“Tal vez llega el momento en que tenés que ponerte la boina”.
Cristina Fernández de Kirchner en un acto en Buenos Aires homenajeando al fallecido presidente Hugo Chávez
En la Argentina los auto considerados revolucionarios que nos gobiernan son, en su estilo de vida, burgueses asumidos como tales (casas en Recoleta o Puerto Madero, pensiones de millones de pesos, y todos los lujos no disimulados como en Cuba sino a la luz, considerados derechos inalienables y del todo merecidos, que se los han ganado por estar haciendo la revolución y que entonces está bien disfrutarlos). Son burgueses revolucionarios porque exigen junto a los goces totales de los placeres capitalistas, las prerrogativas de la sociedad revolucionaria, pero sin correr ninguno de los riesgos de lo que significa crear una sociedad revolucionaria.
Eso es el kirchnerismo en su versión más radicalizada: la revolución ya la hicimos (o la estamos haciendo) y de lo que se trata ahora es de disfrutarla. Para eso el relato revolucionario que les permite ser opo-oficialistas. Oficialistas porque tienen el gobierno y todas las ventajas de tenerlo. Opositores porque hay poderes por encima del gobierno que no los dejan gobernar como quieren. Por eso lo que sale bien es por ellos y lo que sale mal por culpa de los otros. Por ende, no existe posibilidad de error.
Ese sí es un paraíso revolucionario, el que se goza sin haberlo jamás construido. Es una ficción pero funciona. Claro que no le mejora la vida a nadie, salvo a los revolucionarios. Y siempre tienen una excusa o un culpable para lo que no sale bien.
El derecho revolucionario
El lawfare es una mera especulación teórica pero acá se la quiere usar de fundamento jurídico para cambiar el derecho desde el romano hasta hoy, para instaurar el derecho revolucionario en una sociedad democrática. Teoría que dice más o menos así: todo político que responda al poder popular (qué cosa es el poder popular lo definen los que se dicen parte del poder popular) si es juzgado por la justicia burguesa es para transformarlo en preso político.
El juez Zaffaroni lo dice más o menos así: como el lawfare es la práctica general de toda la justicia burguesa, mientras la sociedad siga siendo capitalista aunque esté gobernada por revolucionarios como Cristina, todo político revolucionario debe ser liberado ya, porque es un preso político del sistema haya hecho lo que haya hecho. Hasta José López con sus bolsos merece que no le apliquen el lawfare porque como él dijo, “esta plata no es mi plata sino de la política”. Cuando robaba no robaba simplemente sino que estaba haciendo política y ahora está pidiendo que lo liberen desde el lawfare aunque la plata él se la haya mexicaneado a los ladrones mayores, que lo único que le critican no es que haya robado, sino que no les avisó que se quedó con más plata del cupo asignado a él en la repartija. Y si el lawfare sirve para defender a José López, sirve para cualquier cosa.
El lawfare sostiene que a todo político autodenominado revolucionario la justicia no puede juzgarlo sino el pueblo o la historia como sostiene la doctrina cristinista expuesta por ella ante los jueces de la contrarrevolución a los que amenazó con meterlos presos por haber querido meterla presa a ella.
Si hubiera una Constitución K el lawfare sería el nuevo artículo 14 bis del nuevo texto, el derecho revolucionario de impunidad para revolucionarios, algo así como el derecho de huelga para los trabajadores.
El poder revolucionario
Un revolucionario que gobierna en una sociedad aún capitalista nunca es culpable de nada porque el poder está en otras manos fuera del gobierno. Si hay un poder más poderoso que el gobierno -como los medios concentrados- entonces la culpa de todo lo que sale mal es de esos que tienen el poder real.
El problema es que si después de 13 años de gestión K, la culpa de lo que sale mal sigue siendo ajena, ya debería ser hora de que dejen gobernar a otros porque si uno no puede desde el gobierno conquistar el poder real no es porque sea revolucionario, sino por ser inútil o porque el sistema no sirve. Esas excusas pueden servir al principio pero no mucho más. No sólo no hacen lo que les corresponde sino que ni siquiera pueden librarse de los que supuestamente le impiden hacer lo que corresponde.
La grieta revolucionaria
La grieta se puede dar por razones objetivas o subjetivas. La objetiva es cuando las divisiones sociales se hacen inconciliables y entonces, aunque ninguna de ambas partes quiera dividir la sociedad en dos, ello ocurre de hecho. La grieta subjetiva es cuando una de las partes considera a la grieta como positiva, entonces aunque la sociedad por abajo no esté dividida, igual se propicia la grieta para usufructuarla en su beneficio.
Ejemplo claro de ello fue cuando Alberto Fernández quiso conciliar con Larreta por lo del covid. Como Alberto de revolucionario no tiene nada, se alegró que siendo oficialista un opositor lo apoyare en sus políticas. Pero el poder revolucionario se enojó y lo obligó a reinventar la grieta aunque no le conviniera al propia Alberto.
Esa grieta es otro de los elementos del revolucionario en sociedades capitalistas. La grieta como coartada, para eso la inventaron. Porque para hacer una grieta basta con uno, mientras que para cerrarla son imprescindibles dos. Si cuando uno te provoca, vós pones la otra mejilla el otro te destroza porque el único final de la grieta que acepta es la unanimidad a su favor. Entonces vós te tenés que defender con lo cual pasás de agrietado a ser otro agrietador porque cuando la grieta se profundiza nadie se acuerda quien la empezó. Y allí aparecen los moralistas oportunistas del justo medio a predicar sobre que todos menos ellos son culpables por igual de la grieta. Y en ese momento, hasta el que armó la grieta se indigna porque dice que se la están haciendo a él.
Siguiendo con el ejemplo del frustrado acuerdo entre Alberto Fernández y Larreta, en esa oportunidad, cuando el presidente pateó el tablero, el jefe de gobierno de la Capital Federal intentó ofrecer la otra mejilla, continuando solo con el consenso ya roto por el peronismo. En una mezcla de ingenuidad y picardía, Larreta supuso que ante la popularidad del consenso antes alcanzado, tanto para él como para Alberto, si el presidente abría de nuevo la grieta él, Larreta, se quedaría afuera de ella y toda la popularidad sería nada más que para él. Una gran tontería porque si seguía en esa línea de no reaccionar, no sólo le quitarían un porcentaje de la coparticipación sino hasta la propia Capital Federal si pudieran. Por lo que debió judicializar la cuestión y ponerse firme, con lo cual Alberto lo acusó de reabrir la grieta y de atacar el federalismo al no ceder plata que le correspondería a las provincias más pobres, quedando como culpable de esa reapertura de la grieta los dos. Vieja táctica pero que funciona donde los que provocan la pelea después dicen que en realidad la empezó la víctima.
La represión revolucionaria
El ser revolucionario permite cosas que no permite el ser burgués. El derecho burgués es para sociedades donde el poder está arriba, en la oligarquía neo liberal, entonces hay que atacarlo por abajo, por ejemplo tirando piedras al Congreso hegemonizado por el neoliberalismo y controlado por la policía del régimen aunque esté desarmada. El derecho revolucionario, en cambio, es para cuando el poder los tomaron los de abajo, entonces ellos no pueden permitir ataques al Congreso popular porque eso atenta contra la revolución. Tirarle piedras al proyecto jubilatorio de Macri es revolucionario, como dijo Máximo. Tirarle piedras al proyecto jubilatorio de Alberto, aunque sea peor ley, es contrarrevolucionario. En un sistema revolucionario quien se opone a lo que dice el mandamás es contrarrevolucionario. Por eso la represión en un sistema burgués es criticada y en un sistema revolucionario es apoyada, como en Venezuela. Los revolucionarios en un sistema burgués son más democráticos que los más demócratas, pero cuando conquistan el poder, para supuestamente defender la revolución, son autoritarios y no admiten ninguna libertad más que la de obedecer al oficialismo como no se obedece en sociedades liberales.
Reprimir en Venezuela es defender la revolución, mientras que si reprime Macri es para impedir la revolución. Una cosa está bien y la otra mal, sólo porque lo dicen los que se creen portadores de verdad revolucionaria.
En fin, todas estas teorías vaya y pase si triunfa la revolución que ellos predican, pero mientras vivamos en una sociedad republicana democrática, burguesa, liberal y capitalista aún manejada por autodenominados revolucionarios, eso de querer usufructuar las ventajas de la libertad individual que otorga el sistema pero a la vez tener los privilegios de la sociedad revolucionaria es una joda. Eso de hacerse el revolucionario mientras se vive sin ningún pudor como el más burgués de los burgueses es la joda total. Es la joda en que se ha convertido la Argentina. Y es la garantía, mientras nos gobiernen los que piensan así, que nada cambie. La revolución de este modo garantiza seguir siempre como estamos porque para los pretendidos revolucionarios este es el mejor de los mundos aunque sea un infierno para los demás.
Este conservadurismo revolucionario es, para los pueblos, el gatopardismo en estado puro.