Cuando apareció ese personaje poco convencional y provocador en la política argentina (“disruptivo”, según la terminología al uso), parecía que sus ideas en materia económica podrían sacar a nuestro país del precipicio ante el cual se obstina en inclinarse. Hoy, cuando ya este hombre parece haberse dado a conocer bastante más y comenzamos a enterarnos de sus ideas en otras materias, se parece más a un marxista de derecha que a un liberal de la vieja escuela.
Es decir, liberales de la vieja escuela son aquellos que se inspiraban en Adam Smith y se preocupaban por los aspectos morales de sus ideas económicas. No olvidemos que el viejo Smith escribió un importante tratado de Filosofía Moral, que por cierto está muy lejos de ser una apología del individualismo.
Nuestro marxista de derecha local, en cambio, nos ha anunciado su última ocurrencia: debiera haber un mercado de órganos. Señalaré dos aspectos de esta idea que la hacen indefendible. Uno de ellos es el estrictamente económico; el otro es el ético.
En cuanto al primero, está claro que si se trata de un mercado, la índole de los productos, en este caso los órganos humanos, hará que la oferta sea siempre inferior a la demanda, con lo cual las mejores posibilidades de acceso las tendrían los ricos. Para que esto no suceda, sería preciso introducir una cantidad tan cuantiosa de restricciones y regulaciones que ya prácticamente no estaríamos frente a un mercado, sino a un monopolio estatal. Y hablar de monopolio estatal es precisamente lo contrario de lo que defienden los libertarios como Milei.
Respecto del segundo aspecto, el ético, es preciso señalar que no somos propietarios de nuestro cuerpo, y, como enseña el filósofo Immanuel Kant en sus Lecciones de Ética en la sección titulada “Acerca de los deberes para con el cuerpo relativos a la inclinación sexual”, el cuerpo humano no es una propiedad. El hombre no puede disponer de sí mismo, no puede usar libremente su cuerpo como si fuese una propiedad, escribe, porque el hombre no es una cosa. Suponer, en cambio, la completa disponibilidad del cuerpo implica una grave contradicción, pues no pueden coincidir el propietario con la cosa poseída. Para que esto fuera posible se debería cosificar al hombre u otorgar estatuto de persona a una cosa, y ninguna de estas dos alternativas es factible. Un ser humano es una persona, no una cosa que se puede poseer. La propiedad es sobre las cosas u objetos, no sobre las personas.
Si hubiese la posibilidad de ser propietarios de los cuerpos, necesariamente deberíamos admitir, junto con el mercado de órganos, un mercado de esclavos. Sin embargo, no nos asiste siquiera el derecho de vender un diente. Por eso la ley castiga severamente, y con razón, el comercio de órganos, mientras que no sucede lo mismo con su donación. En la donación no hay falta moral porque, al no mediar retribución alguna, el donante no trata a su cuerpo, y por lo tanto a sí mismo, como una cosa. Es verdad que una cosa también puede ser donada, pero si decidimos venderla, su venta no implica inmoralidad ni delito punible, como sí sucede con la venta de un órgano.
En suma, creo que este hombre que pretende encarnar el mito más viejo de la política, o sea, el de la “nueva política”, debiera abrevar un poco más en las fuentes éticas de donde surge el liberalismo, al menos en cuanto doctrina económica. Allí vería ,con sorpresa, que no todo debe medirse con la vara de la economía, como hace Karl Marx, su maestro clandestino.
*El autor es ex Titular de la Cátedra de Filosofía Política en la FFyL de la UNCuyo. Hoy trabaja en la Universidad de Arequipa, Perú.