No pudo festejar porque, tras recibir esa buena noticia, recibió una noticia preocupante. Joe Biden no alcanzó a brindar por la muerte del líder de Al Qaeda, cuando le confirmaron que Nancy Pelosi no desistía de visitar Taiwán a pesar de su pedido.
Con la escalada de tensión que generó la presidenta de la Cámara de Representantes aterrizando en Taipéi a pesar de las advertencias de Xi Jinping y el pedido del propio Biden, la muerte de Aymán al Zawahiri por un dron norteamericano en Kabul quedó eclipsada como noticia.
Justo cuando Biden podía mostrar a su país y al mundo una acción militar exitosa, Pelosi generó la situación que puede frustrar sus esfuerzos para que China no provea a Rusia los armamentos que necesita para imponerse totalmente en Ucrania.
Biden hizo una demostración de poder en Afganistán, pero la titular de la cámara baja lo mostró débil en Estados Unidos, dado que ella también es del Partido Demócrata.
Nancy Pelosi tiene una razón vigorosa para haber realizado la controversial visita, pero el momento que eligió para concretarla no es el más indicado. Ocurre que también es razonable sostener, como hizo Biden, que no se puede tener dos frentes abiertos de semejante envergadura.
La prioridad para Estados Unidos está en Europa Central, donde procura impedir que Putin alcance la totalidad de sus metas, para lo cual es indispensable que China no le provea las armas que le pide.
El gobierno chino acusó a Pelosi de transgredir reglas sobre la cuestión Taiwán. Es cierto que en esas reglas figura que los funcionarios de alto rango no deben realizar visitas oficiales a la isla. Pero no es cierto que haya sido Pelosi quien violó primero el acuerdo. El primero en violentar esas reglas establecidas por las negociaciones de finales de los ´70 entre Kissinger y Chou En-lai que desembocaron en el abrazo de Nixon y Mao Tse-tung, fue el actual presidente chino.
Los amenazantes ejercicios navales en el estrecho de Taiwán; el boicot al flujo de turismo chino hacia la isla, el incremento de la presión económica y, sobre todo, los ataques cibernéticos contra el Estado taiwanés constituyen una creciente ofensiva que parece el prolegómeno de una invasión. Y la regla establecida desde aquel acercamiento que modificó el tablero mundial también implica que China no modificará unilateralmente el statu quo imperante.
No se equivoca Pelosi al señalar que, si frente a tal ofensiva china, Washington se muestra débil y titubeante, estará alentando a Xi Jinping a apurar los tiempos de su plan de anexión.
En las cercanías de Pelosi relativizan la gravedad del gesto porque en el pasado hubo visitas oficiales de figuras de alto rango. Es cierto. En 1997 visitó oficialmente Taipei quien, igual que Pelosi hoy, presidía la Cámara de Representantes. Pero el caso no es equiparable.
Quien viajó en aquel momento fue Newt Gingrich, un republicano ultraconservador que era archi-enemigo del entonces presidente: el demócrata Bill Clinton. Por lo tanto, Pekín no dudaba que la intención del visitante, más que contra China, apuntaba contra Clinton. En cambio Pelosi y Biden son del mismo partido.
La otra diferencia es que la China de 1997 no tenía el poder militar ni el peso en la economía mundial que tiene actualmente, además de que el presidente de entonces era el prudente Jiang Zemin, cuyo poder estaba institucionalmente limitado, mientras que hoy impera con menos contenciones el todopoderoso Xi Jinping.
Por eso la escalada de tensión entre China y Taiwán le cortó el festejo a Biden. El trofeo de guerra que obtuvo en Kabul es valioso. El ataque que mató al líder de Al Qaeda compensa, en alguna medida, la mancha que había dejado la bochornosa retirada norteamericana de Afganistán.
En aquellos momentos, Biden aseguró que Washington seguiría combatiendo al terrorismo en Afganistán, y explicó que, para hacerlo, ya no necesitaba tener tropas en el país centroasiático.
El anuncio de la muerte de Aymán al Zawahiri se convirtió en el hecho probatorio de que, efectivamente, la lucha contra el terrorismo puede continuar sin que haya tropas norteamericanas en Afganistán. Además, el ataque acabó con el creador del terrorismo global. Al Zawahiri ayudó a Osama Bin Laden a concebir la estructura de “células dormidas” que son activadas desde la neurona central de Al Qaeda.
Bin Laden era el líder carismático y cerebro financiero, pero Al Zawahiri era el organizador de los ataques. Organizó en 1998 los atentados a las embajadas en Nairobi y Dar el Salam; el certero ataque en el 2000 contra el buque militar USS Cole en Yemen y también el primer y único atentado terrorista que alcanzó la escala de genocidio el 11-S del 2001.