José de San Martín abdicó del mando supremo del Protectorado del Perú luego de constatar que la política contra peninsulares encarada por su ministro Monteagudo había licuado su capital político. A su vez, la entrevista que mantuvo con Bolívar en Guayaquil tampoco había tenido resultados promisorios. Al partir del Callao, cargó un discreto equipaje que incluía el uniforme militar del Estado peruano, el sable corvo que había adquirido en Londres y el pendón real de la Ciudad de los Reyes que atestiguaba haber cumplido la promesa de extirpar el poder español en los antiguos dominios de los Incas. Su equipaje también incluía papeles públicos y documentos que verificaban su estelar trayectoria pública ensayada en diez años de revolución y guerra. En cambio, los 13 cajones de libros que había trasladado desde Mendoza a fines de 1819 quedaron en la “Biblioteca Nacional” que había fundado con el fin de enlazar el canon ilustrado con el nuevo Estado independiente. No obstante, el cuaderno que registraba la lista de títulos de la preciada colección fue preservado entre sus papeles personales pacientemente clasificados en los años de su ostracismo voluntario, integrando el voluminoso archivo que sirvió al Mitre historiador para fundamentar el aparato crítico de la monumental narrativa que hizo de San Martin el vector continental de la revolución rioplatense publicada en 1887.
La “librería” o “librerías” de San Martín han sido objeto de análisis eruditos y han permitido reconstruir el número de publicaciones y la eventual clasificación temática de las ediciones acumuladas por el Libertador antes y después de haberse radicado en Francia. El profesor Barcia ha destacado que se trata de dos corpus de textos: el reunido a lo largo de su periplo peninsular y sudamericano; y otro grupo más discreto que reúne las obras acumuladas en Francia que fueron donados por su yerno a la biblioteca pública de Buenos Aires en 1856.
Ambas “librerías” constituyen registros valiosos de sus preocupaciones intelectuales. Libros y papeles impresos que avizoran el interés sanmartiniano por comprender y tramitar el cambio político, cultural y tecnológico imantado por la ideología de la Ilustración, el ciclo de las revoluciones atlánticas, los principios del gobierno limitado y del derecho civil, penal e internacional, el debate entre monarquía y república y los beneficios de la libertad comercial como llave de acceso al programa civilizatorio.
Al interior de ese catálogo espectral, la historia de la revolución francesa ocupó un lugar destacadísimo. Un interés que no parece priorizar ningún momento determinado, sino que aspira a interpretarla en el ciclo que arranca con la crisis de la monarquía y se cierra con el colapso del sistema napoleónico y la instauración del Congreso de Viena. Allí figuran textos indicativos sobre el desenlace no deseado del cambio político y, en particular, sobre los “excesos” de la participación y politización popular que habían pesado en el fracaso republicano francés, la salida directorial, el ascenso de Napoleón y sus campañas militares continentales. En su mayoría se trata de un conjunto de títulos de consumo no necesariamente culto, y algunos de ellos ilustrados destinados al gran público. Así lo ejemplifica la obra del clérigo Claude Fauchet, Tableaux historiques de la révolution francaise (París 1802), quien compuso un relato mediante 48 grabados que representan los principales acontecimientos desde la transformación de los Estados Generales a la Asamblea, para retratar luego el periodo del Terror, el Directorio, el Consulado y el Imperio. A su vez, la atención de San Martin por la revolución francesa sobrevivió en los años del ostracismo voluntario en tanto resultó de su interés la obra de Jacques A. Dulaure, Esquisses historiques des principaux événements de la révolution Françoise depuis la convocation des Etats-Généraux jusque’an rétablissement de la maison de Bourbon (París 1823), y la de Pierre Tissot, un profesor del Collége de France y autor de una historia abreviada de la revolución cuyo relato estaba dedicado a las nuevas generaciones para evitar el olvido de los principios de “la república y la libertad”. Un tópico de la tradición moderada de la revolución que contrastaba con la furiosa posición reaccionaria argumentada por el jesuita ultramontano A. Barruel en su también difundido y multitraducido texto Mémoires pour servir á l’histoire du jacobinisne (1799), incluido en la primera librería de San Martín.
El interés de San Martín por las revoluciones, y la francesa en particular, fue percibida por la inglesa Mary Graham días después a la llegada del general a Valparaíso cuando lo conoció en una recoleta tertulia a la que asistieron varios conspicuos chilenos y sus esposas. En aquella oportunidad, la locuaz dama hizo hincapié en su atractiva figura, su “timidez intelectual” y sus preferencias por la filosofía de la Ilustración en detrimento de la tradición católica. También evocó que el Libertador citaba a autores franceses como principal musa inspiradora de los reformadores sudamericanos, y que “se habló del siglo de Luis XIV como la causa directa y única de la revolución francesa y, por consiguiente, de las de Sudamérica”.
En años recientes la Biblioteca Nacional del Peru realizó una exhibición de los libros donados en 1822 junto a la lista de títulos y autores anotados en el cuaderno por él firmado en 1820. Los mismos ofrecen pistas o huellas interesantes para comprobar el peso de tales preocupaciones. Sobre todo por la existencia de tres volúmenes del Barón del Montesquieu en los que expuso los principios del gobierno limitado, y dos textos de Gabriel-Honoré Riquetti Mirabeau: De la monarchie prussienne, sous Freìdeìric le Grand; avec un appendice contenant des recherches sur la situation actuelle des principales contreìes de l’Allemagne (Londres, 1788) y Lettres originale de Mirabeau écrites du Denjon de Vincennes pendant les années 1777, 78, 79 et 80 (Paris 1792).
El primero porque la historia de Federico el Grande, rey de Prusia, constituía la más prístina expresión del despotismo ilustrado que juzgaba inaceptable, y había sido quien había escrito en sus memorias que la historia era la “escuela del soberano”. El segundo porque fundamentaba el principio de la moderación como piedra de toque del cambio político, y la conveniencia de crear una fórmula institucional que permitiera combinar tendencias conservadoras y democráticas fundada en el nuevo sujeto de la soberanía, la nación, que no sería otra que la monarquía constitucional entendida como antídoto o freno al despotismo o de su contracara, la anarquía. A su vez, la atención depositada en Montesquieu avizora la firme convicción sanmartiniana, y de su ministro Bernardo Monteagudo (el editor del Pacificador del Perú, el periódico que difundió la conveniencia de la monarquía antes y después de la declaración de la independencia peruana), de recoger la noción del “gradualismo de la libertad” a raíz del convencimiento que el “estado social de los pueblos” americanos no daba garantías para erigir repúblicas al estilo norteamericano.
Tales conceptos o ideas fueron más de una vez utilizados por San Martín en proclamas, manifiestos y en las epístolas cursadas a sus fieles confidentes (como O’Higgins y Tomás Guido), por lo que los argumentos vertidos en los libros y autores que integraron su primera librería atestigua con meridiana claridad la conexión entre el mapa de lecturas sanmartinianas y la experiencia política acumulada en el tiempo que lo erigió en testigo del derrumbe del antiguo régimen europeo, y en actor protagónico de las revoluciones que fundaron los cimientos de las republicas sudamericanas.
*La autora es historiadora del INCIHUSA-Conicet y UNCuyo