó sus largos 20 años con otra implosión peor a fines del año pasado. Una implosión (además de económica) cultural, ética, también política. Pero Milei, que fue elegido por el pueblo para cambiar este estado de cosas, debería elevar un poco más las miras en vez de meterse tanto en el barro de las polémicas banales. Decimos que durante un par de semanas lo hizo bien quedándose callado y ocupándose solo de cuestiones de Estado (a lo que deberíamos sumar su correcta actitud cuando firmó con los gobernadores el Pacto de Mayo, la única vez en que se lo vio como algo parecido a un estadista), pero no se puede liberar de sus pulsiones de showman televisivo y de los improperios que ello trae consigo, precisamente cuando aquellos que él logró arrojar, no sabemos si del poder pero sí del gobierno, muestran impúdicamente su verdadera naturaleza. Tanto los implicados como los borrados. Porque lo que está apareciendo a la superficie es la punta del iceberg de todo un sistema colectivo de hacer política, por más que quieran convertir a Alberto Fernández en un solitario y malvado infiltrado dentro de un régimen supuestamente virtuoso. Ellos, que se creyeron los dueños de la moral progresista y acusaron al resto de fascistas, como ahora los nuevos se creen los dueños de la moral conservadora y acusan al resto de comunistas. Pero dime de que presumes y te diré de que careces, sostiene el dicho popular.

En fin, que la política que nos embarró a todos, ahora está sumergida en su propio barro y va desnudando sus miserias, siendo éste solo el principio. De los dos Fernández, uno tendrá que responder por sus patadas y por sus seguros. Otra por decirle a Lázaro “levántate y anda” pero no en el sentido bíblico, sino continuando a su marido Néstor que convirtió a un mero cajero de banco santacruceño en uno de los empresarios más importantes del país, ¡oh, casualmente!, desde el mismo día en que asumió la presidencia de la Nación.

Mientras tanto, dentro de tanto barro, los que fueron cortesanos durante la época de Alberto (porque hoy que está en la mala lo critican y se borran, pero mientras estuvo en el gobierno, todos comieron de su gobierno y por supuesta indignidad no se fue ninguno y a mí ni a cualquier otra persona común nos vengan con la cretinada de que nadie sabía) estarán expectantes de los chats, las grabaciones y los videos a ver quién figura y quien no, dentro de esta verdadera caldera del diablo que es la Argentina actual. Donde la casta que denunciaba Milei, efectivamente se viene desnudando como nunca. El hombre tenía toda la razón y por eso lo votaron tanto. Lo que pasa es que todavía nos cuesta vislumbrar, incluso entre los nuevos políticos, a los que no son casta, porque basta sentarse en los mullidos sillones del poder para tentarse por los mismos pecados de sus anteriores ocupantes.

San Martín

Por eso, saturado frente a tanta mugre que es casi lo único que hoy se puede ver en los medios, aproveché el nuevo aniversario del fallecimiento del general San Martín para releer “La forja de una raza”, un bello y viejo libro escrito en el año 1954 por el poeta e historiador catamarqueño hoy olvidado llamado Carlos B. Quiroga donde ubica, con documentadas razones, a San Martín como el hispanoamericano más universal de todos los tiempos. Eso fue precisamente el principal padre de nuestra patria, un hombre que supo ser grande a pesar de no vivir tiempos con políticos muchos mejores a los actuales, donde las divisiones y enfrentamientos no ocurrían sólo entre realistas y patriotas, sino que los patriotas se peleaban tanto entre sí que el gran General debió vivir casi toda su vida en el exilio pese a haber realizado, para liberar América Latina, una de las gestas bélicas más importantes de la humanidad con el incomparable cruce de Los Andes que emprendió desde esta misma Mendoza donde hoy vivimos.

Recordemos, por un segundo, no al héroe sino al hombre que hoy necesitamos mirar para comprender el verdadero sentido moral de la existencia, ese que San Martín con su grandiosa simpleza nunca dejó de practicar.

Dice Carlos B. Quiroga que “antes de la expedición al Perú urgido por las autoridades nacionales de las Provincias Unidas a tomar parte en la guerra civil, San Martín se negaba . Y dijo más tarde: ´Suponiendo que la suerte de las armas me hubiese sido favorable en la guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos’”.

San Martín se negó siempre a apuntar las armas hacia otros argentinos, y eso en vez de ser apreciado como un mérito, lo condenó a marcharse para siempre del país luego de cumplida su heroica labor de liberación continental, porque todos sospechaban de quien no se definía por su bando o en contra de los otros bandos. Así vivimos 40 años de guerra civil que San Martín contempló desde Europa hasta su muerte sin que su ejemplo sirviera para hacernos a los argentinos mejores. En eso mucho no parece que hubiéramos cambiado, ni cultural ni éticamente.

San Martín, continúa Carlos B. Quiroga, tenía la grandeza de un estadista, de un hombre de Estado, pero las ambiciones de ser un hombre común. Exactamente lo contrario del arquetipo del político actual, que comienza siendo un hombre común, pero cuando llega al Estado, en vez de devenir un estadista, tiene las ambiciones individuales más desmedidas que se puedan tener que lo lleva a usar la política y el Estado no para mejorar la realidad, sino para mejorar su propia vida.

Veamos como lo explica Quiroga en estas profundas reflexiones: “Reconozcamos que el hombre más combativo y rico en condiciones belicosas en esta parte del mundo fue Simón Bolívar. Fue como lo calificó San Martín tan justa y sugestivamente ‘el hombre más asombroso de América’. ¿Ha de ser el más grande el más asombroso? En cambio Bolívar llamó a San Martín ´un buen hombre’. Acertada fue la calificación; pero nosotros tenemos derecho a preguntar: ¿puede un ‘buen hombre’ ser más grande que el más ‘asombroso’ de los hombres de un continente? San Martín solo fue a la guerra como un heraldo del ideal, para practicar el bien, pero sin la fruición del triunfo y de la lucha en sí. Su aspiración fue el bien común, y, respecto de sí mismo, vivir como un ´buen hombre’ en vivienda campestre, con un jardín y con su huerto”.

Nadie puede negar que Bolívar fue el otro gran héroe hispanoamericano de la independencia, pero eso respondía a su propia naturaleza personal de guerrero nato, que cuando debió compartir poder con San Martín -como éste humildemente proponía- se negó rotundamente. Su fin era la gloria. Mientras que San Martín hizo todo lo que hizo porque era necesario hacerlo, aunque no estuviera en su naturaleza. Él solo quería ser un buen hombre que, luego de cumplido su deber patriótico, en vez de marchar al exilio tuviera una pequeña chacra en Mendoza para vivir con los suyos. Pero no pudo serlo. No lo dejaron.

Y, a pesar de pelear heroicamente contra los españoles, él independizó América Latina porque vio en ella no a la enemiga de la Madre Patria, sino a la Nueva España (como los norteamericanos vieron en los Estados Unidos a la Nueva Inglaterra), porque según las hermosas y profundas palabras del poeta catamarqueño: “En él hay mucho amor por los pueblos y ningún odio a pueblo alguno…San Martín no odió, afortunadamente, a la madre patria y hasta realizó el ideal hispano en su esencia libertaria y en su trascendencia universal”.

Frente al culebrón político y al enorme lodazal en el que vivimos, recordar los ideales éticos de nuestro más grande hombre en este nuevo aniversario, quizá nos ayude a sobrellevar un poco tanta decadencia, a la espera de poder inspirarnos, para reconstruir nuestra Patria, ayudados por su ejemplo de vida.

* El autor es sociólogo y político. clarosa@losandes.com.ar

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