En estos tiempos en que casi la mayoría de las personas tiene su auto y a veces más de uno, cada vez caminamos menos. Si necesitamos realizar un trámite al centro, recurrimos al auto. Si se nos olvidó algo para la comida y se nos hace tarde, lo sacamos nuevamente (aunque nos demoremos más en hacerlo) y vamos al almacén de la otra esquina.
Vamos en él y nos demoramos más en buscar estacionamiento que hacer lo que queríamos. El vehículo ya forma parte de nuestro cuerpo, como también el celular. De a poco nos vamos despersonalizando cada vez más y no nos damos cuenta.
Estos avances (celular/movilidad) que paradójicamente nos deberían servir para comunicarnos mejor, constituyen ahora barreras físicas, en muchos casos.
También la conversación es dificultosa ya que muchas veces y hasta cuando esta es muy necesaria, como en una consulta médica, por ejemplo, al sonar el celular el profesional corta la conversación y se toma todo el tiempo para responder esa llamada, dejando a su interlocutor mirando los diplomas pegados en la pared.
Cada uno de nosotros debe tener un montón de ejemplos de esta clase.
Por eso quiero resaltar la conversación y usar nuestros queridos pies un poco más para trasladarnos. Libres de celulares, audífonos (cada vez más parecidos a corchos ubicados en los oídos) y todo aquello que pueda interferir una mejor comunicación con los demás.
Propongámonos un día salir a realizar un trámite, una pequeña compra, la visita de un amigo, libres y dispuestos a compartir un encuentro, una charla, un chiste, un abrazo, un saludo, un recuerdo, en fin, todo eso que nos carga de energía y que nos hace sentir más humanos.
Salvo que la evolución del ser humano ya está programada para que usemos la telepatía.