Salsa de tomate casera y carneo, registros de un ayer pueblerino

La generación de sus padres y abuelos cubrieron a Chacras de Coria de mermeladas, escabeches, jugos frutales, aceitunas, manufactura que poco a poco perdió terreno, reemplazada por la producción industrial de los supermercados.

Imagen ilustrativa
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La salsa de tomate casera fue en el pasado una de las inevitables tareas del verano en casi todas las casas rurales de nuestro Chacras de Coria.

Formaba parte de casi una fiesta integradora de primos, hermanos y amigos que se reunían a pelar la fruta, triturarla, a envasarla en distintas formas: tomates enteros, cortados a la mitad, etc.

Máquinas para triturar y otras para tapar los distintos envases, recipientes para cocinar a baño María los frascos, conformaban un escenario de fábrica envasadora, absolutamente artesanal y presente en la mayoría de los domicilios.

El olor del tomate fresco, maduro de verano, se mezclaba carnavalescamente con los delantales de las mujeres, manchados de rojo fiesta, con los tomates aplastados hechos puré.

Las risas provocadas por los chistes y ocurrencias del grupo humano que trabajaba distendidamente envolvían los patios debajo de los parrales generosos de sombra en la estación del calor.

Hace unos días visité a Ana, mi vecina de calle Pueyrredón, para encargarle sus sabrosas empanadas y al abrir el portón de su casa tropecé con una escena del pasado hecha realidad de presente.

Escondida detrás del portón cerrado y de las rejas, custodias ahora de la seguridad perdida, apareció la antigua escena.

La hija de Ana, Laura, tiene 51 años como sus compañeras de escuela con las cuales defiende del olvido la cocina del ayer y todas juntas aparecieron como en una película en una dinámica de color y acción: pelaban, cortaban, trituraban, envasaban…

La generación de sus padres y abuelos cubrieron a Chacras de Coria de mermeladas, escabeches, jugos frutales, aceitunas, manufactura que poco a poco perdió terreno, reemplazada por la producción industrial de los supermercados.

Cuando la franja generacional de mujeres salió a trabajar fuera de los hogares, lo casero empezó a retroceder por el simple hecho de que las mujeres ya no tuvieron más tiempo para ocuparse de esas actividades.

Que Laura Dottori y sus amigas, Carina Medina y Alejandra Cristofanelli, compañeras de escuela de 51 años celebren la vida rescatando actividades perimidas, las hacen casi únicas en el pueblo junto a otras, no tan vecinas, que participan de lo mismo.

Entonces la alegría del momento descubierto, buscó en la memoria, la algarabía de los carneos también convocantes de amigos y familia y el recuerdo nos trasladó a las fiestas con piano, bandoneón, guitarra y violín acompañando el trabajo colectivo que el abuelo Dottori gustaba organizar en esta misma casa.

El aroma de una parrilla completa, chorizos, morcilla y chinchulines se acomodaba entre las empanadas recién sacadas del horno de barro y los vasos con tinto Malbec pasaban de mano en mano, mientras los hombres terminaron la faena de los chanchos.

La música se hacía tango, ranchera y el vals envolvía a las parejas del patio grande y salieron todos a bailar.

Se hacía tarde, ya en la noche. La fiesta terminaba. Las botellas de salsa eran acarreadas por los distintos dueños. Los costillares se enfriaban lentamente a la luz de muchas estrellas titilantes. El piano tocaba un último tango canyengue…El portón se abría y el hechizo y la magia concluían.

*Onelia Cobos, escritora

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