Cierta vez llegó a un pueblo un gran circo con varios elefantes. Allí vivía un niño que tenía especial atracción por estos animales, de manera tal que, sin que sus padres lo supieran, una mañana bien temprano fue a visitar las jaulas, cuando no había público.
El espectáculo que encontró lo dejó perplejo. Los elefantes descansaban sin otra medida de seguridad que un hilo atado, en un extremo a la pata delantera derecha de cada animal y el otro a una pequeña estaca apenas enterrada en el suelo húmedo. Era evidente que alcanzaba un mínimo movimiento para que cada elefante rompiera su precaria atadura, ganando la libertad. Entonces llegó el cuidador. El niño, alarmado, expresó sus temores. El hombre lo calmó diciéndole: “Tú te das cuenta que estos elefantes no están en prisión alguna”. “Pero ellos no lo saben”. “Cuando eran recién nacidos –siguió diciendo el cuidador– se los ataba con gruesas cadenas, bien ajustadas, entonces cada vez que se movían sufrían dolor y sangraban. Eso los hizo aprender a no moverse cuando percibían algo apretando esa extremidad”. “Por eso, hoy, que son grandes, alcanza con un hilo para mantenerlos dóciles”. “Recuerdan el dolor de aquellos tiempos y temen que vuelva a ocurrirles”. “Hoy ninguna medida de seguridad es necesaria: están presos de sí mismos”.
La Ciencia también ha hecho sus comprobaciones en este sentido. Un grupo de investigadores colocó cinco monos en una jaula. En el centro había una escalera y, en lo alto, un montón de bananas. Cada vez que uno de los simios subía la escalera para agarrar las frutas, los que quedaban en el suelo recibían un hiriente chorro de agua fría. Transcurrido el tiempo, cuando alguno de los animales intentaba subir la escalera, los restantes buscaban impedírselo para evitar que surgiera el molesto chorro de agua. Con el tiempo ningún mono subía la escalera, a pesar de la necesidad de alimento que todos tenían.
Entonces los científicos sustituyeron a uno de los monos. La primera cosa que hizo el recién llegado fue subir la escalera, siendo violentamente disuadido por los otros. Después de algunas escaramuzas, el nuevo integrante ya no volvió a intentarlo.
Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con entusiasmo en impedir al novato que fuera en procura de alimento.
Un tercero fue cambiado, y se repitió el hecho.
El cuarto y, finalmente, el último de los veteranos fue cambiado por otro ejemplar.
Los científicos quedaron, entonces, con un grupo de 5 monos que, aún cuando nunca habían recibido baño de agua fría alguno, continuaban impidiendo a los demás cualquier mínimo intento por llegar hasta las bananas. Si fuese posible hablar con estos monos y preguntarles por qué actuaban con tanto empeño de ese modo, la respuesta sería: “No sé, pero las cosas siempre se han hecho así aquí.”
Son dos historias con animales por protagonistas; pero si de humanos se trata, ¿estaremos haciendo las cosas de la manera adecuada, convencidos y con fundamento?, ¿o podemos cambiarlas brindando el aporte de nuestra creatividad personal fruto de la imaginación y el razonamiento?
*El autor es doctor en Psicología Social, filósofo y escritor.