El presente cambio de las autoridades del Partido Justicialista mendocino puede ser una buena oportunidad para reflexionar sobre el papel que cumplió y cumple este sector político en la vida pública de la provincia desde el reinicio de la democracia.
Mendoza es junto a Córdoba una provincia donde el kirchnerismo ha penetrado culturalmente muy poco. Más bien lo contrario. No así el peronismo que de diez gobiernos electos desde 1983, la mitad exacta han sido de signo peronista. Ni que decir de Córdoba donde el justicialismo gobierna sin solución de continuidad desde 1999 hasta la fecha. Pero con más ventajas “republicanas” en Mendoza porque aquí los dos partidos se alternaron de un modo casi perfecto: al primer gobierno radical en 1983, le sucedieron tres gobiernos peronistas, luego vinieron dos radicales, le siguieron dos peronistas y ahora estamos por el segundo radical continuado.
Eso habla de un pluralismo notable y de la dificultad que hay en nuestra provincia para que se enseñoreen caudillismos estables. Ha habido líderes, a veces incluso hegemónicos en ambos partidos, pero no señores feudales o “patrones de estancia” y su influencia ha sido limitada en el tiempo.
Sin embargo hoy se da la paradoja de que en una de las provincias menos kirchnerista, el Partido Justicialista esté dominado por el sector camporista, que le ganó elecciones internas al otro sector importante (el de los intendentes) pese a no contar con territorios significativos en su poder. La mayoría de los intendentes no son kirchneristas o cuando menos son lo más prescindentes que pueden ser en lo que se refiere a lo nacional.
Esa contradicción entre la dirigencia partidaria justicialista y las tendencias electorales mayoritarias de los mendocinos le está haciendo perder una creciente competitividad al peronismo local, lo cual no es una buena noticia en una provincia donde se mantuvo por 40 años una saludable alternancia democrática, quizá la mejor del país. Y si a eso le agregamos que Mendoza también se caracterizó por poseer una tercera fuerza política de notable potencialidad y que ahora ésta casi ha desaparecido, no es errado pensar en riesgos de reducción de nuestra respetable calidad institucional.
No obstante, más allá de la cuestión ideológica, la crisis del peronismo local no es tanto por su relación con el kirchnerismo nacional que de hecho se ha convertido en casi la única expresión del peronismo del siglo XXI en casi todo el país y nada nuevo se ve en el horizonte. Tampoco en Mendoza. El problema real es que Mendoza supo tener un peronismo propio muy identificado con las características culturales e históricas de la provincia y hoy lo ha perdido. En eso estamos ahora muy por debajo de Córdoba donde tanto el oficialismo como la oposición son muy localistas.
A partir de 1983 durante todo el gobierno de Felipe Llaver, se produjo una muy profunda renovación de los cuadros dirigenciales de los tres principales partidos políticos provinciales.
El radicalismo tuvo su liderazgo en figuras como el vicegobernador José Genoud, el diputado Raúl Baglini que sería candidato a gobernador en 1987 y el casi “eterno” intendente Víctor Fayad quien sería el fundador de la nueva camada radical que desde el municipio capitalino llevaría al centenario partido a una gran renovación que llegaría al gobierno provincial luego de agotada la renovación peronista.
El Partido Demócrata, muy maltrecho por su participación en los gobiernos militares buscó dar un salto renovador tras las figuras de Carlos Balter, Gustavo Gutiérrez y Gabriel Llano, llegando casi a la gobernación en 1999. Luego se opacaría bastante pero su larga tradición cultural en la provincia más el hecho de que todos los que intentaron ocupar su lugar de tercera fuerza fracasaron rotundamente, siempre lo mantienen a la expectativa.
El peronismo, en cambio, hasta 1983, pese a haber gobernado la provincia durante todas las presidencias peronistas, no formaba parte tan intensamente de la tradición política cultural mendocina casi siempre motivada por la pelea entre “gansos” (demócratas) y “pericotes” (radicales). Era más bien como un fenómeno que venía de afuera, desde la nación, con escasa personalidad local, salvo algunas excepciones como la figura de Carlos Evans.
Por eso en el PJ la renovación política fue más profunda, sobre todo luego de los colosales fracasos electorales de 1983 y 1985. Apareció, bajo las banderas de la renovación peronista nacional surgida dentro del clima de pluralismo democrático gestado por Alfonsín, un grupo de dirigentes que ocuparían tres gobernaciones consecutivas desde 1987 hasta 1999: José Bordón, Rodolfo Gabrielli y Arturo Lafalla. Ellos lograrían mantener, casi en soledad, durante toda la época de los 90 el estilo político renovador de los 80 frente al aluvión menemista que institucionalmente retornó al viejo estilo caudillista peronista aunque esta vez en nombre de ideas liberales. Vino diferente pero en viejos odres.
Lamentablemente, a diferencia de Córdoba que pudo resistir exitosamente el temporal menemista, en Mendoza durante los 90 se quebró el intento renovador pese a que logró instalar una tradición peronista local casi inexistente, sumando a su historia política una síntesis con las ventajas del conservadurismo mendocino en su faz más progresista.
No obstante, esa provincialización del peronismo local viene sufriendo avatares negativos durante todo el siglo XXI. Primero porque a la fractura del peronismo renovador lo continuó una hegemonía de intendentes, con miradas demasiado municipalistas de la problemática provincial. Así. los intendentes más poderosos que se postularon a la gobernación fueron dos veces derrotados por un radicalismo renacido trás las figuras de Roberto Iglesias y Julio Cobos. No obstante, cuando el radicalismo se dividió por la “tentación” kirchnerista en la que cayó Cobos en 2007, el intendente más cercano a Néstor y Cristina, Celso Jaque, recuperó la gobernación para el peronismo impulsado por el jefe político de la “liga de los intendentes”, el recordado “Chueco” Mazzón. E incluso les alcanzaría para otro mandato más bajo la figura de “Paco” Pérez.
Pero ya se trataba de un momento cualitativamente distinto del peronismo mendocino, que a la postre resultaría fallido y haría que el radicalismo recupere otra vez la gobernación muy sólidamente, primero con Alfredo Cornejo y luego con Rodolfo Suárez.
Lo que ocurrió es que el reemplazo de un peronismo provincializado por un peronismo municipalizado fue un rotundo fracaso. Y luego, la brutal hegemonía kirchnerista barrió con cualquier intento provincial o municipal y nacionalizó todo haciendo de los gobernadores peronistas meros delegados de los presidentes K. Algo que en Mendoza no cuajó en las mayorías electorales que se sienten más identificadas con partidos de color provincial, cosa que hoy el peronismo expresa muy poco ya que partidariamente está comandado por el cristinismo local que puede ganarle elecciones internas a los intendentes peronistas no K pero que difícilmente pueda ganar una elección provincial.
Luego de la división del peronismo renovador de los 80 y 90 y pese a que todos sus dirigentes posteriores fueron parte o herederos de aquella exitosa camada, las ideas novedosas se fueron apagando. El peronismo de los intendentes, pese a que intentaron sumarse entre ellos para conformar un proyecto provincial, siempre le quedó chico a Mendoza. Para peor todos terminaron subordinados al kirchnerismo contra el cual jamás se atrevieron a expresar la menor diferencia (como hiciera los radicales con Alfonsín o los renovadores con Menem). Y el colmo fue que en nombre de esa pretendida nacionalización comenzaron a atacar el modelo cultural mendocino acusando de aislacionismo el orgulloso provincialismo que ya desde el siglo XIX viene siendo reconocido como una diferenciación local que no busca confrontar con el resto del país sino añadirle particularidades diversas. Casi todo el mundo alaba ese estilo institucional mendocino, salvo los peronistas que insisten con incorporar Mendoza al “proyecto nacional”. Que no son todos porque el peronismo mendocino es una realidad cultural que tarde o temprano se recuperará.
Será entonces, el gran desafío político del peronismo local ver como relativiza municipalismos y nacionalismos fallidos y se imagina liderar otra vez un proyecto provincial no aislacionista sino nacionalmente integrador que siempre proyectó Mendoza hacia el país, tanto cuando lo ejercieron demócratas, radicales o peronistas. Que es lo que verdaderamente expresa el espíritu cultural de Mendoza.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar