“Con la democracia se come, se educa, se trabaja”. “Dicen que soy aburrido”. “Estamos condenados al éxito”. “No pienso dejar mis ideales en la puerta de la Casa Rosada”. “No fue magia”.
Hace rato que los políticos no comunican qué van a hacer, si no una historia que busca la identificación de un segmento de la población. Pero hoy el relato, la narrativa, el storytelling desvelan más que nunca a quienes diseñan estrategias pensadas para candidatos en pugna… Estos conceptos son los verdaderos protagonistas de las campañas políticas. Mejor dicho de la política a secas. Mejor dicho de la política que nos seca.
Vamos a recurrir a una comparación que parece caprichosa pero que es, a fin de cuentas, ilustrativa para entender estos conceptos de la comunicación y la propaganda.
Seguramente pasás tus tiempos muertos (o vivos) escuchando a Charly García, Taylor Swift o Piazzolla vía Spotify o mp3. Esto es posible porque en los 80 y parte de los 90 hubo un científico alemán, Karlheinz Brandenburg, que tuvo una brillante idea. ¿Cómo lograr generar un archivo de audio que, con un tamaño 90 por ciento más chico que las canciones originales provenientes del cd o cassette, permitiese ser distribuido digitalmente por aquellas primarias conexiones de internet? Te la hago corta. Al científico se le ocurrió retirar del archivo de audio todo lo que el oído humano no percibe. Y eureka. Lo lograron en 1992 y lo llamaron MP3.
A mediados de los 90, en una entrevista con DW, Gerhäuser, ingeniero que formó parte del laboratorio de Brandenburg, explicó: “Imagine que está en una reposera en el jardín escuchando trinar a los pajaritos. De pronto, su vecino pone a funcionar una cortadora de césped. Los pajaritos siguen trinando, pero usted ya no los escucha. Y lo que el oído humano no registra, se puede eliminar sin más del archivo de sonido”.
Así nació el formato que revolucionó la industria de la música. Sacando lo que sobra. Quedándose solo lo que nuestros limitados oídos perciben... Pero también por eso los melómanos detractores de este “invento” sostienen que se trata de un producto “sin alma”. Porque si un can o un marciano pudiesen comparar “Demoliendo hoteles” en un iPod y luego en vinilo, notarían que son dos piezas distintas. O peor aún, el MP3 es hasta una deformación desangelada de su supuesta imagen. Como esos decorados de Hollywood donde el edificio es sólo una fachada de cartón.
Lo que hoy se conoce como relato político es eso. Dejan del pensamiento de un político o de una corriente partidaria, solo aquello que entra en el oído del votante a conquistar. Comprime el discurso y lo “potabiliza”. Y así por ejemplo un político que militó toda la vida en la derecha, cuyo entorno son empresarios del establishment, puede presentar una narrativa que lo muestre popular, progresista, buscando aquel segmento que las encuestas demuestran que necesita.
O al revés, se inventa un relato que muestre como halcón una blanca palomita, porque detectan que los focus group reclaman tomar la curva hacia la derecha.
Los candidatos se vuelven actores de una historia guionada para penetrar electorados.
Nosotros no conocemos el pensamiento real del aspirante al cargo. No sabemos de sus reuniones o de sus charlas con sus aportantes, sus jefes. Es más, las grietas nos han llevado a desconfiar de los periodistas que pueden destapar ollas y develar patrimonios o reales intenciones de los políticos. En definitiva, ese individuo llega a nosotros solo por el relato que le prefabricaron o se prefabricó.
(Es más, hay un sector del pensamiento político que cree, insólitamente, que a Alberto lo que le faltó es relato. Que no supo “narrar” mejor su gobierno para que en nuestra cabeza quede lo bueno. Una barbaridad. Pero bué, hay gente que aún siendo peronista no cree que la única verdad sea la realidad)
Relato político, segmentación de audiencias, épica: combo completo
Luego entran en juego otras herramientas de campaña para vehiculizar los relatos. La más saliente es la segmentación de los discursos (Durán Barba master class) apoyada en la encomiable ayuda de las redes sociales. Y la otra es la “épica” para humanizar y encadenar las diferentes narrativas en una mayor, con sus héroes y olimpos (aquí el kirchnerismo hizo escuela).
Con los años, la manera de hacer llegar “el relato” al votante (por lo general, indiferente) se va perfeccionando. Pero muchas veces en detrimento de los intereses de la ciudadanía. Porque se suele anteponer la narrativa a la solución pragmática de los problemas del ciudadano de a pie.
Moraleja: siempre conviene desconfiar de las moralejas. De los relatos políticos. Su fin es parecer y no ser. Esos discursos no suelen tener alma. Y mucho menos verdad. Porque nacen de laboratorios. Como el mp3. Como nuestro próximo presidente. Sea quien sea.