Es difícil que Rusia invada a Ucrania antes de los Juegos Olímpicos de Invierno en Beijing. China no quiere una guerra que sacuda al mundo, eclipsando y perturbando el evento deportivo internacional que la tiene como escenario. Pero cuando esos juegos terminen la mirada convergente del mundo regresará al escenario europeo donde puede desarrollarse una tragedia de alcance impredecible.
A un comediante que parodiaba a los políticos en televisión ucraniana le toca el dramático rol de David, aunque la piedra con que cuenta Volodimir Zelenski contra el Goliat ruso es insuficiente. Sólo el peligro de terminar chocando contra la OTAN siembra dudas en el jefe del Kremlin. La correlación de fuerzas con Ucrania lo tienta a hacer lo mismo que hizo con Georgia, el país caucásico que perdió parte de territorios que controló durante la era soviética en Abjasia y Osetia del Sur.
Dimitri Medvedev era presidente cuando estalló aquel conflicto en el 2008, pero el dueño del poder era Vladimir Putin. Y su visión geopolítica ya abarcaba la totalidad del mapa que había ocupado la URSS. Aunque Rusia haya perdido ese hinterland, los catorce estados sobre los que imperó Rusia debían seguir siendo aliados incondicionales de Moscú. Y el que quiera lanzarse a los brazos de las potencias occidentales, perderá parte de su territorio.
La pregunta es si puede aplicar siempre exitosamente esas amputaciones territoriales, sin chocar de manera directa con las potencias de Occidente. Slobodán Milosevic aplicó esa política después de perder la guerra en Eslovenia, pero terminó chocando con la OTAN y su proyecto de la Gran Serbia se desintegró junto con su régimen. A Croacia intentó sacarle la Krajina, región con población serbia, y también procuró crear un estado serbo-bosnio. Lo detuvieron los ataques aéreos de la OTAN y terminó perdiendo Kosovo, que hasta ese momento había sido parte del mapa serbio.
Más que la amenaza de sanciones económicas, la duda de que su plan expansionista termine chocando de manera directa con la alianza atlántica es lo que frena al jefe del Kremlin.
Calcula que todo el armamento que reciba de Occidente no compensa la ventaja abrumadora que Rusia tiene sobre Ucrania en términos geoestratégicos. De hecho, el ejército ruso puede invadir Ucrania por el norte, por el este y por el sur, ya que puede ingresar desde Bielorrusia, desde su propio territorio y desde la anexada Península de Crimea. Incluso podría lanzar tropas desde el suroeste de Ucrania, porque tiene bases militares en el Transdniéster, la porción de Moldavia con población ruso-parlante que se separó de ese país con el respaldo de Moscú. Desde ese territorio de la margen oriental del río Dniéster se puede llegar rápidamente a Odessa.
Con semejante ventaja geoestratégica, además de la que tiene en cantidades de tropas y armamentos ¿por qué lo detendrían las sanciones económicas? Las que le aplicaron en el 2014 no lo hicieron devolver la Península de Crimea.
La diferencia con aquellas sanciones, es que en esta oportunidad serían más sofocantes para la economía rusa y en el Kremlin se empiezan a escuchar voces preguntando cuánto tiempo podrá la economía mantener una ofensiva importante si el ejército ucraniano, en lugar de desbandarse rápidamente, logra resistir la embestida debido al apuntalamiento que estará recibiendo de la OTAN a través de Polonia, Eslovaquia y Rumania.
A pesar de las ínfulas de Putin, el aparato militar ruso no se condice con la dimensión de su economía. Y si a su fragilidad se suman sanciones de inédita dureza, se complica la posibilidad de sostener un conflicto que no sea breve como lo fue la guerra en Georgia.
El problema de Putin es que de semejante escalada no puede bajarse con las manos vacías. Menos tratándose de tierras con pasado ruso. La región del Donbáss perteneció a Rusia antes que a Ucrania, porque fue conquistada por Rusia venciendo a los kanatos turcomanos entre los siglos XVII y XIX. Jarkov, la segunda mayor ciudad ucraniana, fue creada por el imperio ruso como fortaleza para apuntalar el avance hacia el Oeste.
Los títulos ucranianos de posesión son recientes. Esas tierras le fueron cedidas por Nikita Jrushev en la era soviética. Sus fronteras volvieron a ser reconocidas por Rusia en el acuerdo de 1991 que puso fin a la URSS, y nuevamente en el Memorándum de Budapest de 1994, por el cual se transfirieron a Rusia los arsenales nucleares soviéticos estacionados en Ucrania y Kazajstán.
Putin intenta borrar con el codo acuerdos que firmó la mano del antecesor que le abrió las puertas del Kremlin. Cuando Boris Yeltsin lo nombró su primer ministro y lo proclamó su sucesor en la presidencia, el actual mandatario no objetó el reconocimiento de las fronteras que ahora quiere empujar hacia el Oeste con tanques y ejércitos.