Al menos desde 2018, no hay mayor grieta en la sociedad argentina que la de los colores verde -con el que se identificó la campaña en pos del aborto legal y liberado- y celeste -que se oponía a ese movimiento-. La sanción de la ley no parece destinada a cerrar esa grieta sino a hacerla más profunda.
Esto puede comprobarse al ver no sólo las medidas judiciales con las que se buscará dejar sin efecto la ley, sino por la gran cantidad de médicos que, dicen, se negarán a hacer abortos.
Este artículo no podrá esquivar la grieta: hay aquí poco margen para el término medio. Pero, eso sí, uno jamás habla desde una burbuja, sino desde coordenadas de pensamiento específicas, y esta argumentación será la de un ateo, y tendrá la forma de una bioética inspirada en los esclarecedores estudios al respecto de la escuela de filosofía identificada con el filósofo español Gustavo Bueno.
Lo que surge de analizar la flamante “Ley de interrupción voluntaria del embarazo” (IVE) es que resulta inconstitucional, innecesaria, se basa en datos falsos y falacias, es contraria a normas éticas y es retrógrada. Sobre el carácter contrario a la Constitución Nacional, esta adhiere a pactos internacionales que aseguran la protección de la “persona desde el momento de la concepción”. El conflicto legal será motivo de una batalla que ya comenzó al habilitar un juez federal de Salta la feria para tratar el tema.
Saber a la Ley IVE innecesaria va a la par de los datos falsos usados para justificarla. La prédica de las organizaciones que la promovieron se asienta, básicamente, en el pedido de que las mujeres dejen de morir en abortos clandestinos y en la cantidad de estos que se realizan en la Argentina. Esta última cifra es la más discutible: la dio Amnistía Internacional, entidad que ha promovido y presionado por la sanción de la ley en nuestro país, y dice que se hace medio millón de abortos clandestinos por año. El dato es absolutamente hipotético y surge de metodologías que son cualquier cosa menos científicas.
Pero si la cifra de 500.000 abortos al año fuera cierta, la ley de aborto libre quedaría aún menos justificada. Pues si esa es la cantidad y son 19 las muertes maternas por aborto en el país (Ministerio de Salud, 2018), entonces la mortalidad por aborto clandestino sería de 0,00038%. Como dice el obstetra Ricardo Beruti, eso “convertiría a esta práctica en la más segura intervención del planeta”. El año pasado el diputado provincial Gustavo Majstruk pidió al gobierno que dijese cuántas muertes maternas por aborto hubo en Mendoza: en 2017, 2018 y 2019 la cifra fue 0.
En cuanto a que la ley que permita el aborto como método de control de natalidad es “retrógrada”, la conclusión surge de un análisis histórico-antropológico: antes se practicaba el infanticidio (salvajismo), luego el aborto (barbarie) y al fin el control por métodos anticonceptivos (civilización). El aborto para controlar los nacimientos nos regresaría a la barbarie, y quienes apelen a esa práctica, conociendo otros métodos, habrán actuado con imprudencia culposa.
En lo que a bioética se refiere, hay discusiones válidas sobre el concepto de persona humana. Pero una ética no ha defender sólo a las personas (individuos humanos en sociedad), sino a los individuos humanos en general. Por eso defiende a los niños -que en sus inicios apenas interactúan socialmente-, a los comatosos, enfermos de Alzheimer y, por supuesto, individuos humanos en gestación. Invocar el lema “mi cuerpo, mi decisión” sería negar que uno no tiene un cuerpo, sino que “es” un cuerpo, y que en este caso hay dos cuerpos.
La falacia más burda, igual, es la que dice que, a pesar de estar prohibido, “igual existía el aborto”: así se asume que porque algo existe, debe legalizarse. O sea, abre las puertas a liberar otros delitos que también se realizan a pesar su prohibición.
Por último, sigue firme la épica del deseo (“la maternidad será deseada o no será”) como ménsula para definir cuestiones tan cruciales como la vida humana. Esta épica puede bien ser refutada con las palabras de Gustavo Bueno, con las que cierra esta columna políticamente incorrecta: “¿Y qué le importa al germen, al embrión, al feto o al infante, que tienen una vida individual propia y autónoma respecto de la madre, el no haber sido deseado por ella? ¿Acaso puede un hijo asesinar a sus padres porque no desea tenerlos?”.