¿Qué fue Menem?

Menem ganó todas las batallas pero perdió la guerra por no saber retirarse a tiempo. Luego de él, la democracia siguió, gracias y a pesar de él.

¿Qué fue Menem?
Hablando en términos peronistas, Menem fue la etapa doctrinaria de la corrupción, el que la hizo política de gobierno.

Encontró un país donde el Estado había dejado de funcionar, nada andaba, ni la luz ni el agua ni el gas. Ni los ferrocarriles. Alfonsín intentó reformas que no concretó y que seguro las hubiera hecho más equilibradas que el vendaval menemista, pero no tenía real vocación para hacerlas excepto algunos de sus ministros que presagiaron el porvenir como Rodolfo Terragno, conocedor del mundo y su nuevo clima, ante el cual no quería rendirse sino adaptarse con razonabilidad.

Menem lo hizo, pero bien a lo guaso, como una topadora, logrando las dos cosas a la vez: destruir aún más gran parte de ese Estado deteriorado que se debía reconstruir, como los ferrocarriles, pero también poniendo a funcionar lo que se pudo renovar. Abrió el país a las nuevas tecnologías, desde el campo hasta los teléfonos o el marco regulatorio eléctrico.

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Comprendió mejor que nadie el significado histórico de la caída de la URSS y del muro de Berlín. También sobreactuó el nuevo mundo que surgió de la caída, quizá más que sus fundadores, Reagan y Thatcher.

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Para ser presidente ganó, tanto la interna como la general, porque unió el peronismo como lo hizo Cristina en 2019. Fue el renovador heterodoxo que le ganó a la renovación ortodoxa con el peronismo tradicional. Incorporó muchas ideas de la renovación pero el estilo suyo fue el del viejo peronismo reciclado.

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Sintetizó liberalismo y peronismo robándole las banderas al liberalismo y a la renovación peronista. No fortaleció ni a uno ni a otro, se los tragó a los dos. No quedó nada, ni Grosso, ni De la Sota, ni Cafiero. María Julia terminó presa. Solo Bordón y el Chacho pelearon lo poco que quedaba en 1995 pero ya no alcanzaba contra el maremoto Menem que todo lo que tocaba arrasaba. Entonces constituyó un unicato. Su proyecto fue el de un caudillo populista liberal que buscaba la suma del poder público. Se quedó con las cabezas de los tres poderes, él en el Ejecutivo, su hermano en el Legislativo y su socio Nazareno en la Corte. Solo le quedaba acabar con la oposición interna para así reelegirse indefinidamente, vale decir Cavallo y Duhalde. A Cavallo se lo sacó de encima apenas pudo. Pero Duhalde atacó ante de que lo atacara. Sin el bonaerense la reelección eterna hubiera sido una formalidad. Duhalde acabó con esa pretensión pero a cambio Menem le hizo perder la presidencia.

El riojano ganó todas las batallas pero perdió la guerra por no retirarse a tiempo. Luego de Menem, la democracia siguió, gracias a Menem en parte y a pesar de Menem en parte.

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Su política internacional fue la de abrirse al mundo capitalista intentando ser una de los líderes del neoliberalismo naciente. En abrirse le fue bien, fue recibido como el hijo pródigo. Pero en ser un líder del primer mundo le fue horrible. Como todo converso fue recibido por los líderes del primer mundo simulando paridad, pero no era cierto. Lo trataban de acuerdo a lo que era la Argentina, no a lo que Menem quería ser. Querían que Argentina los sirviera, no que entrara al club de los poderosos, al menos mientras no se humillara lo suficiente para pagar el precio de la entrada. Al meterse en conflictos que lo sobrepasaban, como el del medio Oriente o el del contrabando de armas por pedido de EEUU, generó puras voladuras. De la AMIA, de la embajada de Israel, de la fábrica de Río Tercero. Lo pagó muy caro.

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Su proyecto previo a las elecciones se trataba de una alianza entre la cruz y la espada en la cual él sería la cruz y Seineldin la espada y los gremios que volvieron loco a Alfonsín serían sumados con el salariazo o sea la superhiperinflación. Y Malvinas como política exterior belicosa. Un nuevo pacto sindical militar corporativo. Una regresión furiosa ante un pueblo aterrado por la hiperinflación que votó volver atrás, como lo hiciera por razones parecidas en 2019. Pero luego hizo lo contrario, traicionó a Seineldin que quería el indulto para sus pares pero también compartir el poder. Este reaccionó con un intento de golpe de Estado y Menem lo reprimió implacablemente. Así, indultó a militares y guerrilleros del pasado, pero condenó a los militares del presente. No dejó conforme ni a unos ni a otros, pero se quedó sin enemigos violentos a la vista. Maquiavelismo puro.

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Cabalgó los tiempos como Perón pero más que como jinete lo hizo colgado, porque sus conversiones fueron totales e impúdicas. No condujo la evolución, se dejó conducir por ella. Pero salvó a los “compañeros” de la obsolescencia, todos se pegaron a su liderazgo aunque no pensaran como él, del mismo modo que luego pasaría lo mismo con Cristina, en 2019 cuando se prendieron a su liderazgo aunque no pensaran como ella o aunque la hubieran traicionado antes. El peronismo unido jamás será vencido. Con Menem el peronismo se transformaría en el camaleón humano más grande de la historia argentina y eso seguiría aún sin Menem. Si no les gustan mis ideas tengo otras, las que quieran. Eso haría al peronismo inquilino permanente del poder, con serias aspiraciones a ser su único propietario. Menem participó en esa línea histórica nada liberal en lo político, aunque con él lo fuera en lo económico.

No quería destruir las instituciones para cambiarlas por otras como Cristina; se conformaba con banalizarlas, con declararlas innecesarias. Su reino no era la República sino la tevé....

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En vez de cooptar a la “alta” cultura como los Kirchner, lo hizo con la farándula, de la cual fue su portavoz más consecuente, como si fuera uno de ellos. Para convertirse en eso contó con la ayuda invalorable de Bernardo Neustadt, su oráculo, un periodista oficialista un millón de veces más efectivo que Vertbitsky y Víctor Hugo sumados, gracias a su popularidad. Con él armaron la plaza del Si, la primera vez que un dirigente peronista llenó la plaza de Mayo con viejos gorilas reconvertidos al menemismo. Un cambio cultural colosal y una banalización igual de colosal.

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En fin, la sociedad del espectáculo volcada de lleno a la política. El Consenso de Washington sobreactuado. La posmodernidad neoliberal encarnada en la Argentina como en ningún lado, al calor de la convertibilidad que le permitía hacer cualquier cosa. Incluso así como Menem se creía un líder del primer mundo, hizo que la clase media argentina se creyera parte del primer mundo peregrinando en multitud para visitarlo y comprarlo con el dólar a un peso. Argentina había reencontrado el paraíso, el peronismo hacía retornar la grandeza del liberalismo contra el cual había venido históricamente a combatir. Gurúes liberales del mundo viajaban a ver la nueva invención. Y lo milagroso es que pese a la brutal conversión seguía siendo peronista. Vino liberal en odres peronistas. Populismo y liberalismo, una sola posición. Los menemistas maravillados por su conversión al liberalismo siendo dueños casi totales del poder. Los liberales fascinados al ver sus ideas en el poder por primera vez en décadas sin que las representaran los golpistas, sino la democracia. Se habían reencontrado con el pueblo que Menem les prestaba. Y Adelina de Viola, encantada, cantaba la marchita. Un laboratorio que entusiasmaba a los liberales del mundo y dejaba perplejos a los viudos de Moscú que solo despotricaban contra el fin de la historia que los había expulsado de su seno.

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En tanto, la corrupción comenzó a crecer con fuerza en la democracia a fuer del desguase del Estado y también seguiría creciendo mucho más aún después de Menem, esta otra vez en nombre de la reconstrucción de lo que Menem había deshecho. Hablando en términos peronistas, Menem fue la etapa doctrinaria de la corrupción, el que la hizo política de gobierno. Mientras que Kirchner fue la etapa institucional de la corrupción, el que la hizo política de Estado.

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