A más de tres meses del comienzo de su presidencia surgen con nitidez tanto las características de Javier Milei como las de la cultura política de la mayor parte de nuestra sociedad: un populista de manual y un electorado con escasa o nula formación cívica, siempre a la espera de un salvador individual que solucione rápida y mágicamente los problemas del país y de su gente. Se rechazan así los consensos imprescindibles para superar las crisis y sostener los buenos resultados en el largo plazo.
Como todo populista, Milei anuncia que con su ideología económica, un presunto anarco-capitalismo, viene a refundar la Argentina y regenerar el tejido social, destruido por una supuesta casta política llena de privilegios, que pagará sus pecados con un ajuste feroz de la economía. Por ahora trata, infructuosamente, de arremeter contra las instituciones de un Estado de Derecho Constitucional, intentando deslegitimar a los representantes elegidos por el voto popular y adjudicándose la representación exclusiva del “pueblo”. En su proceder ratifica diariamente su condición populista, con el agregado de un mesianismo religioso, que se vuelve un peligro para una sociedad laica, compleja y democrática.
Milei divide la sociedad. Él, su hermana, su (des)gobierno, sus fanáticos –insultadores anónimos en la cloaca de las redes sociales- y las facciones del dividido PRO, constituyen la pureza de la política, frente a la sucia casta. Siempre lo mismo: los buenos y los malos, el pueblo/antipueblo; patria/antipatria y, ahora, leales y traidores (con escraches públicos incluidos, técnica de raigambre fascista incorporada también por las izquierdas). En suma, ideas oxidadas que buscan encubrir un pensamiento profundamente antidemocrático, cuasi monárquico, dentro del cual no caben las críticas y el disenso. “O estás conmigo o eres mi enemigo”.
Sin embargo, Milei (y quienes lo rodean), como cualquier otra fuerza política, es expresión de intereses que pugnan por imponerse al conjunto; y es función de las instituciones de la República establecer límites y equilibrios entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, todo lo cual resulta insoportable para el presidente, convencido como está, de tener una Misión que cumplir encomendada por las Fuerzas del Cielo. En virtud de ello, no tiene límites éticos, morales ni políticos para insultar y repudiar diariamente cualquier crítica o posiciones diferentes de la suya. Los legisladores son “coimeros”, los gobernadores “extorsionadores”; el conjunto, “delincuentes”, como los calificó en Israel, sin el menor recato por estar en el extranjero hablando ante empresarios de cuestiones internas argentinas. Fiel reflejo de la improvisación y el amateurismo de un gobierno carente de planes, programas y equipos profesionales e ideologizado.
Esa ideología, montada en una teoría económica que no se aplica en ningún país del mundo, pone en un brete la gobernanza. ¿Tiene conciencia Milei de que preside un Estado Nación y una sociedad muy compleja? Es dudoso; pareciera que sólo considera que somos 47 millones de individuos habitando un espacio económico donde el mercado debe imperar con las leyes de la libertad, así, en abstracto, aunque él representa intereses económicos muy concretos y conocidos.
Como buen populista, construye relatos, siempre falaces, comenzando por la Historia Argentina, sobre la cual es un solemne ignorante o un mal intencionado. La Argentina liberal de fines del siglo XIX y comienzos del XX, nunca fue un “Faro de Luz” para el mundo, ni la “Primer Potencia Mundial”. Eso sólo cabe en un delirante. De igual modo sitúa la “decadencia argentina” desde hace 100 años, justo cuando la democracia liberal comenzó a hacerse realidad con el voto secreto y obligatorio (1916). Y habla además de otra falsedad: el “colectivismo”, que habría imperado desde entonces, destruyendo “la libertad”. También ignora absolutamente la Historia de Occidente.
Parafraseando a un gran maestro mío (Mariano Zamorano), sospecho que Milei “pasó por la universidad pero la universidad no pasó por él”. Y es que hoy “… tenemos expertos [egresados de Facultades], pero no tenemos universitarios, individuos que comprendan la relación que guarda […] el modo en que se vincula su campo [de conocimiento] con otros campos. Esta feudalización del saber […] Es una nueva forma de analfabetismo […]” (S. Kovadloff, mayo 2008, Revista Cultura Económica 71). Ese analfabetismo conduce por caminos errados, como el irrestricto alineamiento geopolítico con EEUU e Israel, este último con una clara connotación religiosa personal de Milei. Más lógico sería un alineamiento con las democracias republicanas del mundo (incluyendo a los EEUU, Israel, Japón y Europa), pero comenzando con un acercamiento profundo con nuestros vecinos, socios estratégicos, en particular Brasil, en lugar de insultar a presidentes legítimos surgidos del voto popular.
En síntesis: si el presidente no logra equilibrarse emocionalmente y no hace un rápido aprendizaje político, la sociedad volverá a vivir duros períodos de turbulencia económica y social, y probable violencia, cayendo en una nueva frustración.
* El autor es geógrafo e historiador.