Nos devoran los de afuera

Nos devoran los de afuera

Tras la independencia los gobiernos argentinos que se sucedieron de manera arrebatada no tuvieron la capacidad de imponer un control real sobre el territorio en general, menos aún sobre las regiones marítimas australes.

Carecíamos de flota y a los problemas políticos internos se sumaron periodos de crisis económicas. No obstante, hacia 1820 a comienzos lo que se conoce como “Feliz Experiencia”, el gobierno de Buenos Aires dispuso  un avance significativo. Encargó a David Jewett, comandante de la Heroína -barco corsario-, que tomara posesión de las islas Malvinas, que hacia 1811 (por orden del gobernador de Montevideo) habían sido abandonadas. El 6 de noviembre de dicho año Jewett levantó allí nuestra bandera nacional, leyó una declaración y cerró el acto con una salva de 21 cañonazos. No se habitó las islas, pero esta medida se tomó para restringir la actividad depredadora que amenazaba esquilmar la fauna marítima de la zona.

En 1823, también durante el gobierno de Martín Rodríguez, como parte del pago de una deuda estatal, se ofreció a Jorge Pacheco el usufructo de los ganados dispersos por las islas Malvinas que se reproducían en libertad desde hacía años. Con este fin obtuvo permiso para trasladarse a la isla de la Soledad, todo fue solventado económicamente por Luis Vernet. Una primera expedición partió a comienzos de 1824 hacia la zona, comandada por Pablo Areguati. Dos años más tarde Vernet, dirigió otra y fundó una colonia. La misma tuvo bastante éxito por lo que Vernet se trasladó a Buenos Aires y logró que desde dicha capital se creará la Comandancia Política y Militar con sede en la isla Soledad, a mediados de 1829.

“Pocos días después -explica el historiador Luis Santiago Sanz, en el Tomo V de la Nueva Historia Argentina- Vernet, investido de mayor autoridad, regresó a las islas, esta vez acompañado por su familia y colonos. Adoptó medidas para regular la explotación de sus riquezas naturales. Utilizando los precarios medios disponibles, se consiguió sancionar a algunos de los más inveterados participantes en las matanzas de animales. Barcos loberos y naves balleneras fueron detenidos. Entre otras, fue apresada la nave Harriet de los Estados Unidos (1° de agosto de 1831). Jorge W. Slacum, cónsul norteamericano en Buenos Aires, interpuso un reclamo. El arribo al Plata de la corbeta de guerra Lexington, bajo el mando del capitán Silas Duncan, dio inicio a una dura disputa diplomática, que al frustrarse, condujo a un acto de fuerza consumado el 28 de diciembre de 1831. Duncan desembarcó un destacamento en Puerto San Luis, tomó prisioneros, destruyó armamentos y saqueó propiedades. Concluida su trágica faena, puso proa hacia Montevideo”.

Recién en 1838 se envió un representante diplomático a Washington para tratar el conflicto. Carlos de Alvear fue al frente de dicha delegación llevando instrucciones de suscitar la reparación más completa ante los agravios sufridos por el atentado. Una vez en EE.UU., el argentino comenzó a tratar el asunto con John Forsyth, secretario de Estado. El gobierno norteamericano respondió que había aprobado la conducta de Duncan.

Para entonces las islas ya habían caído en manos inglesas y el resto de la historia es bien conocida. Resulta importante analizar estos episodios porque la debilidad de los primeros gobiernos patrios fue principalmente producto de las luchas entre argentinos, de nuestra nefasta “grieta” que no deja de estar presente, incluso, desde 1810. La historia sólo puede responder cuanto hemos perdido actuando de este modo, a la deriva de la civilización. De no cambiar, el futuro se encargará de seguir informarnos al respecto.

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