Con abrir las escuelas no alcanza para que todos los alumnos puedan volver. Es condición necesaria pero no suficiente. Para los que perdieron todo contacto durante 2020 pero también para los millones que tuvieron intercambios débiles o esporádicos y aún para quienes manteniendo la conexión perdieron hábitos y ritmos de aprendizaje, el regreso a la vida escolar no será automático y requiere procesos específicos para todos.
Lo primero es identificar, ya debería contarse con eso, cuál es la situación de cada alumno. La información es crítica para definir dónde y cómo se encuentra cada uno. Lamentablemente son muy pocas las jurisdicciones que tienen esa información sistematizada. El caso de Mendoza, por ejemplo, es interesante porque tiene una plataforma de gestión de la información escolar que permite hacer ese seguimiento en tiempo real y, al estar nominalizada la información, saben la situación de cada alumno y es posible trabajar con mayor exactitud y organización. En la mayoría de las provincias eso no existe y ese diagnóstico dependerá de cada escuela.
El mapeo de la situación de los alumnos permitirá establecer al menos tres grupos: los que estuvieron totalmente desconectados, los que mantuvieron una experiencia escolar débil con aprendizajes muy por debajo de lo esperado y los que tuvieron una conexión razonable y lograron aprendizajes mínimos. Se trata de definir una suerte de semáforo para cada escuela, para cada aula y comprender que cada grupo requiere estrategias diferenciadas.
A los chicos que quedaron desconectados, los más afectados en todos los sentidos, hay que ir a buscarlos y ofrecerles caminos alternativos para volver a la escuela, actividades de re vinculación con una tutoría personalizada, con materiales hechos a su medida. La escuela tiene que reparar tanta ausencia y hacerles un lugar especial para reponer un sentido de lo escolar. Existe el Programa Nacional Acompañar Puentes de Igualdad y otros programas provinciales que deberán aportar recursos a cada escuela para esta estrategia.
Para aquellos estudiantes que hayan atravesado una escolarización remota débil, que son la gran mayoría, se requieren propuestas de “aceleración de aprendizajes”, con actividades de apoyo, selección de contenidos básicos y secuencias didácticas efectivas. Y para los alumnos que pudieron construir los aprendizajes mínimos habrá que continuar un plan educativo de complejidad creciente.
En todos los casos será necesario abordar deliberadamente la dimensión socioemocional de la experiencia vivida, para transformarla en aprendizaje social. La participación de las familias en este aspecto es importante y tendría que conservarse el lazo estrecho que se fue construyendo entre escuela y familia durante los largos meses de confinamiento.
Y es imprescindible contar con políticas públicas que encaren los problemas de acceso a conectividad y dispositivos tecnológicos. Esto permitirá no sólo sostener el vínculo escolar en la alternancia entre presencialidad y virtualidad con equidad y calidad, sino que es condición para poner a las escuelas en el siglo XXI.
El regreso implica desterrar la idea de una escuela homogénea, entender que las aulas serán mucho más diversas y planificar con profesionalismo y creatividad cada propuesta.
*La autora de la nota es Profesora e investigadora de la Escuela de Gobierno de la Universidad Di Tella.