Cuando yo era una adolescente y estaba en la escuela secundaria sentía gran indignación cuando leía en el Diccionario Enciclopédico Larousse respecto de la forma de gobierno de Argentina, en el que nuestro país aparecía como “país con gobierno federal pero de carácter unitario”.
La indignación se originaba en el hecho de que nuestra historia mostraba cuánto costó y cuánta sangre se derramó y cuánto trabajaron nuestros próceres para finalmente volcar nuestra forma de gobierno al modo federal.
De esa indignación mía han pasado muchos lustros, y era una reacción típica de la adolescencia.
Sin embargo si repasamos hechos actuales se puede ver que hay en el ánimo de algunos ciudadanos la idea que para progresar hay que pertenecer al mismo signo político que el gobierno nacional y que si ello no es así las provincias pueden ver su progreso muy comprometido.
Lo malo es cuando ese pensamiento está también presente en las autoridades nacionales y actúan en consecuencia.
La obra Portezuelo del Viento parece corroborar de alguna manera lo expuesto.
Se ignora que un país o una región con déficit energético tendrán escaso desarrollo.
Los motivos por los que no se apoyan los proyectos de progreso a algunas provincias pueden ser varios: impedir un supuesto “lucimiento” de algún gobierno; el temor de que si el proyecto y la ejecución del mismo fueron buenos se refleje en el resultado de una futura elección y seguramente hay muchos otro motivos, todos igualmente espurios.
Lo que sorprende es que hay legisladores que parecen desconocer que el pueblo gobierna a través de sus representantes y votan no siguiendo lo que el pueblo mayoritariamente pide, sino lo que los partidos políticos imponen.
Parecen situaciones reñidas con principios democráticos elementales.
Pero hay un hecho básico, no se puede ser federal o unitario según conveniencia, no se puede tener las ventajas de ambos sistemas.
La indignación de mis tiempos de adolescencia con el Diccionario Enciclopédico Larousse no se ha apagado, sólo que aquella indignación un tanto pueril se ha transformado en tristeza y desilusión.
*La autora es Profesora Emérita de la Universidad Nacional de Cuyo