Antes de dar nombre a una calle de nuestra ciudad y a una escuela de Guaymallén, el Dr. Abraham Lemos recorrió con entusiasmo filantrópico los caminos de su época ganando dichos reconocimientos.
Nació el 27 de agosto de 1835 en la capital mendocina, siendo bautizado un mes y tres días más tarde.
Años más tarde decidió estudiar medicina, para lo que se trasladó a Buenos Aires. Tras recibirse realizó algunas publicaciones médicas, como un famoso estudio sobre la Tuberculosis en 1865 y regreso a Mendoza, dónde contrajo nupcias engendrando una numerosa familia.
En 1884, Lemos incursionó en las crónicas viajeras. Para esto realizó un viaje entre nuestra provincia y Chile que sirvió de base al texto que llamó: “Apuntes de un viaje, de Mendoza a Valparaíso”.
Su repercusión fue inmediata. El diario de Bartolomé Mitre recomendó su lectura, destacando la imparcialidad de don Abraham al compararnos con los hermanos chilenos. Al finalizar leemos: “El Sr. Lemos es un mendocino, médico ilustrado, autor de otros escritos, que ha viajado mucho. Véase que lo ha hecho con provecho para él y para su país”.
Dada la admiración de Lemos por su par Ignacio Pirovano, le dedicó el libro: “Su dedicatoria me ha emocionado -agradeció Pirovano a través de una carta-, porque nunca me he creído con títulos suficientes para recibir tanta distinción. Y ella ha sido tanto mayor cuanto aquel, honor me venía de una persona que ha dejado tan buenos recuerdos”.
Adentrándonos ya en el texto podemos descubrir parte de la realidad mendocina hacia fines del siglo XX. “Que hermoso boulevard –leemos-, es la calle llamada de San Martin. Los mendocinos, deben estar orgullosos de haber proyectado una vía tan magnífica”. Por entonces nuestra entrañable avenida se estaba convirtiendo en el centro mismo de la ciudad, comenzando a aparecer los negocios y la vida nocturna.
Poco después agrega: “delante de cada propiedad se han echado puentes sobre aquellos y sobre estos puentes se han establecido escaños donde los transeúntes pueden sentarse a reposar, a la sombra de los frondosos árboles”. Una de las formas de sociabilizar entonces era reunirse sobre dichos puentes.
En las siguientes páginas da algunos consejos para realizar el trayecto con el mayor éxito posible, se queja de las condiciones de algunas postas y señala la existencia de una leyenda en Uspallata:
“La Laguna del Tigre, de fabulosa historia y fama, también se dice existía en este paraje. En esta Laguna habían los incas (que llevaban en cogotes de guanaco, inmensas cantidades de pepas de oro, suficientes para llenar de este metal el cuarto que servía de prisión a Atahualpa, último Emperador) arrojado su preciosa carga al saber por el telégrafo vocal que entonces ya usaban, que los españoles habían dado muerte a aquel monarca y qué ese oro era por lo tanto inútil. Nadie ha podido descubrir la existencia de tal laguna y el Gobernador D. Pedro Molina que con un derrotero descubierto en España, fue en su busca, se llevó también gran chasco”.
Sin dudas, Abraham Lemos es un interesante exponente de su tiempo. A través de sus ojos podemos descubrir mucho del pasado provincial, mientras nos deleita con su pluma algo inexperta pero deliciosa.
*La autora es Historiadora.