El artículo de Paul Krugman en el New York Time, con el que culmina 25 años de colaboración, sobre el resentimiento de la sociedad actual provocó en el que esto escribe el recuerdo de un libro de 1992 de John Kenneth Galbraith “La Cultura de la Satisfacción”.
En ese texto, Galbraith mostraba a la sociedad estadounidense de esos años donde el 60% por ciento de la población estaba conforme con su situación personal. Es un cuadro simple: la mayoría que tiene los medios materiales suficientes y la posición social que le permite considerarse satisfecha, votará en defensa de ese interés. Por otro lado, los insatisfechos dejaban de participar en la vida política convencidos que no habría respuestas a sus demandas y necesidades.
La democracia permite la protesta, el reclamo de mejores condiciones de vida, la exigencia de cambios y reformas. ¿Pero reformas y cambios pueden plantearse si las mayorías están satisfechas?
Por esos años un film de Tim Robbins, “el ciudadano Bob Roberts”, muestra a un candidato cantante de música country, que se postula a una banca al senado por el estado de Pensilvania con un discurso basado en el nativismo y contra el gasto social, al que señala como financiador de perdedores y vagos.
En el equipo de campaña el protagonista tiene a un afroamericano exitoso, que niega las diferencias raciales. Anticipa esa ficción, lo sucedido en las últimas elecciones estadounidenses, donde una gran parte de latinos y afroamericanos, hicieron caso omiso a comentarios raciales denigratorios hacia sus comunidades de parte del presidente Trump y lo votaron en un número significativo e inesperado.
La satisfacción de la sociedad estadounidense se incrementó aún más en los años siguientes a la primera edición del libro de Galbraith, los “gloriosos años de Clinton”, con su baja de la inflación, la supresión del déficit y el plan de rescate de la deuda pública. El fin de la guerra fría, se creía, auguraba una era de paz y prosperidad que se extendería por el planeta y con ello la adopción de la democracia en todo el mundo parecía algo posible en vez de meras fantasías de mentes afiebradas.
Esas creencias e ilusiones concluyeron con los atentados de 2001 en Nueva York y la crisis de las subprime en 2008. Precisamente Galbraith en la Cultura de la Satisfacción denuncia la mentalidad cortaplacista imperante y la negación a pensar en la posibilidad de una crisis financiera y Paul Krugman en 1999 editó “El Retorno de la Economía de Depresión” ante las señales de crisis en varios países anticipando la que estallará en el 2008.
A las crisis financieras debemos agregar los cambios en los modos de producción que la revolución tecnológica digital transforma con empleos que desaparecen y otros nuevos con exigencias educativas distintas.
Ahora en su artículo “La Esperanza En Una Era de Resentimiento” señala cómo el optimismo preponderante en Occidente a fines del siglo pasado ha sido desplazado por una ola de ira y resentimiento. Es interesante resaltar su referencia a que el resentimiento no es sólo propio de los postergados; escribe: “Y no me refiero solo a los miembros de la clase trabajadora que se sienten traicionados por las elites; algunas de las personas más enojadas y resentidas de Estados Unidos en estos momentos- personas que parece muy probable que tengan mucha influencia con el gobierno de Trump entrante- son multimillonarios que no se sienten suficientemente admirados”.
Esto escrito para los Estados Unidos lo vemos en nuestro país. Es que el ser humano, muchas veces, en vez de celebrar los logros solo piensa en las carencias y cae en el resentimiento. El resentimiento lleva al rencor y a la violencia.
En la Argentina el persistente deterioro social, propio de una economía que desde 1974, no conoce un ciclo de crecimiento que dure más de tres años continuos., que ha empobrecido a las clases medias que eran la marca distintiva del país, y anulado las esperanzas de los sectores de menos recursos de poder ascender en sus ingresos y pertenencia social, el rencor y resentimiento han sido manipulados desde el poder, canalizándolos a supuestos enemigos de la sociedad y del progreso nacional como manera de eludir las responsabilidades en su fracaso dirigencial.
En lo que va de este siglo el resentimiento desde el poder ha sido la característica que, salvo en el gobierno de Macri, predomina en los que gobiernan. Al argumento crítico, a la opinión diferente la respuesta ha sido y es el agravio y el insulto, algo característico explican los psicólogos, de quienes tienen complejo de inferioridad.
Krugman concluye su columna con esperanza: “En algún momento el público se dará cuenta de que la mayoría de los políticos que despotrican contra las elites en realidad son elites en todos los sentidos importantes y empezará a pedirles cuentas por no cumplir con sus promesas. Y en ese momento el público estará dispuesto a escuchar a quien no intente argumentar desde la autoridad, no haga falsas promesas, sino que intente decir la verdad lo mejor que pueda”.
* El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia.