"Este es el secreto para ser feliz: sólo finge ser feliz y en algún momento olvidarás que estás fingiendo”. La frase no es mía sino de Bojack Horseman, un personaje hombre/caballo que intenta sobrevivir a su depresión y sus adicciones de las que el dinero y la fama no pueden rescatarlo. También, es importante aclararlo, es el protagonista de una de las mejores series animadas de los últimos tiempos.
Tomo prestada su -irónicamente- triste reflexión porque siento que es un fiel retrato de uno de los mayores problemas que enfrentamos como sociedad: la necesidad constante de fabricar estados de ánimo.
Una mirada rápida por las redes sociales sirve para encontrar varios ejemplos y, especialmente, en Facebook e Instagram viven lo más inquietantes.
Parece una seductora constante compartir frases que, a golpe de repetición, pueden sonar como ciertas. Hagan la prueba de buscar “frases motivacionales” en Google y lo primero que verán son cientos de reflexiones en formatos prediseñados listas para ser compartidos en las historias o los estados de las redes.
“No sabía qué ponerme y me puse feliz”, “Hacer lo que te gusta es tener cara de viernes todos los días”, “No busques el momento perfecto, sólo busca el momento y hazlo perfecto” o “Si alguien pudo hacerlo, yo puedo hacerlo. Y si nadie pudo, yo seré el primero” son algunas de las frases que encontré allí o que compartió mucha gente que conozco y sigo.
Las veo y no puedo dejar de pensar que cada una está más cerca del autoengaño que de la autoayuda, que son una mentira prefabricada que no llega a verdad materializada por más que lo deseemos. Y, por favor, no me malinterpreten. No estoy en contra de la automotivación sino más bien de la construcción forzada de una felicidad que queremos sentir y no sabemos bien cómo.
Repetirse a uno mismo que todo va a estar bien no tiene nada de malo, siempre y cuando no sea una negación de la realidad.
Mi única certeza es que no tengo la fórmula de la felicidad y creo que no está en compartir con fotos o frases en las redes todo lo que siento, vivo y pienso. Guardarse las experiencias y los buenos momentos parecen ser la nueva intimidad en tiempos donde no hay espacio ni intención para la privacidad.
Sin embargo, internet es un lugar de catarsis y expresión constante que para muchos se transformó en una necesidad de exposición de un ser casi inexistente: la persona que es ejemplo de felicidad.
Este exceso de buena onda parece haberse vuelto la otra cara de la moneda de unas redes sociales impregnadas también de insultos, quejas y desencanto. Así, a diario, convivimos con la dicha exacerbada y la bronca desmedida de amigos, conocidos y extraños en un sistema bipolar del que no creo que nuestra salud mental pueda salir indemne.
Quizá sea hora de sincerarnos con nosotros mismos y dejar de pretender ser felices porque corremos el riesgo, a diferencia del triste consejo de Bojack Horseman, de no olvidar que estamos fingiendo.