Mi tía Nani, Anna Ingrid Guldberg Ennemark de Cerutti, se fue a vivir al cielo el 25 de mayo pasado. La imaginé eterna. Con su “estar”, con su “andar bailarina” nos enseñó a tener espalda.
Nació el 12 de septiembre de 1929 en el corazón de la isla dinamarquesa: Darragueira a la izquierda antes de Besares por donde vivían los inmigrantes dinamarqueses de fines del siglo XIX en Chacras de Coria. Pueblito de viñedos italianos, españoles, franceses, dinamarqueses, Chacras paraíso arrasado. Barrios privados, construcciones abusivas.
La mamá de Nani no fue cariñosa. “Hasta que conocí a Josefina (mi abuela, su suegra), no sabía lo que era una caricia”, recordó en 1998 cuando viví unos días con ella en México. Desde que la bomba estalló en Viamonte 5329, Chacras de Coria, nuestra casa de la infancia, Nani también vivió en Ecuador y Canadá.
Soñaba yo con sus sopitas y sus abrazos. Su inglés tan preciso. Quería recordar infancias, pero Nani estaba llena de vacíos o ayudas a olvidar lo peor. Hijito muerto, siete meses de cárcel y tortura de su marido (Horacio Cerutti, mi tío y padrino), exilio, muerte de su nietita y muerte de su marido. La nieve. Quiso suicidarse.
Prefería recordar su infancia. El cerro El Melón, el río Blanco, sus hermanos, Gran Papá, Granny, su mamá, el Hollywood Park, el cine Gran Splendid, el verano, la calles. Me mostró álbumes.
Gran Papá, como le decía ella a su padre, era rabdomante. Y en Chacras hacían cola para que los curara con el péndulo. Nani lo heredó. Nos curaba el desamor.
Única dinamarquesa de aquella generación que se casó con un italiano. Fiesta memorable, champagne, manteles de lino y baile hasta amanecer. Princesa nórdica, rubia con el pelo hasta la cintura y tul bordado a mano. “Si hubo una mujer hermosa en Chacras esa fue Ingrid”, dicen, “La única princesa de Chacras”.
Pasión, la danza clásica: “los días más felices fueron cuando podía bailar. Dejé las zapatillas para vivir en la Casa Grande. Tu tío no quería que bailara. ¡Menos tu abuela Josefina!”, dijo entre lágrimas.
Cada día de su vida fue amor por la danza. Expresión, despliegue, salud. Así, como si nada, una vertical. ¡Nadadora!, pecho y mariposa. Maestra de hijos, sobrinos y entenados. Moríamos por sus escones, su apple crumble y su “gud gud”, postre nórdico como gelatina de cerezas que Nani cosechaba trepada a los cerezos de Victorio, mi abuelo asesinado por Massera.
Si hubo una mujer buena en este planeta, fue Nani. Alegría y fiesta del cuerpo. Única fue la Nani. Bailaba los valses de Strauss mientras con el mechudo “partenaire” barría la galería de la Casa Grande que sin ella no hubiera sido grande.
Ojalá quieras ser mi ángel de la guarda. Ojalá que me sigas cuidando como cuando me enseñaste a andar en bicicleta por el callejón que iba a la finca. Me subiste a la bici de Diana. Me sostuviste del asiento hasta que tu grito fue la vida. ¡Pedaleá solita! En bajada me soltaste. Buen viaje Nani querida, que descanses.
(*)La autora es escritora. Autora de “Casita robada”, el secuestro, la desaparición y el saqueo millonario que Emilio Eduardo Massera cometió contra la familia Cerutti, Sudamericana, 2016.