La realidad que exhibe la pandemia justifica el pesimismo filosófico con que Schopenhauer describió un mundo caótico y un ser humano doblegado ante su deseo eternamente insatisfecho y su inútil voluntad de seguir ese deseo.
La irrupción de un virus que se expande a través del aire, detonando su vertiginoso big bang en todos los rincones del planeta, puso a la humanidad ante una disyuntiva: actuar con sentido común humanitario, o dejarse arrastrar por sus deseos eternamente insatisfechos hacia las pulseadas por poder y el sálvese quien pueda.
La circunstancia inédita puso a la especie humana ante una diagonal. Un camino que conduce al Estado sanitario de bienestar y el otro al apartheid sanitario global.
Que en el trayecto, en lugar de liberarse patentes para que todos los países puedan producir vacunas, aparecieran conceptos como pasaporte sanitario, mientras las vacunas se acumulan en las grandes potencias hasta que, por efecto derrame, empiecen a llegar al resto en las cantidades necesarias, señala que el mundo se encamina hacia el apartheid sanitario.
Apartheid significa “separar” en afrikáans, el idioma de la minoría blanca de Sudáfrica. Así se llamó el sistema de segregación racial que, desde 1948 hasta que Mandela llegó a la presidencia, confinó a los “no blancos” en guetos territoriales, políticos y jurídicos. Las etnias bantúes tenían vedados los sitios habitados y transitados por los blancos. El mismo término que denominó esa aberración sirve para describir lo que podría dejar el covid19 si no hay un abrupto cambio de rumbo.
Como la especie atacada por el “enemigo invisible” cayó en el “sálvese quien pueda” y se guía por intereses empresariales y estratégicos, en lugar de guiarse por el sentido común humanitario, corre el riesgo de quedar dividida entre salvados y desguarnecidos: el mundo de los inmunizados y el de los vulnerables al virus. O sea, un mundo con “apartheid sanitario”.
Ocurre que al éxito científico lo siguió un fracaso político. En los laboratorios se logró la proeza de crear vacunas en tiempo récord, pero el sentido común humanitario naufragó en los despachos gubernamentales, en los directorios de las grandes compañías farmacéuticas y en las Naciones Unidas.
También naufragó la lógica táctica y estratégica que implica encontrarse frente a un enemigo común. Esa lógica indica que la pandemia global impone la necesidad de enfrentarla desde una alianza global anti-pandemia.
A diferencia de pandemias anteriores, como la poliomielitis y el sida, en las que las vías de contagio son más lentas, complejas y limitadas, ser una infección respiratoria de transmisión aérea da al covid19 una potencialidad de contagio inmensamente superior.
Con los datos aportados por la inmunología, la matemática no tardó en realizar los cálculos estadísticos que revelaron su capacidad de diezmar a un porcentaje significativo de la humanidad.
Su carácter global, sumado a la capacidad de transmisión y a la velocidad de mutación de las cepas, indica que la única forma de enfrentar al coronavirus es mediante un comando mundial que organice la producción de vacunas a escala universal y una campaña de vacunación global y simultánea.
No sólo lo indica el sentido común humanitario, que se plantea la salvación de vidas sin distinción de clases, razas y nacionalidades. Lo sugiere también la lógica estratégica con que debe afrontarse una amenaza de esta naturaleza.
El Covid19 es un enemigo de toda la humanidad y a un enemigo en común se lo enfrenta de manera mancomunada. Los virus no tienen fronteras, por lo tanto la lucha contra un virus tampoco puede tenerlas. Y la ofensiva debe ser global y simultánea para ganar la carrera a las mutaciones.
El sentido común humanitario señala que el liderazgo global debería lograr que todos los países produzcan vacunas en sus territorios, en lugar de que la mayoría deba esperar que, por efecto derrame, lleguen en aviones.
Por haber invertido cifras siderales en crear vacunas, los laboratorios tienen derecho a obtener ganancias. También los Estados que invierten en investigación científica tienen derecho a ganancias o ventajas estratégicas. Pero un liderazgo global debería compatibilizar el derecho empresarial y el de los Estados, con el deber histórico de vacunar al mundo con la mayor velocidad y simultaneidad posible.
Para que la posición humanitaria sea sustentable, debe tener en cuenta lo que implican las inversiones que hicieron Estados y Laboratorios en la proeza científica de crear vacunas en tiempo récord. Quizá el Papa no contemple esa variable; aun así, su reclamo de liberar patentes para que las vacunas puedan producirse en todos los países está más cerca del sentido común humanitario que los líderes mundiales.
En lugar de encaminarse hacia una coalición global anti-pandemia, las superpotencias usan pandemia y vacunas como fichas para a
*El autor de la nota es politólogo y escritor.