Venezuela ya sabe que no tiene un nuevo Rómulo Betancourt. Está claro que Juan Guaidó carece de la energía de aquel líder socialdemócrata que luchó contra dictaduras militares y fundó la democracia venezolana.
Por cierto, el autoritarismo actual es más sofisticado que el del general Marcos Pérez Jiménez. Fue el G-2 (aparato de inteligencia cubano) el que diseñó el régimen apoyado en el poder militar y puso en funcionamiento una red de delación y espionaje interno que detecta todas las intrigas y conspiraciones. También habría diseñado el mecanismo de financiación ilegal que mantiene unida a la elite del poder. Un sistema blindado al descontento popular contra el desastre económico y social causado por el régimen.
La dirigencia opositora fracasó en sus intentos de recuperar la democracia que había puesto en marcha Betancourt. La última esperanza de la mayoría de los venezolanos fue Guaidó. Cuando se autoproclamó “presidente encargado” y logró el reconocimiento de muchos países, hubo una expectativa inmensa en ese líder joven que física y gestualmente se parece a Obama. Pero los fracasos de sus embestidas para provocar la caída de Maduro fueron reduciendo la esperanza que había generado.
Las pujas entre Voluntad Popular, el partido de Guaidó y Leopoldo López, y Primero Justicia, que lideran Julio Borges y Tomás Guanipa, sumieron a los venezolanos disidentes en un pantano de pesimismo y apatía que se traduce en ausentismo electoral. Ese ausentismo y la dispersión del voto opositor entre los candidatos de facciones enfrentadas en la MUD (Mesa de Unidad Democrática) le permitieron al régimen ganar gobernaciones y alcaldías en la mayoría de los estados venezolanos, en las elecciones regionales del 21/11.
El objetivo de Maduro era contrarrestar el aislamiento internacional para poder recuperar el control, por ejemplo, del oro venezolano depositado en el Banco de Londres. Para eso necesitaba elecciones creíbles, con opositores y con un Consejo Nacional Electoral (CNE) confiable. Había logrado en gran medida su objetivo, pero su naturaleza autoritaria lo hizo cometer un error que agigantó la derrota del chavismo en Barinas.
Para el régimen era un golpe simbólico muy duro perder en el estado donde nació Hugo Chávez y que, desde que el líder bolivariano llegó al poder, habían gobernado su padre y sus hermanos.
Como la MUD fue unida a en Barinas, su candidato, Fredy Superlano, logró derrotar por un punto de ventaja al gobernador que iba por la reelección: Argenis Chávez, el menor de la “familia real” en Venezuela. La CNE, confirmando su novedoso funcionamiento transparente, estaba a punto de convalidar el escrutinio cuando el Tribunal Supremo de Justicia anuló la elección y ordenó repetirla.
Los jueces supremos justificaron la tropelía diciendo que Superlano estaba inhabilitado, pero estaba a la vista que lo había rehabilitado Maduro, porque necesitaba que haya candidatos opositores para hacer creíble la elección. El hecho es que, cuando un mes y medio después la elección se repitió, la oposición volvió a ganar y esta vez por más de catorce puntos.
Entra la votación anulada y su repetición, el régimen inyectó ríos de dinero y prebendas para dar vuelta el resultado. Pero fue peor. La derrota se agigantó y quedó más visibilizada, ya que en noviembre le restaban visibilidad los triunfos oficialistas en los demás estados.
Ahora, no sólo perdió Argenis Chávez en la tierra que habían gobernado su padre, Raúl de los Reyes, y su hermano Adán. Ahora el derrotado fue un ex vicepresidente, ex canciller y ex yerno de Hugo Chávez. Jorge Arreaza era la carta fuerte del chavismo, apuntalado con la descomunal inyección de dinero y prebendas.
Argenis era el protegido de Diosdado Cabello, por eso su derrota golpeó en directo al número 2 del régimen. Pero con el fracaso de Arreaza, el más impactado fue Maduro, su patrocinador principal. Y en las dos votaciones, el derrotado directo fue el PSUV, aparato partidario del régimen.
En la provincia de Buenos Aires, la inyección de subsidios, dádivas y prebendas que se efectuó para revertir en las legislativas la derrota oficialista en las PASO, logró disminuir la diferencia entre vencedores y vencidos, atenuando el fracaso. En Barinas ocurrió al revés. La victoria del opositor Sergio Garrido, en desventaja absoluta frente a la propaganda y los subsidios del régimen para favorecer a su candidato, fue mucho mayor a la que se había logrado en noviembre.
Maduro habría acrecentado la credibilidad de las victorias chavistas en las elecciones regionales del 2021, si hubiera aceptado la derrota en el feudo de la familia Chávez. Pero no pudo con su instinto autoritario, jugó sucio y lo único que logró fue amplificar y visibilizar aún más la derrota, dando una bocanada de oxígeno a una cúpula opositora que se estaba ahogando en sus propias negligencias, codicias y mediocridades.
*El autor es politólogo y periodista