Los constructores transformamos los recursos que nos da la Tierra y que el ser humano transforma con su capacidad, inventiva, ciencia, tecnología e ingenio.
Arena, ripio, cemento, cal, hierro, madera, cobre, aluminio, zinc, asfalto, ladrillo... Todo eso reunido y resignificado se vuelve escuelas para aprender y poder superarnos, hospitales que atienden emergencias y pandemias como la actual, centros de salud, hogares, plazas.
De allí que su ausencia sería también la de estos lugares que todos hemos necesitado, transitado y ocupado.
Pero además, quienes trabajamos en generar construcciones, tenemos una tarea intermedia al resultado final: generar y sostener puestos de trabajo, comprar los bienes que usamos en los comercios locales, utilizar maquinaria y combustibles.
Se trata nada menos que de un círculo virtuoso que podría romperse si, por ejemplo, no se protegiera desde el Estado -el principal impulsor- los recursos que lo motorizan.
Y si este circuito de recursos minerales, decisión y proyectos de desarrollo, emprendedores, comerciantes, industriales y trabajadores no contaran con el empujón económico y financiero a la rueda, su detención nos dejaría mirándonos a los ojos y preguntándonos qué hicimos mal y peor: cómo, dónde y de qué vivir.
Valga esta reflexión para comprender una lección que nos está dejando esta pandemia de coronavirus: atacó -además de a las personas- a la economía y, por lo tanto, Mendoza se ve afectada por completo por haber apostado con demasiada confianza a lo mismo de siempre y no permitirse la oportunidad de conseguir nuevos recursos, por negarnos la posibilidad de contar con una variedad de opciones y caernos a pedazos con la parálisis del turismo y la crisis mundial del petróleo: de eso vivimos, con unas economías regionales atrofiadas y que representan muy poco al final de la cuenta.
Si Mendoza no sigue buscando con ingenio, cuidado, sostenibilidad y responsabilidad los recursos que le permitan un desarrollo industrial y trabajo digno, tampoco podrá funcionar con planes bancados con dinero fabricado por el Estado.
Necesitamos empleo, no planes. Mendoza está acostumbrada al esfuerzo y el trabajo, no a los subsidios. Y si no se genera riqueza con una actividad como la minería justo allí en donde la gente lo reclama, representará un caso más digno de psicólogos que de economistas.
Y es muy probable que no tengamos remedio como sociedad y debamos internarnos para siempre como pacientes de una Nación que haga con nosotros lo que quiera.
*El autor es Presidente de CECIM (Cámara de Empresas Constructoras Independientes de Mendoza).