Por las nubes de Úbeda

Virus ideológicos, abanderados de privilegio, querer que el FMI nos pague en vez de pagarle nosotros, traslados de Capital. Un país al borde del delirio.

Por las nubes de Úbeda
Plaza de Mayo Festejos por el día de la democracia y los derechos humanos. El presidente Alberto Fernandez junto a Cristina Kirchner y Lula Da Silva Pepe Mujica Foto Juano Tesone

El dicho español de “irse por las nubes de Úbeda” se refiere a alguien que divaga o se extravía en sus discursos. Que se va por las ramas. O sea que en vez de ocuparse de los verdaderos problemas, los reemplaza por otros insustanciales o inexistentes o falsos. Ya sea para desviar la atención, o más frecuentemente aún, porque ha perdido todo contacto con la realidad.

Esa ha sido precisamente la tónica de la política nacional oficial de fin de año a partir de su derrota electoral, frente a la cual el presidente de la Nación aseguró haber oído las críticas populares y prometió cambiar en base a ellas. Promesa que como todas las anteriores, obviamente no cumplió.

Por el contrario, siguiendo una tendencia que ya le venía desde antes, Alberto Fernández continuó su raudo alejamiento de la realidad concreta para avanzar hacia las nubes de Úbeda sin solución de continuidad. Lo confirmó cuando sostuvo que “todos los días pienso si la Capital no tendría que estar en un lugar distinto y venirse al norte; ¿no será hora de que empecemos a tomar estos desafíos?”.

Confundiendo frivolidad con estrategia nuestro primer mandatario confiesa que no hay día en que no piense en tan singular tontería frente a las urgencias de un país sin timón, sin timonel y sin hoja de ruta. Desafíos todos que le corresponden a él.

Sin embargo, todo empeora cuando nos informa acerca del otro gran tema que también todos los días merodea por sus pensares: la de que se presentará para su reelección en 2023 “si las condiciones están dadas”.

Es muy difícil que un dirigente político que tenga ocupada su mente en dos cuestiones tan insustanciales para las necesidades generales de la población, pueda asentar sus dos pies en la tierra y ponerse a gobernar de un modo diferente al que lo hizo estos dos años, algo que le reclaman no sólo desde el voto popular o desde la oposición, sino básicamente desde el lado de su jefa política y sus huestes. quienes trinan de bronca por las banalidades con las que suele desvariar el presidente protocolar que ellos pusieron.

Pero no vaya usted a creer que la señora vicepresidenta y sus fidelísimos critican las superficialidades albertistas desde una comprensión clara de la realidad a la cual ellos deberían conducir y mejorar, sino que -por el contrario- se ubican por debajo y por arriba de ella. Por debajo defendiendo intereses particulares sin contemplar los generales. Y por arriba ideologizando tanto las cosas concretas que las propuestas de solución resultan tan disparatadas como inaplicables.

Quien se sumerge por debajo de la realidad concreta de la gente concreta es precisamente Cristina la cual ha hecho de su defensa por las infinitas acusaciones de corrupción que sufren ella, su familia y amigos empresarios (llámense testaferros) una cuestión épica de Estado. Para ella, y así lo intenta vender, todo se trata de una persecución política a los líderes nacionales y populares del mismo modo en que hacía la dictadura militar con los militantes del campo revolucionario. Nunca antes en la historia argentina la defensa particular de una persona acusada por la justicia de delitos comunes (aunque se hayan cometido desde la política) había logrado que meros intereses personales arrasaran con todos los intereses generales de la sociedad, poniendo a los primeros muy por encima de los segundos, e incluso en contra. El Estado soy yo llevado a su máxima expresión, pero no sólo en el sentido de un rey que se cree dueño del Estado, sino también de una reina que cree que el Estado debe estar primero que nada al servicio de sus necesidades ni siquiera políticas, sino meramente privadas.

Mientras que Cristina rebaja la política a los barros del subsuelo para zafar de sus causas, sus fieles la suben a las nubes de Úbeda del macaneo ideologizado a su máxima expresión. Como esa diputada que es el otro yo de la doctora Cristina, Fernanda Vallejos, quien suele afirmar sin pelos en la lengua lo que Cristina piensa pero no puede decir, como que Alberto es un okupa en la casa de Gobierno. Esta semana Fernanda avanzó un paso más y aseguró algo increíble, que “el FMI debe reparar, indemnizar a la Argentina por los daños generados. Aquí nosotros somos la víctima”, dijo. Que es lo mismo que haría quien le pide un préstamo a un banco para poner una empresa, y luego si esa empresa quiebra, el quebrado no sólo se niega a pagarle el préstamo al banco sino que a la vez le exige una indemnización por haberle prestado la plata que le permitió comprar y por ende quebrar una empresa. Cuando la ideología conduce a tales extremos de sofisticación conceptual donde el delirio arrasa con todo sentido común, es muy poco loque se puede decir a favor o en contra. Pero esa forma de entender la realidad parece estar extendiéndose en las filas de los cristinistas revolucionarios con preocupante asiduidad.

Así, el joven ministro de salud de la provincia de Buenos Aires, Nicolás Kreplak, acaba de descubrir, correlacionando estadísticas, una verdad imprevista: “Si dividimos a la población en niveles socioeconómicos, los más elevados económicamente tienen una diferencia seis veces superior en contagios de Covid-19 con los niveles inferiores”, dijo. Vale decir, se ha descubierto, como ya se venía sosteniendo cuando se prefirió la vacuna rusa ante que la yanqui, el carácter ideológico y clasista del virus. Son los ricos quienes contagian, y no los pobres, demostrando que la maldad viene de arriba y no de abajo.

Y para no ser menos, la provincia de la Pampa determinó que ser abanderado es “un privilegio de un grupo reducido de alumnos”, con lo cual quedan sólo dos posibilidades: o terminar con los abanderados o darle la bandera a todos los alumnos, un ratito a cada uno. Ya que esta concepción cree que el mérito y el esfuerzo individuales son egoísmos para tirar en el tacho de la basura. Una infiltración en la escuela de la competencia capitalista en vez de la solidaridad socialista.

En fin, esperemos que todas estas cosas sean vahídos de fin de año ocasionadas por la resaca que aún queda de la derrota electoral, y que podamos empezar el año sin tantos virus ideológicos ni tantos abanderados de privilegio, que son las tonterías que los subalternos deliran si sus principales dirigentes se dedican a irse por las nubes de Úbeda o a meramente intentar salvar sus propios pellejos.

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