Nuevas formas de paternidad

Frente al rol del padre tradicional, se debe construir una autoridad que más que obedecer, nos convoque a construir juntos.

Nuevas formas  de paternidad
El padre en su día mendocino

El día del padre para los mendocinos es el 24 de agosto, por eso vale referirnos al tema en vísperas de esta fecha.

¿Cuál es el lugar del padre en nuestra vida? ¿La norma, según lo describía Freud?¿Es la autoridad, quién guía, provee o protege? ¿Es el cariño, el compañerismo, la calidez? Todo esto lo describe, pero un error que se comete actualmente es juzgar la historia sin tener en cuenta el contexto de la época y el social.

Hagamos un poco de historia. A principios del siglo XX el padre era fuerte, digno y hasta distante, y no porque fuera malo, es porque la sociedad marcaba que ese era el rol paterno. Muchas personas que hoy tienen 90 años cuentan que los padres no besaban a sus hijos, salvo cuando estaban dormidos, porque eso les quitaría autoridad. La psicología de la época describía al padre como quien enseña las normas, mientras las madres, con su afecto y ternura “debilitaba el carácter del niño”. ¿Cómo podía un padre ser cariñoso si eso afectaría la formación de sus hijos? En la historia del principio de ese siglo aparecen figuras fuertes, líderes paternalistas, y hasta un Dios que era castigador. En realidad reflejaba lo que era su rol o lo que se esperaba de él.

Avanzando los años y en las posguerras, aparece un padre firme, pero que jugaba, compartía tiempo y actividades con sus hijos. Seguía siendo proveedor, había que cuidarlo, consentirlo porque era “el sostén del hogar”, hacer silencio, no perturbarlo, no cuestionarlo. Su palabra seguía siendo ley. El compartir tareas de la casa con la mujer era tan mal visto por los otros hombres, como las propias mujeres, que sentían que invadían su espacio. Era casi una muestra de debilidad por parte del padre. Este padre todopoderoso, firme, como un anclaje en los valores y creencias era las raíces y articulación con los antepasados de la familia. En los últimos años de 1900 el rol del padre tuvo una clara metamorfosis de acercamiento, que mostraba el afecto, que se involucraba en situaciones escolares, deportivas y recreativas de sus hijos. Hijos que podían reírse, abrazar y hasta enojarse con su papá, y esto no tenía consecuencias.

A principios del siglo XX, Max Weber (1922) planteaba la idea de autoridad poniendo de relieve la relación entre dominación, obediencia y legitimidad. Distinguía entre el poder como capacidad general de obtener obediencia a una orden dada, y la autoridad como poder legítimo. La existencia de autoridad, afirmaba, supone la probabilidad de encontrar obediencia de un grupo determinado.

Kojève en 1942 sostenía que sólo hay autoridad allí donde hay movimiento, cambio, acción real: únicamente se tiene autoridad sobre aquello que puede “reaccionar”, es decir cambiar en función de lo que, o de quien la representa. Quizá esta mirada fue la metamorfosis de lo que autoridad paterna significaba.

En la actualidad papás que comparten tiempos y tareas, no como un favor a la mamá, sino como parte de su rol paternal. Papás que al no tener un modelo único, como sí lo tenían antiguamente, se va formando, va aprendiendo a ser padre en el proceso de serlo. Y acá surge un tema que es esencial, para ser padre debería ser una persona madura, formada, un adulto más allá de la edad cronológica. ¿Cómo somos hoy los adultos?

El papel adulto atraviesa una fuerte crisis que deja sentir sus efectos, especialmente en el ámbito de la familia y de la escuela. Distintas disciplinas se aúnan para describir la desintegración de las representaciones tradicionales en las que el adulto era considerado una persona legítima para ostentar el poder y la autoridad y constituirse en garante de una transmisión de saberes y valores avalada por un fuerte consenso social. Distintos procesos interrelacionados, a partir de la segunda mitad del siglo XX.

Así las cosas, transmitir algo a los hijos se hace cada vez más difícil. Se podría entonces optar por no transmitir nada, pero transmitirles lo mismo que las generaciones anteriores, aún cuando esto ya no se adecuara a la realidad que los rodea, o por angustiarse o por paralizarse, yendo y viniendo con propuestas contradictorias, generando más confusión en sus hijos. (De Segni, 2002)-

En este marco sería conveniente volver a pensar la relación de autoridad como una dimensión constitutiva del vivir juntos, en la que el adulto con responsabilidad sobre otros tiene un lugar especial. Se trata de buscar una autoridad que, más que obedecer, nos convoque a construir una fuerza de enlace en las condiciones de una modernidad líquida y de una tendencia a la igualación que rechaza cualquier disimetría. Una autoridad que no sea considerada ni como una fuerza omnipotente ni como u logro personal asentado en figuras carismáticas, sino como un ejercicio que propicie la habilitación de nuevas subjetividades que requieren de otros para poder hacerse a sí mismos.

En este contexto, Hannah Arendt, tras haber comprobado “un derrumbe de todas las autoridades tradicionales, destacaba que la autoridad se ha desvanecido en el mundo moderno. El síntoma más significativo de la crisis, es que se ha difundido hacia áreas como la familia, la crianza de los hijos y la educación, en las cuales la autoridad, siempre había sido aceptada como una necesidad natural. El hecho de que incluso esta autoridad “pre-política que gobernaba las relaciones entre adultos y niños, maestros y alumnos, ya no esté asegurada implica que todas las metáforas y modelos tradicionales de las relaciones de autoridad han perdido su pausibilidad. (Arendt 1996).

Estamos construyendo una nueva mirada de la paternidad, pero el rol como tal, debe tener raíces y alas. Raíces en lo que nuestros padres supieron legarnos, alas para generar nuevos espacios en ese vínculo ancestral y necesario: filial-paterno. Atravesado siempre por el amor más allá de sus distintas formas de manifestarlo.

No basta destruir lo que estorba, hay que construir lo que falta.

*La autora es Psicopedagoga. Licenciada en Psicología. Magister en Psicología Social

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